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A pesar de sus intenciones frustradas tantas veces, Juan Carlos volvÃa a pensar en la necesidad de tapar aquella rendija por la cual el sol penetraba en audaz cuchillada. Eran las siete de la mañana más o menos; no tardarÃa en pasar por la calle desierta el carro basurero. Le dolÃa tener que levantarse, pisar con los pies desnudos el piso frÃo para ir a tapar la grieta en el postigo, rutilante y molesta.
El dÃa claro, pleno de radiosidad, fresco, alegre con los repiqueos de las misas dominicales, se hacÃa adivinar incitante. El joven dio el salto, corrió el tragaluz y en vez de tapar la rendija, abrió las dos hojas de la ventana mientras tiritaba de frÃo. La casa del frente, de paredes carcomidas estaba a esa hora bañada en oro, refulgiendo el brillo diamantino de sus dos o tres vidrierasÂ? Un rato quedó el hombre admirando la visión; volvió luego al lecho apremiado por el fresco que crispaba las carnes.
En un tratado de filosofÃa, Juan Carlos, halló un precepto de toda su afición que venÃa como "anillo al dedo" a sus ideas extravagantes. Lo tenÃa siempre presente como dogma a sus inquietudes de "reposo", tanto como a sus conceptos del horizontalismo. Le habÃa gustado la frase profunda: "Más vale estar sentado que de pie, tendido que sentado, y muerto que tendido"Â? Sin ahondar el análisis del principio budista, falto de cultura superior que le permitiera llegar al lÃmite del Nirvana, aceptó el fundamento oriental en lo que significaba a "estarse echado" sin llegar a la muerte, fin espantable aún a sus años mozos.
Derivaba sus meditaciones sobre la antÃtesis de la muerte o sea la vida; trataba de reforzar la idea de que la "muerte" por muy dulce que pareciera a los santos "yoguis" no dejaba de ser pavorosa. Tiempo sobrarÃa al envejecer, de perder el temor al destino ineluctable.
La mañana, perdida su luminosidad de alborada, se habÃa tornado opalescente en la pieza. De este cambio de tonalidad, en apoyo de su amor a la vida muelle, extrajo un motivo humano y un recuerdo. Su amiga Lucrecia a quien en la escena de una mancebÃa vulgar llamábanle Lucy, le contó en cierta ocasión lo del suicidio imposible:
* Rafael Ulises Peláez Collazos. Oruro, 1902 - Santa Cruz, 1973. Periodista, narrador y profesor.
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