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Domingo 24 de abril de 2016

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Cultural El Duende

El Quijote, hoy

24 abr 2016

Edwin Guzmán Ortiz

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Fragmento

Cabe reconocer de inicio que "El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha", ha sido objeto de una lectura interminable, y cada lectura -en cualquier momento de la historia y desde cualquier perspectiva personal- ilumina diferentes zonas de verdad y certidumbre de la obra, y continúa abriendo una perspectiva generosa a un mayor enriquecimiento en el tiempo.

Sin embargo, como Steiner reconoce, las obras no caminan solas, sino son producto del pensamiento, y el acompañamiento crítico generado en las diferentes épocas. Siendo paradójicamente la lectura un acto de libertad y libre decisión, es al mismo tiempo un aparato de dominación, ya que uno está sujeto a leer y entender los clásicos tal y cual han sido asimilados y difundidos por los críticos o lectores especializados. Por cierto, esos paradigmas influyen en nuestra manera de entender y proyectar las obras leídas. El Quijote no escapa a esta condición. Por lo mismo, ese sometimiento a la crítica culta, invita a más de una rebelión contra ese aparato de prefiguración de sentidos.

Al respecto, es ilustrativa la sentencia que pone Borges en boca de uno de sus personajes respecto a la novela: el Quijote -me dijo Menard- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patriótico, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.

Sin embargo, la lectura puede ser también una empresa de transgresión, la clave de un tabernáculo que revela aquello que puede estar vedado y constituir un peligro, tan riesgoso como el conocimiento y su propia necesidad de autocensura. Se predica -subrepticiamente, que no se debe sobrepasar el límite del conocimiento permitido, sino se paga por ello. Don Quijote pagó con su locura.

En medio del maremágnum de abordajes a obra tan capital, se han explotado innumerables filones, unos venidos a más, otros a menos. Las líneas que siguen, en nuestro caso, se ocuparán de resaltar análisis infrecuentes a la hora de comprender el Quijote, lo que, por supuesto, implica una toma de posición respecto al sentido de la novela.

De entrada: para nada se trata de una obra funcional, sino una obra difícil de encasillar, por lo mismo, su poder generador de adscripciones es notable.

De inicio, en el Quijote, no se narra la historia de un pobre loco de aldea que, creyéndose caballero andante, recorre la Mancha con apetencias de gloria. Cervantes, alineándose admonitoriamente a la modernidad, concibe una obra en la que relaciona al hombre con el mundo y, precisamente desde la obra, abre un escenario crítico respecto a su tiempo.

El pensamiento -en apariencia excentrado- del Quijote nos enfrenta al medio social y la historia que le tocó vivir. Por detrás de esas páginas, críticas de las novelas de caballería, se abre un espacio a la diatriba social y a un enjundioso cuestionamiento de la sociedad y valores de la España en tránsito de la Edad Media al Renacimiento.

En ese contexto emerge don Quijote, un hidalgo venido a menos, ansioso de acumular hazañas frente al prestigio y poderío de los caballeros, sin embargo la sociedad, sus valores y su aparato normativo convierten a nuestro héroe en un out-sider. De ahí, el salto a la locura, que le permite remontar las dificultades y habilitarlo para consumar esa magna empresa de realizar sus fantasías. Esta metamorfosis toma cuerpo en el texto, como un acontecimiento, que tiene una marcada característica onírica. Sin duda, se trata de uno de los más altos sueños de la literatura española, ya que don Quijote a través de este proceso de alquimia mental termina satisfaciendo sus propios anhelos que son también los anhelos de su modesta clase de procedencia.

De este modo, el desquicio del Ingenioso Hidalgo otorga coherencia interna al Quijote, recogiendo las frustraciones e insatisfacciones de los hidalgos en situación de crisis. Consecuencia de ello es la actitud de sedición frente al status quo, expresado en un autoritarismo jerarquizante. Estrechamente a lo señalado, la locura desarrolla competencias favorables al Quijote para hacer befa de ciertos patrones mentales y de la racionalidad dominante de la época.

Don Quijote, hidalgo de aldeuela, proviene de la condición más subalterna de la sociedad nobiliaria, particularmente cuando esta condición era objeto de desprecio y minusvalorización, siendo por tanto un personaje marginal a la nobleza, hecho que se corrobora con su status económico depauperado lo que le impedía mantener una situación social a la altura de su rango.

Los caballeros de la época gozaban de prestigio y reconocimiento social, siendo miembros activos de una clase privilegiada. En cambio la precariedad del Quijote no deja de interpelar, desde su propia adscripción social excluida, los valores del mundo caballeresco y la órbita de la nobleza en su conjunto. Es más, ni siquiera se halla a la altura de un hidalgo rural convencional, por ello, su condición prefigura la debacle de la hidalguía y, sobre todo, la situación de un personaje perfectamente definido en la estructura social de su época.

Cabe aclarar que, históricamente, los hidalgos sufren una considerable devaluación entre el s. XVI y principios del s. XVII, mientras los caballeros consolidan, a la inversa su posición. Como consecuencia lógica, la hidalguía pierde buena parte de su prestigio social, sobre todo por la carencia de medios económicos.

