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Domingo 24 de abril de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

De Anne Gilchrist a Walt Whitman

24 abr 2016

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3 de septiembre de 1871

Querido amigo:

Finalmente han llegado a mis manos los ansiados libros pero, ahora que los tengo, mi corazón está tan desgarrado por la angustia y mis ojos tan cegados que no puedo leerlos. Lo intento una y otra vez, pero se levantan olas demasiado grandes y me ahogan. Lucharé para contarte mi historia. Para mí es una lucha a muerte.

Cuando tenía dieciocho años, conocí a un chico de diecinueve que me amaba entonces y me amó siempre durante el resto de su vida. Alrededor de un año después de conocernos, me pidió que me convirtiera en su esposa.

Le contesté que le quería como amigo, pero no podía amarle como una esposa debe hacerlo y estaba profundamente convencida de que nunca podría. [...] Sabía que podría llevar una vida agradable y saludable a su lado, sus intenciones eran nobles, su corazón, un profundo, hermoso y sincero corazón de poeta; pero carecía del gran cerebro de un poeta.

Su vida era muy dura, y yo sabía que podía aligerarle la carga, alegrar su existencia.

Me parecía que era voluntad de Dios el que me casara con él. Así que le dije toda la verdad, y él respondió que prefería tenerme en esas condiciones que no tenerme en absoluto. Muchas veces me dijo:

"Ah, Annie, no eres tú, que eres tan amada, la que tienes suerte, sino yo que tanto amo". Y yo sabía que era verdad; sentía que mi vida era pobre y estéril al lado de la suya.

Pero no era así, mi vida solo estaba adormecida, sin desarrollar. Porque, querido amigo, mi alma era tan apasionadamente ambiciosa, estaba tan sedienta y necesitada de una luz que no tenía la fuerza de alcanzar sola, y él no podía ayudarme en mi camino. Y una mujer está hecha de manera tal que no puede conceder la tierna dedicación apasionada de su naturaleza completa más que a la gran alma victoriosa, un alma más fuerte, pero no más ambiciosa, que la de ella misma, un alma que pueda guiarla por siempre jamás hacia delante. Y así ocurre también tanto para su alma como para su cuerpo. La poderosa alma divina del hombre abrazando la suya con amor apasionado, de manera que los preciosos gérmenes que guarda su alma puedan salir al exterior. Y llegará el tiempo en que el hombre entenderá que el alma de una mujer quiere, necesita la suya, y es tan diferente de ella como un cuerpo del otro.

Esto fue lo que me sucedió cuando leí durante unos pocos días, no, unas horas, en tus libros. Era el alma divina abrazando la mía. Nunca antes había soñado lo que significaba el amor, ni la vida.

Nunca antes estuve viva, ninguna palabra más que las que se refieren a un "nuevo nacimiento" pueden insinuar el sentido de lo que me ha sucedido...

Oh, querido Walt, ¿no sentiste en cada palabra [de mi crítica] el aliento del amor de una mujer?, ¿no viste cómo, a través de un velo transparente, un alma radiante y temblorosa abría enamorada sus brazos hacia ti? Estaba tan segura de que contestarías, de que me enviarías alguna señal, que iba a esperar, esperar.

Así alimenté mi corazón con dulces esperanzas; lo fortalecí mirando los ojos de tu fotografía. ¡Oh!, ¿en la inefable ternura de tu mirada acaso no se manifestaba el ansia de tu alma masculina hacia mi alma femenina? Pero ahora ya no esperaré más. Un instinto más fuerte domina al otro, el instinto de la sinceridad absoluta. Si pudiera abriría cada pensamiento, acción y sentimiento de mi vida a ti, de la misma manera que lo están a la mirada de Dios. Pero todo no puede ser al mismo tiempo.

Oh, ven. Ven, querido mío: mira en estos ojos y descubre el alma ardiente y ansiosa en ellos. Con facilidad, con mucha facilidad aprenderás a amar todo el resto de mí gracias a ella y me llevarás junto a tu seno por siempre jamás.

Por amor de su gran angustia mi amor se ha hecho más fuerte, más triunfante que nunca: no puede dudar, no puede temer, es fuerte, divino, inmortal, está seguro de su realización, en este lado de la tumba o en el otro.

"Oh, dolores agónicos", ansias tiernas, apasionadas, alegrías anhelantes y victoriosas, dulces sueños, yo también, todo proviene de ti.

Adiós, querido Walt,

Anne Gilchrist

Para tus amigos: