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Domingo 27 de marzo de 2016

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Cultural El Duende

LETRAS ORUREÃ?AS (2016)

Y las entrañas se horadaban

27 mar 2016

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¿Y el drama de la mina? Con su tenebrosa realidad era el gozo de unos que al no querer ver la luz, solo tenían un juicio despiadado contra las tinieblas� de los demás� Los mineros, cada vez en más impresionante número, seguían en la dura faena de la extracción de metal sin siquiera sentir tedio porque estaban vacíos de alma. Más recursos humanos y técnicos aumentaban la producción y la opulencia de sus orgullosos dueños.

Cientos de hombres se ofrendaban en los sórdidos socavones y unos pocos acumulaban y derrochaban infinitas fortunas labradas con la angustia de los atrapados en las oquedades de la metálica entraña.

Vivían nada más que para producir y llegaban a consustancializarse de tal manera con el lóbrego ambiente de la mina, que la maravilla de la luz solar y el aire puro no era en modo alguno vital para estos desdichados.

Desde la titilante luz auroral, estos extraños y sumisos seres cuyo discernimiento se debatía en las tinieblas de sus obnubiladas conciencias de impenetrable oscuridad como la postrer negrura de la noche que espera el amanecer, comenzaban su penoso y desmedrado afán enfundándose en harapiento indumento con rellenos de trapos por todos los huecos del cuerpo para sentirse con algún peso y tener la sensación de estar abrigados.

Comían cualquier grasosa bazofia o sancocho para llenar el estómago y aguantar hasta el anochecer siguiente; dormir unas horas en hipante ansiedad, volver a comer y trepar y trepar por la angulosa senda siguiendo macilentos y encorvados el oscilante y débil haz de luz de un maloliente mechero sujeto por la encallecida mano cual reptante figura que sorteara pedregosos atajos, hasta enfrentarse con el blanqueado arco de piedra de acceso a la negra boca que era la principal entrada por donde los hombres desaparecían en cada amanecer, para volver deformados y absurdamente indefinibles con su terroso semblante donde retratábase un lóbrego ensimismamiento con ausencia total del hombre.

Ellos ya no podían vivir otra vida. Son parte de la tenebrosa oquedad de la mina y no tendrán más luz que la humeante lumbre de sus mecheros que no les hace reparar ni en la oscuridad de sus vidas sin huella.

Eran como las mulas carreras que obligadas a rebencazos entraban en los socavones para no salir más a la luz solar. Y cuando salían, si es que salían, tampoco podrían tener libertad de movimiento, temblorosas y desatentadas como quedaban a la luz del día. Las pobres bestias, cegadas como estaban por años de arrastrar y arrastrar entre rieles, carros cargados de toneladas de bloques de roca mineralizada, acababan despeñadas con la enloquecida mirada de sus ojos sin luz. Y así, tras este común destino de hombres y bestias, ellos, los que arrancan la riqueza con sus manos, no se moverán sino en la misma dirección, del campamento a la mina y de esta a la tumba que tanto podía ser la misma mina o el sórdido lecho de adobe donde sucumbirán ausentes de un destino humano como arrojados de la mano de Dios�

Y las minas, ¡ahh�! las minas que mientras más desgajadas parecería que espigarán sus vetas en cada carga de dinamita, mostrando sus filones metálicos cual pérfida sonrisa de infiel amante, para atraer y atraer siempre y hasta la muerte al enamorado de sus entrañas, seguirán devorando más y más vidas en macabra ofrenda a los "molochs" de todos los tiempos que triturarán las esperanzas de hombres inmersos en una fundente y azarosa quietud.

Y es que para ellos, en cuyo martirizado semblante ya no asomará jamás la alegría de vivir, está la mina como su hábitat ineluctable deparado por su trágico destino. Y no se parecerán siquiera al santo de Asís tan desfigurado por el patetismo racionalista que hacen de él, el santo de la seráfica humildad solo por la atracción de la riqueza poética de su vida.

El dolor, la angustia y la miseria no cuentan como realidad sangrante. Hay elegías de recital para la desgracia y la desdicha con ficciones de dolor, pero se cierra casi siempre los ojos al sumergirlos en el claro fontanar cristiano de donde emergen su fuerza y su bondad.

Y cuando el corazón cierra los ojos, las conciencias no se estremecen, aunque las entrañas se horaden�

Jorge Barrón Feraudi. Potosí, 1915 - Oruro, 1976. Narrador y periodista

Rescoldos de angustia

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