Esta situación -ya en la obra- lleva a nuestro personaje a una situación de radical marginalidad, oscilando entre el exilio metafísico y su propia soledad. Y de la soledad a la lectura obsesiva, y de ella a la locura como recurso supletorio de las propias limitaciones a fin de sustituir, paralelamente, al mundo de carencias y limitaciones de un hidalgo venido a menos.

Mas, la novela, apuesta no sin inteligencia, al recurso de la parodia para ridiculizar al mundo oficial y por supuesto a los caballeros cortesanos, así las jerarquías que dominan el mundo son apabulladas por el hidalgo recién convertido en "caballero". La subversión como fin y la parodia en cuanto forma, acaban respaldando el deseo de instauración de una justicia horizontal.

En este marco, es notable el detalle exquisito de pone Cervantes en la construcción de su personaje, quien desdeñando a los caballeros se autodefine como "ingenioso" -adjetivo que resalta las virtudes intelectuales y no físicas de don Quijote. Así mismo, magnifica su condición a través del "don" y, paralelamente la satiriza añadiéndole al final del nombre la desinencia "ote" que -como hijote, grandote- conlleva una alusión burlesca.

El Quijote considera el dinero como el factor crítico que provoca la ruina y la decadencia de la caballería andante, anteponiendo al mismo, los valores heroicos y el sentido de libertad. Por ello dice: La libertad, Sancho es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieran los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres.

Asimismo, abstrae a la corte, en tanto centro del poder opresivo, hasta el punto de que no figura en sus andanzas. En efecto, el mundo en que se mueve el Quijote es antípoda al universo de la nobleza y la protoburguesía epocal, su trato -como el de Cristo- es con campesinos, labradores, golfas, peregrinos, vagabundos, galeotes, curas de pueblo, artistas ambulantes. Su escudero, Sancho, es un analfabeto y Dulcinea, hija de aldeanos.

En esta vena, para Cervantes, el Quijote constituye un excelente recurso literario para poner en tela de juicio las contradicciones sociales de su época. El hidalgo rural desquiciado, empeñado por recuperar la caballería andante, abre la posibilidad de conjugar la insoslayable realidad de los contrastes sociales en permanente contradicción dialéctica. Sarcástico y sardónico, Cervantes, relieva los meandros de la conflictividad social que afecta al variopinto mosaico de la sociedad española del siglo de oro.

Es menester señalar, entre paréntesis, que el éxito del Quijote fue, en su época, popular y por tanto marginal. Cervantes no entró a formar parte de los autores consagrados de su tiempo, sino que el libro le valió más bien el desprecio de los autores cultos, a pesar de ser Cervantes un escritor profesional.

Por otra parte, don Quijote se empeña en crear un mundo paralelo tendiente a sustituir al anterior, lo que le permite consubstanciarse con los fantasmas que habitan su delirio. Esta coexistencia entre la realidad y el mito le confiere a la locura un valor sincrético, haciendo que el mito se proyecte en una nueva utopía, abriendo una nueva realidad, y haciendo de lo imposible una posibilidad abierta a lo impredecible. La locura quijotesca tiene la ventaja de protagonizar una libertad absoluta que no admite más leyes que no sean las del propio albedrío del protagonista.

En su concepción, las normas y los valores se invierten, y pierden sentido de la realidad. La distorsión óptica, por la cual los objetos cotidianos se transforman a los ojos de su mente -los molinos se convierten en gigantes, las ovejas en soldados, las ventas en castillos- muestra que, lejos de ser un descuido caprichoso, la trastrocación tiene un efecto de sugestión. En eso estriba el acto creador, como un dios en el ejercicio de sus potencialidades.

La locura del Quijote no es dramática. Más bien es transgresiva y poética. Busca crear nuevos mundos, rebautizar la realidad y los seres que la habitan, transfigurar los tristes códigos de lo real, es, al mismo tiempo, la paridora de un mundo nuevo frente a una existencia que se piensa empobrecida. Asimismo, es profundamente crítica, ya que le permite juzgar al status quo como indeseable frente al anhelo de una sociedad digna e igualitaria. Es, a la postre, una estrategia de acercamiento alternativo a la realidad ante el asalto arrogante y unidimensional de la razón y sus acólitos institucionales.

Nada más alejada de la patología que la locura de Don Quijote; comparte con la utopía su inconformismo y su imaginario generatriz. Al mismo tiempo que asemeja un encierro es una puerta abierta a la libertad creativa y a la capacidad de encarnar ese no-lugar que la utopía predica como posibilidad humana. Es, en fin, en su acendrada condición, una invitación a la reinvención permanente y al desarraigo de aquello que nos rutiniza arrastrándonos a la parálisis. El pensador rumano, Emile Cioran, a propósito escribía: "La razón, herrumbre de nuestra vitalidad; es el loco que hay en nosotros el que nos obliga a la aventura, [...] si nos abandona estamos perdidos." Y Cortázar, no menos intenso y contextual, señalaba: "Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de la plaza de Mayo, gentes de pluma y de palabras, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos, argentinos: no hay manera de acabar con esa razón que vocifera sus eslóganes de orden, disciplina y patriotismo".

