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Domingo 13 de marzo de 2016

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Cultural El Duende

Diálogo con el poeta argentino Jorge Ariel Madrazo

13 mar 2016

Rolando Revagliatti

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¿Qué medios periodísticos en los que te hayas desempeñado destacarías? ¿Qué secciones cubriste y de cuáles llegaste a ser el principal responsable, con qué otros escritores compartiste redacciones?

Los principales hitos de mi trabajo periodístico fueron, en el país y en gráfica, la revista "Siete Días Ilustrados" (fui Secretario de Redacción de su edición nacional y luego de la Latinoamericana) y el recordado matutino "La Opinión", fundado por Jacobo Timerman. En los años ´60 estuve muy cerca de "La Rosa Blindada", publicación que dirigía Mangieri, donde reencontré al joven Juan Gelman que ya había admirado en sus lecturas públicas y a través de los discos del Tata Cedrón. Ya en Venezuela transité por varios medios gráficos hasta desempeñarme como Director del semanario "Elite" y, luego, Secretario de Redacción de la filial venezolana de la agencia de noticias italiana ANSA. Una vez de regreso en la Argentina, pasé por otros medios como la revista "El Observador", el matutino "Clarín" -en su sección Internacional-, y algunas colaboraciones esporádicas para la última etapa de la importante revista "Crisis", que dirigió el poeta y periodista Jorge Boccanera. Por fin, fui colaborador permanente de la publicación virtual y gráfica "El Arca", órgano de la Caja Nacional de Ahorro y Seguros, hasta su desaparición, poco tiempo atrás. Raúl González Tuñón (con quien apenas tuve trato, por mi timidez en aquellos años), Gelman, Francisco Urondo, el gran dibujante Hermenegildo Sabat, Tabaré Di Paula, Sergio Morero, Alberto Szpunberg, Ramón Plaza, son algunos de los nombres, imborrables hasta hoy, surgidos en aquella larga etapa periodística y poética a la vez. Hubo más, es claro, pero no quiero convertir este diálogo en una guía telefónica.

¿Cómo se gestó, se produjo tu "Conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell" (1933-2004), ese volumen que en 1998 fue editado a través del sello Vinciguerra?

Ese trabajo, que me permitió transitar la intimidad (a menudo dolorosa) y la obra de una gran poeta y amiga, ninguneada hasta por una trajinada antología que pretendió dar cuenta en 2010 de los "200 años de poesía argentina" (sic), surgió a pedido de la propia editorial. Y se gestó a lo largo de muchas horas de entrevistas y de charlas más distendidas, en su departamento porteño del barrio Norte. Elizabeth irradiaba un talento y encanto especiales, y era un tesoro de anécdotas y de sentimientos muy profundos en cuanto al tan particular reino, o taller, de la creación poética.

En el género ensayo destacan dos títulos de tu autoría: "Breve historia del bolero" (1980), y cinco lustros después "El anticristo" (2006).

El ensayo sobre el bolero, género que amo, nació por la impronta del clima musical y sentimental del Caribe, que me llegó con ímpetu durante mi residencia en Venezuela, donde conocí entre otros al gran cantante puertorriqueño Daniel Santos y descubrí a su eximio compatriota Héctor Lavoe (llamado "El cantante" por antonomasia), al cubano Beni Moré, al panameño Rubén Blades, a la española-venezolana Soledad Bravo, a los venezolanos Willie Colón y Oscar D´León. Incluso entrevisté allí al famoso cantante argentino Leo Marini, quien vivió también en Venezuela. Y al director de la orquesta "La Sonora Matancera", el que me abrió los ojos a una nueva visión de estos ritmos al revelarme: "Chico, tú sólo comprenderás de verdad toda esta cosa cuando vivas a fondo el sentimiento Caribe." Y tenía mucha razón. "El anticristo" lo escribí, en difícil parto, por pedido de una editorial española para públicos masivos: tenía que ser muy bien documentado y al mismo tiempo ameno. Creo, modestamente, que lo logré.

¿Por qué motivaciones escribís poesía? ¿Cuál es tu visión del quehacer poético?

En más de una ocasión, con estas palabras u otras semejantes, he dicho lo que es mi férrea convicción: el poema, si merece tal nombre, es un cuerpo vivo, un jadeo, una respiración, un dolor y un actuar tanto físicos como subjetivos, que han de nacer desde el adentro hacia el afuera: rara vez la gracia poética tutela a un texto surgido prioritariamente desde lo que Edgar Bayley llamó el "estado de alerta", o desde el mero tributo a la herencia literaria, por rica que esta fuera. Por lo demás, el poema es lo que es, quiere decir lo que dice, alude pero no expresa nada preexistente a sí mismo: es nuevo mundo que se agrega al mundo.

En mi caso (pero dista de ser un patrimonio personal) pesan fuertemente la obsesión por el Tiempo y sus mutaciones. Uno vive instantes fugaces, y proyectos más duraderos, deseos y sueños intensos y poderosos. En igual medida me afectan la injusticia, la hipocresía de una sociedad que, con un refinamiento mayor o menor, y tantas otras veces sin ningún ocultamiento, se asienta en la humillación, la marginación y la muerte -civil o física- de grandes mayorías condenadas a un destino oscuro.

