Cientos de hombres se ofrendaban en los sórdidos socavones y unos pocos acumulaban y derrochaban infinitas fortunas labradas con la angustia de los atrapados en las oquedades de la metálica entraña.
VivÃan nada más que para producir y llegaban a consustancializarse de tal manera con el lóbrego ambiente de la mina, que la maravilla de la luz solar y el aire puro no era en modo alguno vital para estos desdichados.
Desde la titilante luz auroral, estos extraños y sumisos seres cuyo discernimiento se debatÃa en las tinieblas de sus obnubiladas conciencias de impenetrable oscuridad como la postrer negrura de la noche que espera el amanecer, comenzaban su penoso y desmedrado afán enfundándose en harapiento indumento con rellenos de trapos por todos los huecos del cuerpo para sentirse con algún peso y tener la sensación de estar abrigados.
Ellos ya no podÃan vivir otra vida. Son parte de la tenebrosa oquedad de la mina y no tendrán más luz que la humeante lumbre de sus mecheros que no les hace reparar ni en la oscuridad de sus vidas sin huella.
Eran como las mulas carreras que obligadas a rebencazos entraban en los socavones para no salir más a la luz solar. Y cuando salÃan, si es que salÃan, tampoco podrÃan tener libertad de movimiento, temblorosas y desatentadas como quedaban a la luz del dÃa. Las pobres bestias, cegadas como estaban por años de arrastrar y arrastrar entre rieles, carros cargados de toneladas de bloques de roca mineralizada, acababan despeñadas con la enloquecida mirada de sus ojos sin luz. Y asÃ, tras este común destino de hombres y bestias, ellos, los que arrancan la riqueza con sus manos, no se moverán sino en la misma dirección, del campamento a la mina y de esta a la tumba que tanto podÃa ser la misma mina o el sórdido lecho de adobe donde sucumbirán ausentes de un destino humano como arrojados de la mano de DiosÂ?
El dolor, la angustia y la miseria no cuentan como realidad sangrante. Hay elegÃas de recital para la desgracia y la desdicha con ficciones de dolor, pero se cierra casi siempre los ojos al sumergirlos en el claro fontanar cristiano de donde emergen su fuerza y su bondad.
Y cuando el corazón cierra los ojos, las conciencias no se estremecen, aunque las entrañas se horaden�
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