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Domingo 24 de abril de 2016

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Cultural El Duende

Aspectos universales y provincianos en la novela boliviana

24 abr 2016

H.C.F. Mansilla

Mediante su última novela ("Los infames", La Paz: Gisbert 2015), Verónica Ormachea Gutiérrez nos muestra un tipo de literatura que no es usual en el país. La literatura boliviana ha sido tributaria de modas ideológicas relativamente rígidas, que prescribían temáticas como el proletariado minero o los estratos campesinos y, en ese marco, el enaltecimiento de las heroicas luchas de ambos sectores contra la perfidia de las élites. Apenas hubo concluido esta tendencia dogmática, alimentada por un marxismo purificado de todo factor crítico, la literatura, las ciencias sociales y el sentido común intelectual de la sociedad boliviana se entregaron de lleno a otra moda no menos dogmática, el relativismo cultural en el marco del postmodernismo, donde todavía se encuentran. Con el riesgo de una grave equivocación, afirmo que en ambos casos la literatura resultante ha tenido un carácter que podemos calificar de provinciano y pueblerino, cerrado sobre sí mismo, indiferente a los grandes problemas de la historia universal y consagrado a celebrar las cosas pequeñas de la vida cotidiana. Esto no es negativo en sí mismo. Todos somos, de alguna manera, provincianos sobre la nave que es nuestro modesto planeta, y las cosas pequeñas de la vida cotidiana se revelan a menudo como las más importantes para los seres humanos concretos.

Pero lo grave reside en el elemento ideológico que subyace a esta posición. Los pensadores y escritores que están de moda, creen que plegarse a una moda y mimetizarse con la corriente dominante, es un acto de notable sabiduría. Como no conocen el principio moderno de la crítica, no tienen una relación distanciada, lúdica e irónica con respecto a sus propias personas y obras. Están enamorados de sus libros y encantados con el reconocimiento público circunstancial. Previamente a toda reflexión analítica, es decir: de manera natural, obvia y sobreentendida, se adhieren a un principio de comportamiento social que tiene una gran popularidad en el país: la astucia momentánea es algo muy superior a la inteligencia innovadora. Entonces la necesaria preocupación por las cosas pequeñas de la vida diaria se transforma en la celebración de las banalidades, en la alabanza de lo vulgar y en el canto de lo efímero y lo fortuito, y nuestros escritores suponen que todo esto sería lo profundo, lo genuino y lo importante. Para ellos el centro del mundo está en el comportamiento de los grupos juveniles marginales, en el ámbito de las modas musicales y artísticas del momento o en extravagancias de todo tipo. Y se puede percibir que siempre existe un público que, en el fondo, no lee libros de ninguna clase, pero que aplaude sin criterio cualquier manifestación pseudo-artística que superficialmente parece transgredir las reglas éticas de un tiempo y de un lugar. Se trata, en el fondo, de un quehacer eminentemente conservador, que se reviste de una piel radical y, a veces, revolucionaria.

Al aseverar todo esto cometo, por supuesto, una injusticia. Hasta en las circunstancias más adversas se hallan novelistas y poetas, a quienes las corrientes del momento les son indiferentes, y se consagran a su obra creativa con gran empeño y originalidad. Aquí hay que rescatar a Rodrigo Hasbún en la actualidad y a Adolfo Costa du Rels, Jesús Lara y Oscar Cerruto en el siglo pasado. Para ellos el dominio de unas pocas técnicas narrativas o el producir alusiones a las obras de sus amigos o maestros (los "guiños" que tanto gustan a los escritores contemporáneos) es algo mucho menos importante que el contenido dramático o trágico de lo que quieren relatar. Los creadores realmente grandes no deben ser confundidos con los actuales cultivadores del relativismo y del postmodernismo, es decir con los seguidores acríticos de modas contemporáneas que son obedecidas mansamente por los mediocres y los oportunistas, que conforman, como siempre, la inmensa mayoría de los poetas, artistas y pensadores. Los que se resisten a ser incorporados a las corrientes prevalecientes son los únicos escritores y artistas que merecen el respeto de la sociedad respectiva.

Verónica Ormachea Gutiérrez transita por otra senda, la de los temas universales, y por otro camino, el de poner en cuestionamiento los prejuicios colectivos de vieja data, aquellos que son entrañables e irrenunciables para una buena parte de toda sociedad humana y que conforman la base de su identidad nacional. Varinia, la figura central femenina de Los infames, es una señorita de clase alta que se enamora de Boris, un muchacho católico de origen judío. Una gran parte de la historia tiene lugar en la Polonia de los terribles años 1939-1945. Varinia vive una trama existencial muy compleja y por ello desarrolla un carácter teñido por la ambivalencia y unas reflexiones muy interesantes para conocer al alma femenina, si es que existe una entidad metafísica y genérica llamada el alma femenina.

Creo uno de los méritos principales de la autora reside en su capacidad para construir (o reconstruir) la difícil estructura mental y anímica de mujeres inteligentes y cultas que llevan una vida trágica, escindidas entre las pasiones del corazón, los códigos morales tradicionales y las realidades de la prosaica vida diaria. Y en ambos casos las pasiones resultan ser fuertes y hasta violentas, lo que a veces no desagrada a las protagonistas.

