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Domingo 24 de abril de 2016

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Cultural El Duende

Mi oficio y yo

24 abr 2016

Iván Angelo

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Los motivos por los cuales un hombre sudamericano resuelve escribir serán esencialmente iguales a los de un francés, un sueco, un norteamericano. En el punto de partida yo creo que sí, pero llegan a distintos resultados. Hace ya un tiempo, el periódico francés Liberation entrevistó a cerca de trescientos escritores del mundo entero, desde los países pobres a los ricos, desde los dominados por dictadores a los democráticos, para obtener respuestas a esta pregunta inquietante: ¿por qué escribes? Excluyendo la "literatice" de los que hablaban de su misión divina, o del llamado de las musas, la diferencia de opinión entre pobres/oprimidos y ricos/libres era conceptualmente mínima en relación al papel y al significado de la literatura en la sociedad. En la práctica, sin embargo, la diferencia de temas y enfoques es enorme. Esa es nuestra maldición como escritores: exorcistas de los demonios de nuestro grupo social.

La infancia pesa mucho con su trama de miedos.

¿Quién puede decir que se liberó de ellos para siempre? Ellos nos acompañan, existiendo o no existiendo más. O son heridas o son cicatrices. Y los miedos de un niño "de allá" son muy distintos a los "de acá"; no abarcan, por ejemplo, la amenaza de un cuchillo para robarles las zapatillas. La lengua impone mucho, con su océano de sentidos y subentendidos. La moral pesa, con sus interdicciones y sus complacencias: nos han convencido de que no existe pecado abajo del ecuador -y eso nos resulta divertido. La Justicia cuenta: que uno sepa que hay protección de su derecho lo desobliga de una infinidad de acciones y preocupaciones. El bienestar social pesa: no tener que pedir o dar limosna en la calle, no ver a niños buscando comida en la basura, niñas de doce años prostituyéndose por hambre. Parafraseando a Carlos Drurnmond de Andrade: es muy dificil amontonar todo eso en un solo pecho de hombre, sin que estalle. Entonces, escribimos así; con el pecho estallando.

¿Por qué escribo lo que escribo y de la forma cómo escribo? Porque una vez me dieron una paliza que no merecía. Porque una vez, por ser pequeño, me quitaron de la solapa, en la calle, un alfiler con una rarísima bandera brasileña. Porque mi madre me amenazó injustamente con un bastón y amenacé romperme la cabeza con la mitad de un ladrillo a lo que se sumó una nueva injusticia: ella creyó que el ladrillo era para ella. Por haberme levantado de madrugada y comido las masas que serían ofrecidas en la fiesta de mi propio cumpleaños. Por haber convertido a un personaje valiente e incorruptible de un libro de la escuela primaria, Pascoalzinho, en mi héroe. Por ser obligado casi diariamente a devolver la carne llena de pellejos que el carnicero me encajaba sistemáticamente. Por haber vivido de favor en casa de una tía. Por haber retirado dinero a escondidas de la alcancía de la familia para comprar revistas de Tarzán. Por haber encontrado en un cuartito oscuro de los fondos de casa un libro viejísimo de poemas y hermosos cuentos, ilustrado con gente que se vestía en forma extraña. Por amar silenciosamente. Por haberme entretenido en ese mismo cuartito en interminables masturbaciones dedicadas a las vedettes de la revista O Cruzeiro. Por haber rendido culto en la infancia a una colección de héroes como Joe Louis, Durango Kid, Heleno de Freitas, Carlyle Guimaraes, el Fantasma, Batman, los generales Montgomery, Timonshenko, De Gaulle y Eísenhower, vencedores del nazismo, Pascoalzinho, Miguel Strogoff, Tarzán, Pedro Malasartes. Por haber perdido esa buena vida y empezado a trabajar a los trece años de edad. Por amar silenciosamente -el amor era el verdadero mal secreto de los niños de aquella época. Por haber leído mucha poesía y ficción, interminables folletines llenos de emoción, vibrantes capas y espadas, ingeniosos Arséne Lupins, mezclados a Diderots y Victor Hugos y Stevensons- e identificar desde pequeño lo que me fascinaba; la construcción ágil de la trama. Por haber dejado la virginidad en la zona de prostitución de Belo Horizonte a los trece años con una mujer negra que decía no es así, no, hijo, no es así. Por haber llorado con los poemas de Goncalvez Días a los trece años. Por haber comprado con mi propio dinero una colección completa de Machado de Assis a los catorce años.

