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De Zenobia Camprubà a Juan Ramón Jiménez
Domingo noche, verano de 1913
Querido amigo Juan Ramón:
Como me esté un momento más callada estallo, y como no tengo ganas de estallar, aquà va esto, que usted llamará carta, o algo menos chino, pero que yo llamo un rompimiento colosal del dique de mi paciencia y un desbordamiento igualmente colosal de mi ira, indignación, furor, etc. (etceterorum) (yo me he de reÃr hasta cuando rabio). ¿Por qué está usted siempre con esa cara de alma en pena? ¡Es usted un egoÃsta de primera! ¡Caramba! No le da la gana de ver más que lástimas en el mundo. Hasta yo me pongo tristeÂ? conque ¡diga usted! Si a usted lo que le pasa es que necesita salirse de la dichosa rutina cariacontecida de su interior. Yo le voy a curar a usted de raÃz, pero de raÃz. Sálgase de una vez de su cuarto tenebroso (para usted tenebroso, aunque tenga 6 ventanas y un arco voltaico) de la calle Villanueva, y váyase al Escorial, a Moguer y después a la Residencia -pero ¡por Dios enseguida! Y cuando vuelva a Madrid después de haber respirado un poco el aire de campo, yo me encargo de que no le vuelva a dar tristeza. No le voy a dejar parar. ¿Para qué le sirven a usted sus benditos versos? Si fuera verdad que encima de un asno le floreciera el corazónÂ? paseÂ? pero si a usted no le florece el corazón nunca. Si fuera usted un almendro, un peral o siquiera un magnolioÂ? pero si es usted un ciprés, más parado y sombrÃo que los del Generalife. Déjese de tristezas una temporada y véngase a jugar con todas mis amigas andaluzas y conmigo. Ya que se enfada porque le digo que quiero que se enamore de una de mis amigas, lo desdigo. No se enamore usted de ninguna, pero deje que le sacudamos un poco esa tristeza. Sus amigos deben ser todos una serie de lechuzas o no se lo hubieran tolerado a usted. Yo si fuera su hermanaÂ? cuando viniera a casa, cogÃa todos los cojines de la sala y lo estaba bombardeando hasta hacerlo reÃr.
Anoche no pude terminar mi carta y hoy la concluyo en casa de Josefina. Nos vamos a comprar un par de castañuelas para mandárselas a usted. Acabo también de recibir su carta: "Frater Luna, si en eso estamos desde que lo conocÃ". Usted se parece tanto a mi hermano mayor que muchas veces no sé cuál es cuál. Y ¿quién le ha dicho a usted que yo me voy a casar con nadie, pájaro de mal agüero? ¡En eso estoy yo pensando! ¡Y aquà en España! ¡Enseguida! ¿Por qué no será usted una muchacha, Dios santo? No se vaya usted con Ortega Gasset, váyase con Jaen o con cualquiera que no sea otro sauce como usted. Póngase a escribir seguidillas, vÃstase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allÃ.
¡Alegrémonos de haber nacido! "Frater Sol"
De Juan Ramón Jiménez a Zenobia CamprubÃ
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Lunes noche, verano de 1913
Hermana Zenobita:
(Los hermanos no pueden llamarse de usted; yo lo suprimo ya para siempre)
Llena la frente de estrellas, después de haber estado cerca de ti dos horas, cuando has cerrado el balcón rojo, me he venido hacia casa despacio y triste, triste aunque te parezca mal, ¡reina de la risa! El balcón de tu alcoba, oscuro y hondo, seguÃa abiertoÂ? ¡Con qué pobres dichas se contenta a veces el corazón, el corazón que subió tanto!... muy alegre estabas hoy cuando me escribiste tu carta. Te la agradecà con toda mi alma, pero cuando la terminé me eché a llorar. No es una carta tierna ni dulce. De haberlo sido, me habrÃa puesto más alegre. No, Zenobita, no es que yo sea fúnebre siempre. ¿Me quieres decir qué tiene uno en el corazón de vuelta de esas frivolidades a que, tan muerta de risa, me invitas? Por ejemplo: Esta carta en verso de Josefina, ¿qué compensación puede tener? ¡Hay tantas cosas que están por hacer, que nadie hace, mientras tanto! Tú, la bien dotada, ¿qué vas a hacer de tu vida? ¿Qué sacas en limpio de esas charlas con esas amigas "tan simpáticas" que no han podido comprender al Greco? No soy un maestro de escuela, pero tú sabes bien que el espÃritu es una realidad, que existe, que puede ser mucho y que está esperando serlo. Recuerda las palabras de Leonardo da Vinci: "Como un dÃa bien empleado da alegrÃa al dormir, una vida bien usada da alegrÃa al morir". Tú eres mucho y tienes la obligación de serlo. ¿Qué satisfacción puedes hallar hablando con personas cuyo espÃritu anda tan lejos del tuyo? Quieres también, y bien sabe Dios cómo te agradezco tu buen deseo, que yo haga lo mismo. ¿No te da pena hacerlo tú y pensar que yo lo haga? Buen sermón -dirás-, y para nada. ¡Ay!, la verdadera alegrÃa está más adentro, Zenobita, y dura más. No se acaba, ni se cansa con el cuerpo. Esta es la que yo quiero, ¡la que no se aba nunca! Es inútil que nos olvidemos de esa gracia interior por la que podemos crear el infinito. El castigo está en el mismo olvido. Solo hay un retorno alegre: el del trabajo espiritual. No quiero decir que tú no goces con la venta o con el hallazgo de un capitel o de un canecillo, pero seguramente estarÃas más alegre cuando el portugués del hospital te miraba y te hablaba de la gloria, cuando te escribÃa el niño de la Rábida, cuando Catalina te decÃa que tu retrato le habÃa saltado las lágrimas. Y si llevara a esas amigas tuyas a un estado superior, todo estarÃa bien; pero estar con ellas -¡o con ellos!- por "pasar el rato", amoldando un alma como la que tienes a las suyas, es sencillamente una bajeza. ¡Perdóname! ¡T quiero tanto que querrÃa que tu luz lo inflamara todo y que a ti nada te oscureciese! "Póngase a escribir seguidillas, vÃstase de torero y plántese en la calle de las Sierpes a echarle piropos a todas las inglesas feas que desfilen por allÃ" "¡Alegrémonos de haber nacido!" aun cuando todo esto sea una broma, aunque lo hayas escrito con la mejor de las intenciones, Zenobita, en serio te lo digo: ¿no te ha dolido nada al escribirlo? ¿Cómo puedes olvidarte asà de ti misma? ¿O crees que eso puede ponerme más contento? De todos modo, no me dejes sin mi misma. Te necesito como seas, como quieras ser, y yo seré lo que tú quieras, solo porque seas feliz. Si ahora mismo me dijeran que con mi muerte se conseguirÃa tu felicidad, la muerte me parecerÃa tan dulce como tú misma. Y, antes de concluir: puesto que hemos convenido en ser hermanos, no te alejes asà de mÃ. Te prometo no decirte nada más que cosas fraternales. Pero ¿por qué, si verte es mi alegrÃa, no he de verte? ¿Por qué dejar pasar con los dÃas este encanto? ¡que no vuelve! ¿De las palabras buenas, de las miradas cariñosas, de las sonrisas deleitables? Ve a la Residencia, que nada haré que esté mal. ¡Y escribe a este hermano tuyo que solo desea tu verdadera dicha!