Y también me motiva el ser-con-otros, el sentir que se es otros, aun con las gigantescas dificultades de comprensión y la cuasi imposibilidad de conocerse. La sensación de extrañeza ante uno mismo y lo otro, de estar en este cuerpo y en este mundo, de lo raro y aun mágico de que exista lo otro, es uno de los detonantes de mi escritura. Pueden impulsarla en lo inmediato, es claro, una visión, un momento que se siente único y por ello epifánico, una irrupción de algo que se unirá convulsivamente con los yacimientos del recuerdo, hasta un dato científico que me sorprende y desubica y suscita nuevas relaciones dentro de mí; cada cosa y cada maravilla del afuera, uniéndose al sustrato interior y al subconsciente. De otro modo: el misterio. Y el deseo de ampliar y conocer mejor el mundo, al renombrarlo. Lo que es otra forma de decir: expandir la comprensión de uno mismo y del resto, el conocimiento por otras vías, en especial la emotiva (lo intelectual también ha de estar encarnado en imágenes sensibles: tiene que haber "carne en el asador"). Mención especial para el lenguaje: a veces se olvida que todo poema es lenguaje; otras veces se exagera este rasgo, cayendo en una verdadera logorrea. En suma, permítaseme una obviedad: no hay poema, si no está atravesado desde sus entrañas por la poesía. Pero ¿será una obviedad?

Críticos literarios destacaron tu modo de valerte de neologismos, arcaísmos y enclíticos, un uso de los diminutivos, a veces hasta en los verbos, sustantivación de adjetivos, verbalización de sustantivos, toques barroquistas en tu poética.

Así lo ha hecho notar incluso en fecha reciente, en su prólogo para una antología personal mía, la destacada poeta argentina Marta Braier. Y tal vez sea así, al menos en cuanto a gran parte de mi trabajo poético. Quizás esos rasgos -naturales, como una forma de respirar, nunca rebuscados- se hayan diluido algo con el tiempo y con los poemas. Quizás predominen más en unos libros que en otros. Es que el llamado "estilo" no es sino el resultado de lo que cada uno, al labrar el poema con la máxima honestidad y necesidad, logre hacer con sus limitaciones y anhelos personales, en cada etapa de su vida física-subjetiva y de acuerdo con sus deseos, potencialidades y déficits. Cierta vez, en Caracas, pregunté al enorme poeta chileno Humberto Díaz Casanueva, ya fallecido, sobre su presunto "cambio de estilo" en sus últimos libros: "Usted antes escribía poemas en forma de versículos casi elegíacos, muy abarcadores y dilatados; en sus nuevos poemas se lo ve más austero y tendiendo al verso corto. ¿A qué se debe eso?". "Muy sencillo -me respondió- ahora estoy mucho más viejo, y me falta el aliento?". Una aparente obviedad, pero toda una "lección de estilo".

Como periodista realizaste un reportaje, por ejemplo, a la cantautora peruana Chabuca Granda (1920-1983). ¿Qué entrevistas por vos efectuadas te resultaron más redondas, más logradas? ¿Y qué te pasaba con los remisos?

Sería muy difícil para mí escoger una de esas entrevistas. Las hubo a grandes artistas, a mandatarios y jefes de Estado, a dirigentes sindicales, a científicos. Tal vez una en la que hubo mayor empatía con la persona entrevistada, haya sido el largo y emotivo diálogo con Alfredo Zitarrosa, en Buenos Aires, para la revista "Siete Días". O el que tuve en un hotel venezolano con Jorge Luis Borges, para la sección cultural de la agencia de noticias ANSA. No, no me tocaron remisos. También es cierto -valga la aparente inmodestia- que hay que saber entrevistar, hallar el timing y la forma para que el remiso vaya aflojándose. Lástima grande: nunca se me dio tener que entrevistar a Juan Rulfo, o a Augusto Monterroso, cuya parquedad en el diálogo era proverbial.

A donde te lleven: ¿Qué es la gloria literaria? ¿Cuál es el miedo químicamente puro? ¿Te gusta escribir adentro de lo ya escrito?

¿La gloria? ¡Pero, esa es una aspiración propia de poetas imperiales en países imperiales! Entre nosotros, es sustituida por la pequeña aspiración al "poder" poético individual. Algo muy diferente del sano y válido prestigio y/o reconocimiento. El miedo químicamente puro puede ser: estar echado en la cama mientras los que van a secuestrarte derriban la puerta, o encontrarte aferrado a una boya en pleno océano y en plena noche. O abrir una ventana y ver el rostro de uno mismo, muerto. Escribir adentro de lo ya escrito: creo que esto es, meramente: escribir: un palimpsesto acaso infinito, aunque por suerte el texto alguna vez te abandona?

Rolando Revagliatti. Buenos Aires, 1945. Poeta y dramaturgo

Tomado de Eurasia hoy.

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