Sin darse cuenta, los dos protagonistas principales de Los infames representan lo dionisiaco en el caso de Varinia, y lo apolíneo en el de Boris, la figura central masculina. Son las dos fuerzas que impulsan el ámbito humano: los sentimientos y la razón, las intuiciones y la lógica. Es la tensión que existe entre la rectitud ética y el placer como fin en sí mismo y, finalmente, el conflicto eterno entre el orden y el caos. Lo que hago es, obviamente, una simplificación para comprender un mundo extraño y complejo. Extraño porque la colectividad judía, la curiosa solidaridad entre sus miembros, la vida social polaca y la Bolivia de 1940 no constituyen realidades con las cuales estemos hoy familiarizados. Y complejo porque la novela exhibe las muchas idas y vueltas que tiene todo propósito de edificar un orden razonable y de construir para uno mismo una moral aceptable.

Como en toda buena novela, no hay una separación esquemática y rígida entre ambos principios; los personajes transitan continuamente del uno al otro. Pero me llamó la atención que dos varones, el joven Boris y el ya viejo Mauricio Hochschild, sean los representantes de la tendencia apolínea, es decir: del orden y la mesura. Aunque aquí debo corregirme. Uno de los personajes más interesantes es el padre de Boris, el médico amante de la música clásica, de su trabajo y de su país. Por ser un judío convertido tempranamente al catolicismo y practicante de un acendrado patriotismo polaco, él se cree a salvo de las corrientes antisemitas. Es, naturalmente, una de las primeras víctimas de la barbarie nazi. Al comienzo de la novela, que es un pasaje muy bien logrado, el médico -culto e inteligente- inventa todas las excusas posibles para no abandonar Polonia, excusas que tienen un alto grado de plausibilidad, pero que se revelan como fatalmente falsas cuando los alemanes ocupan Varsovia. El hijo Boris, quien consigue en el último minuto una visa para Bolivia, está desgarrado entre la lealtad a sus padres, a su novia, a su tierra natal, y los imperativos de una razón práctica. Esta última obtiene una victoria pasajera.

Como pocos productos de la literatura boliviana, Los infames conecta dos temas universales -si se puede hablar de universalidad en un planeta pequeño-: la suerte de los judíos a mediados del terrible siglo XX y la cultura del burocratismo y autoritarismo. Creo que la autora posee un talento especial para la descripción de constelaciones socio-culturales. En mi opinión está muy bien lograda la descripción de la complicada atmósfera colectiva en Polonia y sobre todo en Varsovia en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial. Ormachea Gutiérrez hizo algo que no es tan habitual en Bolivia: sumergirse en la mentalidad, o mejor dicho: en las diferentes mentalidades contrapuestas que prevalecían en aquel país lejano amenazado por el poderoso expansionismo alemán.

Son también muy interesantes y plausibles los capítulos consagrados a la esfera de lo cotidiano en Polonia bajo la ocupación alemana, con sus pocas esperanzas y alegrías y sus muchas traiciones y desgracias. La autora ha conseguido reconstruir la atmósfera prevaleciente entre las capas medias en Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, y también la vida cotidiana en el campo de concentración de Auschwitz. Aquí se percibe lo que es un tratamiento inteligente de los detalles del ámbito diario: en lugar de celebrar trivialidades como si fuesen hechos importantes -que es lo que hace gran parte de la literatura de moda-, la autora nos muestra que cada pequeña acción puede traer sufrimientos mayores o la muerte a los involucrados que no pueden comprender ni el origen ni el sentido de su tragedia. Los fenómenos banales pueden tener un potencial destructivo que a primera vista parece inconcebible.

Los protagonistas principales, Boris y Varinia, son interesantes porque personifican conflictos éticos permanentes, como los tienen todas las personas que están situadas entre códigos morales contrapuestos. Y también hay que señalar un tema controvertido: los personajes masculinos tienen roles prefijados socialmente; por ello resultan previsibles hasta cierto grado. Por otro lado, están relativamente satisfechos con lo que alcanzan, lo que conduce a la larga a una cierta mediocridad satisfecha de sí misma. Las protagonistas mujeres, aunque no reflexionen sobre estos dilemas, quieren sobrepasar la medianía de sus vidas. El propósito generalmente no tiene éxito, pero las hace más interesantes que los varones.

Las porciones de la novela referidas al ambiente boliviano siguen el mismo principio. De manera indirecta, como corresponde a una obra de ficción, la autora pone en duda los mitos colectivos sobre los pretendidos logros del nacionalismo autoritario del presidente Gualberto Villarroel. El Estado de derecho y el respeto de los derechos humanos no eran los valores rectores del gobierno que duró entre 1943 y 1946. La obra de Verónica constituye, asimismo, un merecido homenaje a Mauricio Hochschild, uno de los llamados barones de la minería anteriores a 1952. Las leyendas populares atribuyen todas las maldades posibles a los magnates mineros, lo que, por supuesto, tiene que ver con la base de envidia, desinformación y prejuicios que caracterizan hasta hoy el sentido común histórico de la sociedad boliviana. La mezquindad colectiva impide reconocer rasgos positivos en los adversarios. La autora realiza una labor ejemplar al recordarnos la labor humanitaria -llena de riesgos y vacía de gratitud- que la historia hizo jugar al notable filántropo Mauricio Hochschild. Verónica Ormachea Gutiérrez y su obra nos obligan a ver este conjunto de síntomas con una mezcla de clarividencia y elegancia.

Hugo Celso Felipe Mansilla.

Doctor en Filosofía.

Académico de la Lengua.

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