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Domingo 10 de abril de 2016

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Cultural El Duende

Derrumbe y reconstrucción en el libro capital de Raúl Zurita

10 abr 2016

Fragmento de la valoración a la obra del poeta chileno Raúl Zurita por el escritor, traductor y crítico literario argentino, Marcelo Cohen

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Se dice de Zurita (Ediciones Universidad Diego Portales, 2011) que es un libro monumental, y no extraña. Consta de 740 páginas de poesía y pesa más de un kilo y medio, pero además es esencialmente grave. Todo en blanco y negro desde la tapa -con Raúl Zurita en sombras de Zurbarán-, contiene fotos de farallones gigantescos, de olas encrespadas rompiendo, la famosa foto-carnet del autor como reo santo, y los poemas, encuadrados con una severidad de columnas de combate o procesiones funerales, son piezas de bordes duros con un interior turbulento y superpoblado, como la obsesión. Los lapidarios títulos de las secciones, que según una nota final son "22 frases frente al mar sobrepuestas en los acantilados de la costa norte de Chile", dan fe de una confrontación agonística con la herencia y el futuro: Verás un país de sed - Verás auroras como sangre? Está lleno de imágenes grandiosas, de plegarias toscas, de tropos ensamblados como bloques móviles de espacio-tiempo. El tono comprende la tragedia, la narración directa, la sátira coloquial y el diálogo cinematográfico, la consigna, el responso, la blasfemia y la rogativa, el autosarcasmo bilioso ("todo ese pajeo del arte bajo la dictadura y blablablá"), el idilio, la descripción diáfana, la fantasía sintomática y más. "¿Y lo vieron después frente a esas playas imponente/ pálido moviendo la batuta frente a las rompientes?// Mientras detrás de él el atardecer caía como si fuera/ otro mar y nosotros el horizonte que miraba a LVB/ doblarse lloroso cayendo frente a esas olas?// Qué tocas le preguntaban a LVB los torturados cayendo/ como caen las rompientes en las playas. Quise/ interpretar estas rompientes pero era sólo el oleaje de/ los muertos les contesta él con tristeza sordo como/ Dios apuntando su batuta al ensangrentado cielo." LVB es Beethoven, uno de la multitud indiscriminada de muertos tutelares que se dispersa por las páginas, muchos llamados por citas o alusiones a sus obras o sus actos: José y sus hermanos, Lucrecio, Jesucristo, Dante. Shakespeare, Napoleón, Mel Gibson, el piloto del Enola Gay, Pavese, Ashbery, Michael Jackson, Cormac Mc Carthy, Raul Lagos. Víctor Jara. Bruno y Susana, los dos amigos de Zurita asesinados. Todos, como el pueblo de chilenos difuntos que deambula con ellos, en un escenario hecho con participios de ruina: desahuciado, triturado, desmoronado, petrificado, machacado; "huellas de un puente aplastadas"; "canciones cisterna descuartizadas". Entre los mares de piedras y los miembros de prisioneros arrojados a las montañas y las filas de éxodo, repican motivos recurrentes, tan diversos como Ha empezado a llover u Hondo es el pozo del tiempo. Lo bastante hondo para que quepa el futuro, el libro es también un umbral a lo desconocido por venir. Zurita tiende al mito -incluso al mito personal, desde la muerte del padre y el abuelo casi el mismo día cuando Raúl Zurita tenía dos años- y lo deroga. Escabroso, sombrío, se alza sobre la catástrofe como un memorial de la desgracia, el sufrimiento, la culpa del sobreviviente; se desespera por restaurar una noción de país contra el patrioterismo genocida de la dictadura de Pinochet y vislumbrar una Vida Nueva. Zurita siempre se dejó guiar por Dante, y aquí es su compañero. El libro es un agregado de escombros de la tradición y la experiencia tal como los capta la escritura del recuerdo, la pesadilla y la visión; un monumento funerario hecho con muertos. Apabulla; llama a la identificación, al estupor, el temor reverencial, a fugaces sospechas y al fin a una entrega entumecida, sin pensamiento, de donde un fragmento, no para todos el mismo, sacude de golpe al que lee con un conocimiento sólo formulable en esas palabras. Las heladas montañas se derrumban sobre sí/ mismas y caen. Tal vez el mar las acoja. Hay/ tal vez un mar donde los cuerpos helados caen./ Quizás Zurita eso sea el mar. Un limbo donde/ los cuerpos caen. Habrá también margaritas./ Margaritas en el fondo del mar de piedras? Tal/ vez las margaritas amen a las heladas montañas./ Tal vez los encantados cuerpos las escuchen gemir./ En una tierra enemiga es común que las/ margaritas giman oyendo caer las cordilleras. Y a veces, mientras uno avanza por los pasajes de repetición con mínimas variaciones, un pedazo vivo le da en la nuca: Yo con cada letra cago sangre.