Mas, no todo se queda en la historia, y la suprahistoria que erige la locura. En la novela -Cervantes de por medio- se desarrollan temas que cohesionan y proyectan filosóficamente la obra. Por ejemplo, es lo que resalta el filósofo húngaro G. Lukács, cuando señala que el Quijote narra la primera gran lucha de la interioridad con la banalidad de la vida en el mundo.

En un mundo vacuo, despojado de programas trascendentes, sin orden divino que garantice sus significados, el hombre se debate entre sus aspiraciones interiores y la realización exterior de las mismas -o, dicho lacanianamente- entre la plataforma del deseo y las censura que impone el Nombre del Padre

-Nom-du Père. Con esto, Cervantes no sólo parece haber intuido una de las claves de la modernidad, sino incluso el aspecto central de la relación del hombre con el mundo.

El pensamiento de Quijote nos enfrenta con fuerza crítica a la manera de asumir la realidad de las cosas, sobre el valor de la vida, sobre el alcance real de muchas de las convenciones e ilusiones con las que construimos nuestra existencia en este mundo. Bien leído, Cervantes mantiene cierta ambigüedad en los temas morales y religiosos. Es muy probable que nuestro autor haya bebido de la sabiduría erasmista, en efecto, Erasmo de Róterdam había puesto en horizonte la eterna dualidad del ser humano. Tres temas habíalos reflexionado a fondo: la locura, la dualidad de la verdad y la ilusión de las apariencias.

Por tanto, exhorta, se puede llegar sólo a elaborar una opinión de las cosas y no una razón verdadera, porque en el mundo coexisten cosas contradictorias, diversas y oscuras, ergo: es imposible estar seguros de alguna verdad. Nótese que esos temas mantienen una fuerte afinidad con la concepción cervantiana del argumento novelesco y que, más bien, éste los escenifica y los despliega bajo la fórmula horaciana del te fabula narratur -la historia habla de ti.

Don Quijote es una suerte de demiurgo: ordena las cosas desde la intuición de una idea que es llevada a cabo por su búsqueda utópica. Podemos percibir, claramente, una proximidad con la experiencia de lo sagrado, entendida ésta como poder y plenitud. Hay en el hidalgo una perversión que nace de su autoafirmación, es decir aceptar, no sólo, como administrador, sino también como autor de lo sagrado.

En el plano literario, Cervantes, al instaurar el sistema narrativo propio de la modernidad, entabla un diálogo teórico y creativo con el discurso literario precedente, sometiéndolo a un complejo proceso de prosificación y reestructuración narrativa. Reinventa y rediseña el aparato ficcional de la época, aportando con nuevos recursos que provocan efectos inéditos en la fantasticidad de la obra. �stos se desarrollarán tres siglos más tarde, en el aparato narrativo de la novela postmoderna.

Por lo mismo, en el Quijote se halla el germen de la novela clásica y barroca, tradicional o experimental, moderna y postmoderna. En ella laten las formas narrativas del pasado, el presente y el futuro.

Linda Hutcheon explica que, en su tiempo y hoy en día el Quijote debe ser leído como una síntesis pluritextual más que bitextual, porque los textos parodiados no son únicamente los caballerescos, sino que se revisan las novelas pastoriles y sentimentales, la alta retórica o el habla rústica, la prosa histórica y la de aventuras, la narrativa bizantina o los relatos de moriscos y cautivos para configurar una nueva clase genérica, nueva y revolucionaria en el contexto neoaristotélico en que surge, que pervivirá seguramente más allá de nuestros días.

La gran revolución de la literatura moderna, a partir del Renacimiento, es la invasión de lo cotidiano en al ámbito de lo historiable. No son las magnas historias, ni los héroes portentosos o divinos los que protagonizan la trama, sino aquello que se halla cercano a la vida de los seres de todos los días. En el Quijote los personajes dialogan y el texto se convierte en un escenario de voces plurales y convergentes, aunque mediatizado por los diferentes órdenes de realidad, la novela no pierde coherencia interna y nos ofrece un fresco polifónico inédito, a partir de una alternancia claramente delimitada por la instancia que controla el poder ficcional.

Finalmente cabe acudir al novelista checo Milan Kundera, quien ha situado la herencia de Cervantes a la misma altura que la filosofía de Descartes: Para mí el creador de la Edad Moderna no es solamente Descartes, sino también Cervantes. [...] Cuando [...] don Quijote salió de su casa [...], el mundo [...], en ausencia del juez Supremo, apareció de pronto en una dudosa ambigüedad; la única Verdad divina se descompuso en cientos de verdades relativas que los hombres se repartieron. De este modo nació el mundo de la Edad Moderna y con él la novela, su imagen y modelo.

Edwin Guzmán Ortiz. Oruro, 1953. Poeta, crítico de arte y docente universitario.

Tomado de "Homenaje a Cervantes"

PEN Oruro, 2011-12

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