¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...
I [Ahora que las nubes]
Ahora que las nubes se descuelgan del cielo
extrañamente rojas y coléricas
y es del odio la vÃspera esta tarde,
el prólogo luctuoso
que el corazón registrará
melancólicamente el dÃa del recuerdo,
pesa en mi voz el tiempo de las sombrasÂ?
Algo que estuvo sepultado
en la vergüenza,
en el ciego misterio que te ama
como el mar a sus vÃctimas,
en todo el muro que te cerca
y vigila tu joven crecimiento
y tu secreto inútil.
Dolido de su muerte el planeta recoge
las sÃlabas finales del crepúsculo.
Ronda un llanto impreciso
la eternidad del beso insatisfecho.
Más absorta que nunca la pupila
donde nace este amor,
más sola mi tristeza, como lápida.
Gaviota enamorada de los sueños,
queda el musgo amarillo para aquella esperanza.
Ningún pájaro dulce ha de iniciar el alba.
Y aquà estoy a tu puerta,
cuerpo mÃo, mujer, sándalo de mis prados,
casi al fin de la noche,
como un recién llegado pie de luna en la brisa,
para empezar de nuevo
infinito camino, polvo de tanta muerte.
Leer más
Otro aire, otro cielo, otra angustia quizá
ceñirán mis palabras,
las que nacen y mueren en tu boca celeste.
II [Aquà los labios callan]
Aquà los labios callan de improviso,
maltrecho el sueño extiende
sus pobres oropeles sobre el tiempo,
aún queda el viejo libro
deshojando las horas.
Alienta todavÃa esta tristeza
carcelaria, y sin embargo
nadie sabe que existes.
Imbécil quien te ahoga,
no es verdad tu renuncia,
no hay cárcel en sus rejas que te hunda.
Llora el viento sus coplas espirales,
ajenas o en la sangre, qué más da.
Sólo tú y tu memoria,
nadie sabe que existes.
Para un hombre la calle, resucita
la eternidad mayor de los pañuelos,
se sumerge en el mundo que te ignora,
contigo adentro.
No basta la ternura
de los ojos amantes. Otra herida
que te sangra las alas.
Sólo tu muerte importa porque vives.
Tú, aquÃ, solo y con todos,
rezumando mil vidas infinitas,
un dolor que no es tuyo, una alegrÃa
que no te pertenece,
y sin embargo
nadie sabe que existes.
III [Largo tiempo he dejado]
Largo tiempo he dejado
correr mi corazón por los caminos�
Ausente está la herida
que inauguró en mi sombra tu recuerdo.
Hasta he llorado esta mañana
frente a un súbito trino.
Y sin embargo vuelves
a retomar tu lágrima inconclusa
en un soñado y lento
atardecer de ojos que yo creÃa muertos.
Nada pueden cerrojos,
te adentras sin llamar
convaleciendo apenas en el beso.
En mitad de mi duelo
ya te instalas paloma en mi escritura.
Duda que nos construye
reclamando desiertos arenales.
Y este alÃgero don
de revivir las tumbas que he creado,
esta infausta cabeza de los rÃos
tumultuosos y adversos.
Ciego,
ciego este agosto empobreciendo
el alma de los musgos que tú dejas.
Sin ti el olvido tiembla
sobre sus propias túnicas
y duele el corazón como si fuera
el último milagro tu sonrisa
y en la almohada de luto se tiñera la vida.
Nada queda del hombre
sino su rebeldÃa.
Y este mi traje gris, mi sepultura,
mi prestada camisa
y el pequeño sonido golpeándome las ansias.
La noche reconstruye su afilado cuchillo
y pasa ante mis ojos
como un perro cansado.
Templo de mi oración,
atrás queda el refugio de tus senos.
Ya nada sobrevive,
dispuesto el corazón cabe la sangre,
Lázaro matutino, voyme ahora.
Las lámparas ahogadas,
la burbuja en final de despedida,
el corazón violento y sin arena.
¿Cabe acaso otro sueño?
Mariposa sonámbula, tú quedas
-herida, anhelo, búsqueda-
a redimir mi sombra.
IV [Te has vuelto rÃo]
Te has vuelto como rÃo dentro el alma.
Luminosa burbuja por las calles del cuerpo.
Caes al fondo de mi grito
y agonizan tus ojos más allá de los cerros.
Denso el aire en el surco
de contenido fuego.
Desnudo aquel espino
caÃdo tantas veces bajo tu nombre puro.
Apenas un latido
que te anuncia en el sordo
galopar del espacio.
Ay amiga
¡Cómo pesan las nubes!
¿Dónde está tu rincón junto a la boca?
¿Dónde tu mano suave
y qué frágiles brisas te dibujan el cuerpo?
¿Qué ternura de alondra
te despierta de pronto por la noche?
Voces de la tormenta
crecen las alas negras, crecen
hasta la última sÃlaba.
Te has vuelto como rÃo atravesando
el alma de párpados nocturnos.
V [Anoche lo enterraron]
Anoche lo enterraron con cirios verdes.
Amor para el martirio
tenÃa que morirse, asÃ, súbitamente.
Nada fue tan construido para el aire,
nada fue la tormenta
borracha de espirales
ni la amarga ventana del sollozo.
Hoy mármoles oscuros
me habitan la mirada,
vuelve mi brazo, solo, hacia la noche,
y mi canción es el cadalso
que le pusiste al viento.
Hasta aquà subió la pena, mi búsqueda
infructuosa y tu crispada mano.
Aquà termina el hombre
y la existencia clara de la acequia.
RÃo de cuatro muertes cruza el ceño,
alba que no esperamos,
enloquecida rosa de los vientos,
hijo ahogado en el miedo
y este último que queda, tan descalzo.
Anoche lo enterraron.
Sin cruces. No hubo tiempo.
Ahora tu campana se prolonga en las calles
con cuatro cirios verdesÂ?
VI [En esta inútil geometrÃa]
En esta inútil geometrÃa
de huesos
tan pronto envejecidos sin motivo,
tan livianos al tacto y a la sangre,
yo soy el que camina recogiendo
su cuerpo por la acera.
Reteniendo la tarde y sus campanas
con prestada sonrisa,
yo soy el trino,
el ala que se arruga,
ese gemido saltarÃn y urbano
que coge mis solapas
y precede mi sueño.
Nada tengo que hacer
en esta absurda
vitrina de relojes.
Camino solamente
y recojo mi cuerpo.
De pronto se me adhiere
un lejano recuerdo de
trenes olvidados,
el cartel de los pájaros
anunciando tu nombre al mediodÃa,
la tristeza que amaste,
tu sonrisa, tus pasosÂ?
En la torre del polvo
llama el sueño.
Soy entonces la flecha retornando
en el tiempo.
Gastado traje y lÃrica memoria,
alma que grita al eco,
mundo solo y extraño.