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Domingo 28 de febrero de 2016

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Cultural El Duende

Carlos Monsiváis: Un hombre llamado ciudad

28 feb 2016

El académico de la lengua, poeta, editor y crítico Adolfo Castañón, analiza la obra fecunda de uno de los cronistas y narradores más lúcidos de México, Carlos Monsiváis (4 de mayo de 1938 - 19 de junio de 2010)

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Tercera y última parte

El supuesto provincianismo de Monsiváis podría funcionar como un recurso retórico, como una astucia más de la crítica. La certeza de lo regional o provinciano de la realidad exterior presta consistencia a la objetividad imposible, a la imagen cosmopolita del locutor, da autoridad para repartir la baraja de la Historia -que es el verdadero juego, la gran diversión de una infancia fascinada por los héroes subrepticios e ilegítimos. Del mismo modo, resulta natural que el locutor estremecido por la llegada del espectáculo a la ciudad remota en que vive, le fascine igualmente la idea de la civilización, la idea de una cultura que no sólo puede practicarse independientemente del centro que la genera sino que precisamente comprueba su poder de sobrevivencia en ese ejercicio.

Surge de ahí un Monsiváis civilizador, un urbanista, el hombre decidido a descubrir la ciudad en cualquier ritual bárbaro, un sacerdote profano que empuña la cruz urbana, la cruz de la Plaza y de las dos grandes avenidas que devienen el centro de una ciudad, al mismo tiempo que avanza en línea recta hacia los altares del Estado. Entre tanto, en la superficie del discurso aflora la sociología como predestinación.

No sólo porque el cronista esté condenado a sobrevolar a las masas desde un discurso totalizador y estratégico, sino porque la realidad misma en la prosa de Monsiváis parece haber sido creada para justificar y desencadenar el análisis de los social. La predestinación aflora también en otro de los recursos preferidos del cronista: la cita, la parodia o la paráfrasis bíblica, la referencia inevitable al Antiguo Testamento, el periodismo como evangelización dan a la descripción monsivaítica la fijeza de una comprobación.

En la consistencia religiosa de este nacionalismo, los tiempos perfectos de las citas bíblicas contrastan con el presente, con el obsesivo indicativo de lo efímero, encerrándolo en un marco de leyenda falaz y de saga instantánea, prefabricada por la voz que, desde la radio, agita las páginas.

Y así se amontona una leyenda sobre otra. Es la crónica, no como construcción sino como ruina, cada libro una Babel demolida piedra por piedra, cada reportaje un testimonio de la ciudad destruida.

El constructor es un destructor: con las pirámides destruidas de la historia oficial levanta iglesias para el happening del apocalipsis. Más allá, es curioso ver cómo contrasta en la prosa de Monsiváis el anhelo enunciado de la civilización con la construcción bárbara y barroca de un discurso impetuoso y exuberante y que prolifera como una vegetación tropical sobre la ciudad.

Es en este contraste donde se manifiestan mejor los límites de su proyecto, su índole por decir así doméstica. El sociólogo es al mismo tiempo el artesano ideológico y sentimental que fabrica un nuevo álbum del hogar donde los procesos de la aculturación y de la transculturación son leídos a la luz de una épica proletaria o, más precisamente, universitaria.

Porque entre las minorías y las masas, Monsiváis no sólo ha elegido la universidad, sino curiosamente la universidad de masas.

Su prosa aparece como un fenómeno literario comercial cuando en realidad su verdadero valor sólo podría ser histórico y político. Vemos en él al santo que del altar y sale a la calle y se queda en ella deslumbrado por el carnaval a riesgo de ser confundido con cualquier judas de cartón, con cualquier maniquí.

La universidad, la sociología, la racionalidad, la lucha por la justicia son los disfraces que hacen pasar a este santo por un hombre común y le proporcionan los harapos periodísticos con los cuales oculta su verdadera condición, su condición principesca de poeta, de hombre cuya devoción es en última instancia le lenguaje. Es este recato el que lo obliga a ser un escritor provinciano, es decir, un periodista. Pero es esta coquetería con el lenguaje la que hace de él un hombre de mundo, es decir, un escritor, un periodista mágico, un aventurero que gruía a las masas hablándoles con un micrófono en la mano.

Todo estaría bien si no tuviésemos el temor de que, a su vez, a él también lo fascinan os altoparlantes, las grandes bocinas que conducen al rebaño hacia el Estadio. El Estadio, el escenario. La memoria de Monsiváis pertenece a la geografía y no a la historia y, entre todas las geografías, a la geografía sentimental. Dibuja el mapa de las efusiones sentimentales nacionales cuyos puntos de referencia son los actores y los cantantes, los políticos y los artistas.

En ese mapa aparece la geografía como un inventario de lugares comunes que cobran sentido a través de la autodidáctica sentimental de una sociedad abandonada por la cultura. Personajes, actores legendarios, tipos y prototipos esta comedia masiva habla invariablemente de los desposeídos en una forma característica.

Es verdad que los pobres atraviesan la prosa de Monsiváis, pero también es verdad que nunca la podrán atravesar los niños, que la crónica monsivaítica es el jardín prohibido del gigante egoísta, y que en ella la literatura está amurallada tras la Historia y las buenas causas. En la grabadora del escritor costumbrista, en la página fluorescente del periodista ácido brilla por su ausencia la persona.

La miseria de la cultura en México descrita por Carlos Monsiváis estriba en que en ella no hay lugar para las personas -a menos que se petrifiquen antes en el baño monumental de una Historia en litigio. De ahí que su crítica a la miseria espiritual esté marcada por la ambigüedad y que tan pronto la celebré como la condene.

En esa ambigüedad reconocemos el gran poder de destrucción de este escritor que es uno de los grandes arquitectos del México contemporáneo.

FIN

Pensamientos de Carlos Monsiváis

� O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo.

� Si nadie te garantiza el mañana el hoy se vuelve inmenso.

� Todo lo intenso debe ser efímero.

� Quédate con los honores, Presidente, que cuando termine tu mandato, yo me quedaré con la impunidad.

� Somos aquello en lo que creemos, aún sin darnos cuenta.

� No puedo hacer un resumen de mi vida, porque está conformada por varias épocas y circunstancias, libros, amistades y pleitos, y eso, sólo admite resúmenes parciales.

� Muchos dicen que han cumplido con su deber, y a mí, me da mucho gusto no haber cumplido ni con la mínima parte de él, para desgracia o fortuna de esta patria.

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