Loading...
Invitado


Domingo 27 de marzo de 2016

Portada Principal
Cultural El Duende

LETRAS ORUREÃ?AS (2016)

Horizontalismo

27 mar 2016

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

A pesar de sus intenciones frustradas tantas veces, Juan Carlos volvía a pensar en la necesidad de tapar aquella rendija por la cual el sol penetraba en audaz cuchillada. Eran las siete de la mañana más o menos; no tardaría en pasar por la calle desierta el carro basurero. Le dolía tener que levantarse, pisar con los pies desnudos el piso frío para ir a tapar la grieta en el postigo, rutilante y molesta.

Antes de animarse a dar el salto, venciendo la distancia de su cama a la ventanuca, dejó vagar la vista a su alrededor. Advirtió enseguida la taza humeante dejada por su madre en el velador; el vapor subía haciendo eses; parecía una grímpola de plumas, un girón de sueño disipándose. Por todas las grietas menores de la tal ventana decrépita el sol tendía líneas luminosas a través del aposento.

El día claro, pleno de radiosidad, fresco, alegre con los repiqueos de las misas dominicales, se hacía adivinar incitante. El joven dio el salto, corrió el tragaluz y en vez de tapar la rendija, abrió las dos hojas de la ventana mientras tiritaba de frío. La casa del frente, de paredes carcomidas estaba a esa hora bañada en oro, refulgiendo el brillo diamantino de sus dos o tres vidrieras� Un rato quedó el hombre admirando la visión; volvió luego al lecho apremiado por el fresco que crispaba las carnes.

Sorbo a sorbo bebió el café. Cogió de la mesilla de noche el consabido cigarrillo aspirando deleitosamente el humo. Comenzó a soñar despierto.

Cavilaba buscando motivos en qué emplear la fantasía; acaso solo fuese cuestión de asir el rabillo de cualquier tema, esplenderlo, estirarlo en una novela de trama complicada o, simplemente, escoger realidades presentes para hacer de ellas "castillos al aire" con mucho ropaje imaginativo. Gustaba, Juan Carlos, engañarse a sí mismo con la vibración de episodios subjetivos; tanto jugaba en ese "deporte" de crear imágenes en climas de ficción que solía hablar en voz alta o extrañarse de tener los ojos húmedos de lágrimas. Estaría bien personificado al afirmarse que era un soñador, un fugado de la realidad.

De mucho tiempo disponía nuestro héroe, aquel domingo de invierno, para sumirse en lo que llamaba "el placer del horizontalismo" cuya verdad no era otra -al decir de sus familiares- que ociosidad y abulia. Su madre, madrugadora, acostumbrada a la actividad del alba en su templo favorito, dada a gozar de los santos oficios, en momentos de concentración popular donde era ella la "beata", no regresaría a casa sino después de cumplir sus devociones, departir con las amigas, y recorrer los mercados buscando algún extra para el almuerzo del día.

En un tratado de filosofía, Juan Carlos, halló un precepto de toda su afición que venía como "anillo al dedo" a sus ideas extravagantes. Lo tenía siempre presente como dogma a sus inquietudes de "reposo", tanto como a sus conceptos del horizontalismo. Le había gustado la frase profunda: "Más vale estar sentado que de pie, tendido que sentado, y muerto que tendido"� Sin ahondar el análisis del principio budista, falto de cultura superior que le permitiera llegar al límite del Nirvana, aceptó el fundamento oriental en lo que significaba a "estarse echado" sin llegar a la muerte, fin espantable aún a sus años mozos.

Derivaba sus meditaciones sobre la antítesis de la muerte o sea la vida; trataba de reforzar la idea de que la "muerte" por muy dulce que pareciera a los santos "yoguis" no dejaba de ser pavorosa. Tiempo sobraría al envejecer, de perder el temor al destino ineluctable.

La mañana, perdida su luminosidad de alborada, se había tornado opalescente en la pieza. De este cambio de tonalidad, en apoyo de su amor a la vida muelle, extrajo un motivo humano y un recuerdo. Su amiga Lucrecia a quien en la escena de una mancebía vulgar llamábanle Lucy, le contó en cierta ocasión lo del suicidio imposible:

"Hallábame -le había dicho Lucy- en estado de completa desesperación. Solo existía un camino de librarme de la angustia: matarme. Arreglé mis pocas cosas para el viaje definitivo. Tú sabes o debes imaginarte cómo se olvida una de tantos detalles importantes como la confesión, el arrepentimiento, las cartas de despedida; nuestras vidas (se refería al lupanar) movidas de pasiones e impulsos suelen perder el hilo espiritual que guía a las iglesias. Por esta razón, al suicidarse una mujer cualquiera su acto es prosaico, no despierta lástima entre sus allegados�".

* Rafael Ulises Peláez Collazos. Oruro, 1902 - Santa Cruz, 1973. Periodista, narrador y profesor.

Para tus amigos: