Mi padre era de mucho viajar, durante mi niñez sabía que él vivía ausente del país por diversos motivos, el primero por sus negocios, hubo una época en la que la venta de alfombras lo llevó al éxito y a viajar por el mundo entero para satisfacer las demandas de sus clientes y probablemente para lograr más y mejores proveedores.
La segunda razón fue que mi hermana mayor enfermó de Lupus, una verdadera condena que en aquellos tiempos, hablo de los finales de los 70, era simplemente una condena de muerte, una muerte lenta y dolorosa para el paciente y su entorno. Felizmente hoy con los avances de la ciencia se ha podido superar ello, y con poderosos retrovirales se logra dar a quienes se enferman, mejores expectativas y sobre todo mucha calidad de vida.
Fue por entonces que desesperado por salvar la vida de Roxana, viajó con ella por muchos países entre Estados Unidos y Europa buscando la medicina ansiada y mejor si era la cura, lógicamente fue un fracaso rotundo en ese aspecto, pero seguramente lo que hizo mi padre por su adorada hija le ganó un lugar en el cielo pues no solamente perdió todos sus ahorros y lo ganado hasta entonces, sino que cuando ella nos abandonó, con ella también partió parte de la vida de mi progenitor.
De todos modos aunque la segunda razón de sus viajes no era de lo más agradable, un gordo bonachón, cochalo como mi padre sabía sacarle la nalga a la jeringa y hacer de cada viaje una anécdota digna de contar y hacer reír a quien fuere su curioso auditorio.
Resulta que mi padre era un quechuista cerrado, naturalmente dominaba el español, pero dado su origen tarateño, no podía con su léxico a la hora de poner apodos o insultar (sin ofender) a cualquiera de sus amigos de la cajcha o del ajedrez o del billar donde pasaba largas horas de sus noches solitarias.
Y en lo que a mí respecta, era bastante gracioso cuando se ponía de mal humor y me empezaba a retar, o reñir y quien sabe cuanta cosa más pero en quechua, que lógicamente yo no entendía absolutamente nada, pero como lo dije antes él no podía ni con su carácter ni con su léxico.
El tema es que pese a su bilingüedad, era un absoluto inútil para los demás idiomas. ?l ahora vive en Estados Unidos y francamente no tengo la menor idea de cómo se hace o trata de hacerse entender, porque las pocas veces que le escuché tratar de decir algo en inglés, era una mezcla de chicano con gringo cuello rojo de Wisconsin y por mucho intento que daba, nuevamente estaba en las mismas, no le entendía absolutamente nada.
Así y todo se dio modos para darle la vuelta al globo y en cada lugar tener su historia, sin embargo la más simpática es una que tiene lugar en Múnich, donde había acudido para ser el representante de las famosísimas alfombras Tufting. Salió del hotel, hambriento de aventuras teutonas y seguramente una buena cerveza y alguna salchicha bien gorda, pero como no se ubicó que estaba en una villa fabril, no iba a encontrar nada de eso en kilómetros. Siguió caminando en su afán y de pronto se vio perdido, y lo peor es que nadie se detenía si quiera a darle razón de nada o si lo hacía simplemente era imposible hacerse o poder entender. Desesperado cuando pasaron ya varias horas, no tuvo mejor idea que empezar a insultar a quien pasaba mentándole a la madre, hasta que un moreno de enorme bigote le dijo ¿oiga, qué le pasa?, mi padre lo abrazo y le dijo, pégueme si quiere pero por favor ayúdeme a volver a mi hotel.
Los idiomas y su dominio o aprendizaje son sin duda un tema muy interesante de tratar y debatir, no hay como saber y mejor dominar dos o más idiomas de nuestro diverso planeta, quienes tuvimos la suerte de ir al extranjero y comprender pero sobre todo dejarnos comprender lo sabemos y no cabe duda que cada padre debería tratar y hacer cualquier esfuerzo para que sus hijos en la edad temprana ya sepan por lo menos el inglés.
Lo propio y ojalá yo hubiera tenido la oportunidad de haber podido aprender una lengua originaria de nuestro país. Tanto el Aymará con su enorme riqueza y filosofía o el Quechua, con su dulzura y donaire, son dos lenguas maravillosas que de saberlas todos o casi todos como el Guaraní en el Paraguay por ejemplo, probablemente estaríamos mejor comunicados y con más sentidos en común de lo que ahora estamos en el país.
Pero a lo que deseo referirme en específico es a la ingrata situación que se ha presentado con la actual y desesperada búsqueda del nuevo Defensor del Pueblo. Y es que, de manera casi inmediata y con aspectos ya no tan anecdóticos para el actual gobierno, los postulantes que se veían más mediáticos y por ende contrarios al actual gobierno, pero con notables características como para ser muy bien habilitados en este tan importante cargo, han sido descalificados de entrada y todo por no "hablar" un segundo idioma nativo tal como demanda la convocatoria y más aún la Constitución.
No voy a dar vueltas en por qué a ellos se les observa eso siendo que tantos funcionarios públicos empezando por nuestros dos líderes máximos no lo hacen, o si es realmente necesario, o si es discriminativo o cualquier otra razón que usted pueda imaginar.
Yo voy a tratar de regirme a un lado un poco más científico que la simple controversia e ir más allá.
Si usted querido amigo lector sabe inglés o francés o cualquier otra lengua, y desea optar por un trabajo o una beca que requiera de este ítem, sabrá que no le alcanzará con decir que sí, sino que necesitará demostrarlo. Y para ello, en muchos casos, sobre todo los más importantes de la raíz latina, debe hacerlo con un certificado actualizado.
Me explico mejor. Para determinar si usted sabe y habla inglés por ejemplo, tiene que optar por uno de los muchos exámenes ya establecidos científicamente y aprobados con norma por Academias de Lengua Inglesa. El Toeffel, el Michigan, el SAT y muchos otros le dan a quien le tome esta prueba, un rango exacto de su nivel, en lo hablado, escrito, leído o entendido. Incluso de acuerdo al nivel de aprobación, porque no basta con tener nota, además requiere cierto porcentaje para optar por determinado trabajo o escuela.
Pero como le indicaba todo ello está científicamente elaborado y aprobado, y un detalle que no es menor, es que por ejemplo ninguno de estos certificados tiene validez mayor a los 90 días.
Así es, el idioma cuando no es nativo, suele ser tan volátil en la cabeza de una persona, que si no está en permanente ejercicio del mismo, es probable que si en enero obtuvo un 90% (que ya es mucho, hay Americanos que no logran ni el 65%), si no ha practicado, en junio obtenga un 80% y quizás menos, hasta en eso es radical el tema de la calificación para poder determinar la experticia en una lengua foránea.
Entonces me pregunto yo, con características como éstas, cuando hablamos de cosas serias, cómo es posible que se pida como requisito hablar una lengua nativa, si en todo el país no contamos con los elementos académicos para poder certificar esta situación.
Es más, qué pasaría si uno de los postulantes indica que su segunda lengua es el Esse Eja (del que tengo entendido quedan menos de 10 hablantes) o el Leco o el Tapieté, ¿Cómo lo van a examinar?, ¿Cómo van a saber su nivel de dominio?
Termino indicando que siendo una situación tan difícil de establecer científicamente y tratando de evitar la vergüenza que pasan los legisladores con diploma pero que no pueden contar ni hasta el 10 en su lengua aprobada, este requisito debería ser suspendido hasta que la gente de lingüística, haga un método científico para su enseñanza, aprendizaje y sobre todo evaluación.
(*) Es paceño, stronguista y liberal
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