Por haber tenido buenos profesores de portugués y literatura en el liceo. Por haber hecho con el librero Amadeu los mejores negocios de compra y venta de libros usados, que me permitieron tener y leer montones de literatura buena y mala entre los catorce y los veinte y pico de años. Por haber intentado, desde los quince/dieciséis años, transmitir en mis textos las emociones y la habilidad que encontraba en lo que leía. Por haber descubierto temprano la poesía de Bandeira, Drummond, Jorge de Lima. Por haber encontrado en Clarice Lispector, Virginia Woolf, Katherine Mansfiel, Rosamond Lehmann, una forma de ver el alma de la mujer. Por haber intentado traducir Saroyan, Hemíngway. Faulkner, Shakespeare, Kafka (del inglés), T.S. Eliot, W.C. W1lliams, Auden a los dieciocho y veinte años y haber empezado así a entender sus procesos. Por haber atravesado con gusto Los Lusíadas de Camoes a los diecinueve años, como un libro de aventuras. Por haberme despertado una mañana de agosto con la noticia del suicidio del presidente Vargas, lo que me alertó para siempre contra golpistas y salvadores de la patria. Por mi gusto por arqueología y antropología. Por haber nacido en Minas Gerais en el primer año de la

Segunda Guerra Mundial y haber vivido allá hasta los 29 años. Por haber visto cine con fascinación desde los siete/ocho años, con fascinación a través de la adolescencia, con fascinación hasta la edad adulta y con fascinación selectiva desde entonces. Por haber entendido, al fin, que la escritura me hace escribir. El texto.

Hace dos décadas, como si todo lo que he dicho hasta aquí no bastase, otro tema "necesario" presionaba a los escritores: las dictaduras militares. Difícil escribir como si no existiesen. Se escribieron muchos libros en ese período porque los lectores querían leerlos. Libros escritos en conjunto por el autor y por los lectores. Literatura inducida. El mío A festa fue uno de ellos. Personalmente, al escribir A festa, mientras la tortura corría suelta en las cárceles de la dictadura, yo sentía una especie de alegría ebria, un placer de escribir que solo se da en la juventud de los veinte años. Cuando se escribe un libro así, como quien hace un objeto útil que tanta gente necesita , se trabaja sin angustia, impulsado por el placer y por el entusiasmo de terminar. Ya un libro como The waves, de Virginia Wolf, solo se puede escribir con angustia, inseguridad y sufrimiento. Pero siempre me pareció que un libro sobre la dictadura debe ser escrito con bisturí y pinza, con absoluta precisión, sin hemorragia, con un dominio riguroso de material y el discurso si no es literatura, es política. Afortunadamente hoy los escritores están libres de los lectores.

Cuando escribí A casa de vidrio, el mejor libro mío, pude mostrar que esos dictadores, torturadores y opresores fueron creados por nosotros. Son, digamos, representantes de nuestro propio mal. Las personas comunes son dictadoras, torturadoras y opresoras en pequeña escala. Creo que emergimos de ese período como seres política y artísticamente menos ingenuos, desarrollamos un design más contemporáneo menos exótico. Con el tiempo creo que podremos escribir hasta sobre los ricos. ¿Se dieron cuenta que no escribimos sobre los ricos? La televisión está más avanzada, ya lo hace, intentando evitar la caricatura. Aún no lo consiguió, pero está por llegar. Nosotros, escritores, somos pequeña burguesía, no conocemos el mundo del gran industrial, del gran empresario, del aristócrata, de los salones refinados. Hacemos ricos de segunda mano, o son figurantes en los cuentos, nunca protagonistas. ¿Por qué? No sabemos cómo con por adentro, con qué se emocionan, qué los hace reír, qué les parece justo. Un extraño pudor nos impide que tengamos sobre ellos una visión humana. Creo que en realidad es prejuicio, no es pudor. El rico no sufre amores contrariados, sólo se ríe cuando gana más dinero, sólo considera justo lo que lo favorece, no se sacrifica por los amigos. Cuando llora es porque tuvo algún perjuicio o lo pescaron en estafa. Necesitamos, como escritores, saber cuál es realmente la emoción de poder. Sabemos describir bien la ambición, la envidia -sentimientos clase media- pero no sabemos nada del poder.

Iván Ángelo - Escritor, periodista y cronista brasilero, 1936

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