Cuando todo arde sin fuego

Los dos hermanos llegaron al agasajo ofrecido por el Rey Agamenón, que celebraba con estos emisarios de Troya la alianza con el Rey Príamo, después de eternas amenazas de guerra. Y aunque el supremo mandante de Mecenas hubiera deseado partir rumbo a la isla en son bélico, el consejo prefirió el intercambio comercial y el fortalecimiento militar, antes de estrellarse contra la ciudad amurallada, cuya fama de impenetrable había llegado a todos los confines del Mediterráneo.

Es imposible vencer a Troya, Apolo la protege, los Dioses están con ella, y su sabio Rey tiene a su gente contenta, ¿para qué animarnos a chocar contra un bloque infranqueable?, es hora de celebrar demandaron, y el Rey aceptó.

El vino, la música y las mujeres, alegraron la vida de los mandantes y los guerreros en el palacio, y los invitados se solazaron en las comodidades y deleites que brindaba el festejo, mientras que cuatro ojos se cruzaban y no podían desprender el contacto.

Cuando llegó la edad de ser desposada, la leyenda cuenta que Helena ya había sido raptada y que después de huir de sus captores, tenía que casarse prontamente, por lo que los pretendientes llegaron de todos los confines del Egeo, al extremo que según decían, se podía hacer un ejército con todos ellos, sin embargo fueron descartados de a poco hasta quedar solamente los líderes de muchos pequeños ejércitos y marinas.

Pero como casi siempre pasa, terminó casada con el que menos se podía imaginar uno. El afortunado era Menelao, hermano de Agamenón, así que Tindáreo, en un acuerdo con los Dioses, logró que sus dos hijas estén casadas con los dos hermanos (Clitemnestra era la esposa de Agamenón) y así, él poder gobernar desde detrás del Trono.

Pero en este arreglo de nupcias nadie contó con que la opinión de Helena también podía valer, y cuando Paris, uno de los hermanos troyanos ingresó en el festejo, ambos se enamoraron perdidamente, optaron por arriesgarlo todo, incluso sus vidas, y huyeron rumbo a Troya, de paso, llevándose un enorme tesoro con ellos.

Cuando Héctor, el hermano mayor y príncipe heredero se enteró en altamar de la osadía del caro fraterno, montó en cólera y al grito de media vuelta quiso girar las naves y devolver a la coscolina polizonte con su traicionado y abandonado esposo, sin embargo todos en la embarcación le hicieron notar que ello ya no tenía sentido, que ni bien vieran las naves acercarse a puerto los incendiarían y no tendrían la posibilidad ni siquiera de desembarcar y mucho menos dar explicaciones. La suerte estaba echada, sólo quedaba llegar a tierra y sería el Rey padre quien dilucidara el romántico entuerto.

El padre rabió al principio, pero era el padre y Paris era su hijo, y si su "travesura" le costaría una guerra a su reinado, pues que sea bienvenida dijo, y mandó a Héctor a preparar la batalla y la defensa de la ciudad. Aunque cuenta también la leyenda que de ninguna manera iba permitir semejante barbaridad y que devolvería a ambos tórtolos de vuelta solos, sin embargo, cuando vio la hermosura de la plagiada, cayó rendido ante ella y prefirió que sus hombres se sacrifiquen antes que dejar partir a la dueña de tan divina beldad.

Al otro lado del Egeo, Agamenón que se relamía los bigotes por el olor a sangre, le dijo a Menelao que lavaría su honra, y no dejaría esta afrenta sin perdón. Juntó a todos los pretendientes que se quedaron con las ganas de casarse con Helena y formaron la flota más grande de la historia hasta ese momento para partir rumbo a Troya, una especie de Normandía en tiempos de la Ilíada.

Una y otra vez se estrellaron contra los muros y los hombres de Héctor, pero no podían vencerlos, los reyes habían prometido a sus hombres oro, mujeres y fama, pero nada de eso podía llegar puesto que Troya era inexpugnable. Ni siquiera la muerte del valiente príncipe a manos de Aquiles había podido causar mella, peor aún, había levantado el odio de sus hombres a los invasores y Helena se convertía de a poco en un símbolo de lucha para este aguerrido pueblo troyano.

La guerra estaba perdida y no había forma de penetrar la ciudad, el duelo declarado por la muerte de Héctor había dado a ambos bandos la oportunidad, a unos de guardar el duelo por su soberano, a los otros de alzar velas y partir derrotados.

Cuando terminó el luto y todos se habían retirado, los troyanos vieron en las puertas del fortín que los retirados invasores habían dejado un símbolo de paz. Un monumental caballo hecho de madera como ofrenda por la pérdida del hijo del Rey.

Jamás había sucedido algo parecido, y siendo que después del dolor el pueblo quería festejar la victoria militar, metieron al gigantesco equino hasta el corazón mismo de la metrópolis y dieron rienda suelta a la alegría.

Lo interesante de esta historia es ver cómo empieza y termina en fiesta, puesto que cuando el pueblo estaba ebrio y dormido, después de una ardua parranda, del interior del caballo descolgaron en cuerdas cientos de hombres que tras matar a los que tuvieron a mano, abrieron por dentro las puertas de la fortificación, y dejaron que los invasores ingresen por centenares de miles a destruir y esclavizar a la hasta ese momento inexpugnable ciudad.

Ardió Troya y sus habitantes sufrieron por siglos las consecuencias de la derrota, sin embargo la causante de semejante embrollo, dejó la destrucción como si nada. Cuando Menelao llegó hasta donde estaba ella, levantó la espada para cercenar su cabeza, a Helena le bastó con desnudar sus pechos un instante, para que el abandonado marido vuelva a arrastrar la cobija y parta con ella rumbo a Egipto a vivir su segunda luna de miel.

El resto del drama tiene más aristas, pero como ya relaté la mejor parte, prefiero hacer un análisis no sobre lo que somos capaces de hacer los hombres por una mujer, sino de lo que son capaces las mujeres de hacer en uno o muchos machos que no sabemos ni podemos concentrarnos o dilucidar correctamente cuando un bello par de ojos hace que perdamos la irrigación sanguínea en el cerebro y por ello, casi nunca medimos las consecuencias, o cuando lo hacemos ya es demasiado tarde, y sólo nos queda afrontarlas.

Me contaron de un gobierno estado que también se sentía invencible, tanto es así que dice que apostaron por ganar incluso cuando ni necesitaban ganar, pero que también una dama de finas y nuevas líneas está destrozando sus más fuertes cimientos. Resulta todo un misterio saber en qué terminará la historia de esta criolla Helena.

(*) Paceño, stronguista y liberal