Sábado 26 de marzo de 2016
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La diferencia más importante entre las personas que ocupan altos puestos en el poder político suele ser la condición humana. Existen textos históricos y novelas que nos cuentan, por ejemplo, cómo se comportaban los dictadores en "Yo, el Supremo", el "Otoño del Patriarca", o en "La fiesta del Chivo" con sus "súbditos", con sus "richelieus", con las jóvenes mujeres.
Esta semana, contemplé escenas históricas en La Habana, Cuba, inimaginables hace meses. Entre esos cuadros repetidos por la televisión, me llamó la atención una actitud, una sonrisa y un abrazo. Vi descender al hombre más poderoso del planeta, Barak Hussein Obama, impecable pero sencillo en su traje negro; ágil como atleta afro; sonriente como si fuese a una cita con sus amigos; agarrando con su zurda el paraguas para defenderse de las gotas tropicales que caían indiferentes a la intensidad del momento.
?l, que se ata sus propios zapatos, también se refugia de la lluvia con su propio esfuerzo. Entre el protocolo perfectamente organizado por los cubanos, intentaba cubrir primero a su esposa y a su suegra, igualmente contentas. Sus hijas, modernas pero sin excesos, mantenían la calma aferradas a la compartida sombrilla.
Saludos, flores para agasajar a las mujeres, y un abrazo leve, pero suficientemente fraterno como pocas veces se da entre representantes de dos sistemas enfrentados por décadas. Sin hipocresías, con confianza de ambas partes, dando una lección al mundo.