Sábado 09 de abril de 2016
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Una madre, que no habÃa perdido un familiar ni tenÃa parientes entre los terroristas, sollozaba inconsolable mientras gritaba: "ninguna religión puede justificar el terrorismo, las religiones se originaron para conversar con la divinidad y dar amor". Contemplaba, azorada, los cuerpos ensangrentados que yacÃan en la calle, anónimos y a la vez hermanos.
La escena ya no es original de un lugar lejano, en una aldea de Afganistán o en una montaña de Irak. El uso del terror ha invadido los escenarios públicos de todo el mundo y el miedo se apodera de los transeúntes que saben que todo es posible, pero a la vez no pueden dejar de usar el metro o asistir a la mezquita.
Me tocó hace poco deambular entre la plaza, Taksim y la Torre de los Gálatas por la calle de la Libertad, poco después del estallido de una bomba a mi derecha y poco antes de otro atentado a mi izquierda. En esa misma avenida que retrata el paso de las más importantes civilizaciones del mundo; guarda monumentos de las grandes religiones universales y da cobijo a gente que todo el dÃa canta, toca tamboriles y baila danzas sagradas cerca de la cuna de los derviches. Aún los refugiados de caras tristÃsimas se detienen a aplaudir.