"Los seres humanos no somos más que metáforas de lo mismo", dijo Zurita en una entrevista. "Si uno pudiese llegar al fondo de sí mismo sin autocompasión y sin falsa solidaridad, es posible que estuviera tocando el fondo de la humanidad". En 1973 Zurita tenía 23 años, se había separado de su mujer y de dos hijos -primera de una serie de deserciones brutales-, había estudiado ingeniería y militaba en el PC. La madrugada del golpe de estado lo detuvieron en Valparaíso y lo encerraron y torturaron durante tres meses en la bodega del carguero Maipo. Desde el lapso infame que va de la tarde del 10 de septiembre al amanecer del 11, Zurita irradia hacia la irrevocable primera infancia, varios pasados y el futuro incierto, encajonados en una geografía chilena feroz. En ese universo pululan fantasmas de la memoria y siluetas de una civilización que repetidamente culmina en la barbarie y una hoguera abarcadora, como cuando los torturados de un campo de exterminio oyen que suena Pink Floyd. Todo esto remite al Ulises de Joyce, algo que Zurita ha hecho explícito. Y es cierto que el libro no es un poema narrativo sino una novela en poemas; cientos de poemas de verso blanco, de métrica oscilante pero con pie y acentuación sostenidos. El aspecto de las páginas es de una homogeneidad sólo cortada por diversas jerarquías de títulos, por pocas imágenes, por llamamientos, citas y algunos cambios de tipografía o estrofa. Pero en el ritmo parejo, pequeños vacíos, hiatos, encabalgamientos en serie y cesuras improcedentes (versos terminados en preposición o artículo) expanden una experiencia personal y colectiva signada por la violencia - desgracia familiar, genocidio, escisión psíquica, desamor, hambre e intemperie de los desheredados, desatinos y traiciones íntimas, negación, martirio, aspiración, caída- pero también la concepción de un amor motriz, imperecedero, que vuelve a unir lo que el poder y el propio sujeto desmembraron. Es como si la vivencia sólo encontrará un paralelo en una poesía de la promiscuidad. Lugares que se solapan, momentos distantes que se intersecan, personas y tiempos verbales que se aprietan o se relevan, figuras que se sustituyen, desnudez e impostura, usurpación mutua entre texto e imagen, entre documento y ficción; además de esa suerte de geología cinética inseparable de la emisión de Zurita: un paisaje animado, vivo, pero de una majestad indiferente a las ideas humanas de belleza y horror. "¡El río Maulín es el mismo meollo del mundo! Gritó. El/ sol se clavaba en los ventisqueros y bajo ellos las aguas/ relumbraban. Estaba en cuclillas y se limpiaba la sangre/ reseca entre las piernas."

Zurita comprende miles de años; no existiría sin la herida histórica del golpe pero tiene vocación de eternidad. Da una lengua y aliento a la constelación de percepciones, pensamientos y memorias que en cada momento de la vida real la ansiedad reduce a un solo artículo. Esas sincronías siempre irrumpen desde una intimidad en el presente, que podría ser la vida del Raúl Zurita maduro en un departamento de Berlín donde sueña sin cesar, y del acople de materiales de distinto orden nacen vástagos de forma caprichosa, terceros términos, las emergencias inefables que suelen engendrar la metáfora y el montaje. El exilio masivo de los chilenos se funde con el de Israel en Babilonia; una pensión en Buenos Aires con un bote en el mar en llamas frente a Valparaíso. Zurita se desliza de un procedimiento en otro confiado en haberlos asimilado ya tanto que si deja ir la voz le saldrán espontáneamente. Quizá monte cada poema como un talismán: un compuesto para la mnemotecnia mágica. Lógicamente, predominan los sueños, muchos como secuencias de película a semejanza de Los sueños de Kurosawa . "?Las fronteras han sido sobrepasadas y si/ hubiese un testigo pero no hay testigos,/ este habría afirmado que esas infinitas toneladas/ de desperdicios desplazándose recordaba a un/ ejército que huye en desbandada. Kurosawa,/ le digo entonces, tú habrías filmado ese desierto, tú / habrías filmado los retorcido fierros del edificio/ de aduana con las filas de cadáveres alineados?/ y las interminables hileras de buses y automóviles/ calcinados mimetizándose con las piedras de ese/ paisaje lunar. Tú habrías filmado la carretera/ triturada, /los restos del cartel caminero con unas/ señales que en el sueño no logro descifrar."

Tomado de Letras S5

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