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Domingo 28 de febrero de 2016

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Cultural El Duende

Antonio Terán

28 feb 2016

Antonio Terán Cabero. Cochabamba, 1932. Poeta. Miembro de la Segunda Generación de Gesta Bárbara. Ha publicado: Puerto imposible (1963); Y negarse a morir (1979), Bajo el ala del sombrero (1989), Ahora que es entonces (1993), De aquel umbral sediento (1998), Boca abajo y murciélago (Primer Premio Yolanda Bedregal, 2003) y, Obra Poética (2013) que, además de los títulos descritos, incluye Otras palabras al acecho y Costal de limosnero.

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I [Ahora que las nubes]

Ahora que las nubes se descuelgan del cielo

extrañamente rojas y coléricas

y es del odio la víspera esta tarde,

el prólogo luctuoso

que el corazón registrará

melancólicamente el día del recuerdo,

pesa en mi voz el tiempo de las sombrasÂ?

Algo que estuvo sepultado

en la vergüenza,

en el ciego misterio que te ama

como el mar a sus víctimas,

en todo el muro que te cerca

y vigila tu joven crecimiento

y tu secreto inútil.

Dolido de su muerte el planeta recoge

las sílabas finales del crepúsculo.

Ronda un llanto impreciso

la eternidad del beso insatisfecho.

Más absorta que nunca la pupila

donde nace este amor,

más sola mi tristeza, como lápida.

Gaviota enamorada de los sueños,

queda el musgo amarillo para aquella esperanza.

Ningún pájaro dulce ha de iniciar el alba.

Y aquí estoy a tu puerta,

cuerpo mío, mujer, sándalo de mis prados,

casi al fin de la noche,

como un recién llegado pie de luna en la brisa,

para empezar de nuevo

infinito camino, polvo de tanta muerte.

Otro aire, otro cielo, otra angustia quizá

ceñirán mis palabras,

las que nacen y mueren en tu boca celeste.

II [Aquí los labios callan]

Aquí los labios callan de improviso,

maltrecho el sueño extiende

sus pobres oropeles sobre el tiempo,

aún queda el viejo libro

deshojando las horas.

Alienta todavía esta tristeza

carcelaria, y sin embargo

nadie sabe que existes.

Imbécil quien te ahoga,

no es verdad tu renuncia,

no hay cárcel en sus rejas que te hunda.

Llora el viento sus coplas espirales,

ajenas o en la sangre, qué más da.

Sólo tú y tu memoria,

nadie sabe que existes.

Para un hombre la calle, resucita

la eternidad mayor de los pañuelos,

se sumerge en el mundo que te ignora,

contigo adentro.

No basta la ternura

de los ojos amantes. Otra herida

que te sangra las alas.

Sólo tu muerte importa porque vives.

Tú, aquí, solo y con todos,

rezumando mil vidas infinitas,

un dolor que no es tuyo, una alegría

que no te pertenece,

y sin embargo

nadie sabe que existes.

III [Largo tiempo he dejado]

Largo tiempo he dejado

correr mi corazón por los caminos�

Ausente está la herida

que inauguró en mi sombra tu recuerdo.

Hasta he llorado esta mañana

frente a un súbito trino.

Y sin embargo vuelves

a retomar tu lágrima inconclusa

en un soñado y lento

atardecer de ojos que yo creía muertos.

Nada pueden cerrojos,

te adentras sin llamar

convaleciendo apenas en el beso.

En mitad de mi duelo

ya te instalas paloma en mi escritura.

Duda que nos construye

reclamando desiertos arenales.

Y este alígero don

de revivir las tumbas que he creado,

esta infausta cabeza de los ríos

tumultuosos y adversos.

Ciego,

ciego este agosto empobreciendo

el alma de los musgos que tú dejas.

Sin ti el olvido tiembla

sobre sus propias túnicas

y duele el corazón como si fuera

el último milagro tu sonrisa

y en la almohada de luto se tiñera la vida.

Nada queda del hombre

sino su rebeldía.

Y este mi traje gris, mi sepultura,

mi prestada camisa

y el pequeño sonido golpeándome las ansias.

La noche reconstruye su afilado cuchillo

y pasa ante mis ojos

como un perro cansado.

Templo de mi oración,

atrás queda el refugio de tus senos.

Ya nada sobrevive,

dispuesto el corazón cabe la sangre,

Lázaro matutino, voyme ahora.

Las lámparas ahogadas,

la burbuja en final de despedida,

el corazón violento y sin arena.

¿Cabe acaso otro sueño?

Mariposa sonámbula, tú quedas

-herida, anhelo, búsqueda-

a redimir mi sombra.

IV [Te has vuelto río]

Te has vuelto como río dentro el alma.

Luminosa burbuja por las calles del cuerpo.

Caes al fondo de mi grito

y agonizan tus ojos más allá de los cerros.

Denso el aire en el surco

de contenido fuego.

Desnudo aquel espino

caído tantas veces bajo tu nombre puro.

Apenas un latido

que te anuncia en el sordo

galopar del espacio.

Ay amiga

¡Cómo pesan las nubes!

¿Dónde está tu rincón junto a la boca?

¿Dónde tu mano suave

y qué frágiles brisas te dibujan el cuerpo?

¿Qué ternura de alondra

te despierta de pronto por la noche?

Voces de la tormenta

crecen las alas negras, crecen

hasta la última sílaba.

Te has vuelto como río atravesando

el alma de párpados nocturnos.

V [Anoche lo enterraron]

Anoche lo enterraron con cirios verdes.

Amor para el martirio

tenía que morirse, así, súbitamente.

Nada fue tan construido para el aire,

nada fue la tormenta

borracha de espirales

ni la amarga ventana del sollozo.

Hoy mármoles oscuros

me habitan la mirada,

vuelve mi brazo, solo, hacia la noche,

y mi canción es el cadalso

que le pusiste al viento.

Hasta aquí subió la pena, mi búsqueda

infructuosa y tu crispada mano.

Aquí termina el hombre

y la existencia clara de la acequia.

Río de cuatro muertes cruza el ceño,

alba que no esperamos,

enloquecida rosa de los vientos,

hijo ahogado en el miedo

y este último que queda, tan descalzo.

Anoche lo enterraron.

Sin cruces. No hubo tiempo.

Ahora tu campana se prolonga en las calles

con cuatro cirios verdesÂ?

VI [En esta inútil geometría]

En esta inútil geometría

de huesos

tan pronto envejecidos sin motivo,

tan livianos al tacto y a la sangre,

yo soy el que camina recogiendo

su cuerpo por la acera.

Reteniendo la tarde y sus campanas

con prestada sonrisa,

yo soy el trino,

el ala que se arruga,

ese gemido saltarín y urbano

que coge mis solapas

y precede mi sueño.

Nada tengo que hacer

en esta absurda

vitrina de relojes.

Camino solamente

y recojo mi cuerpo.

De pronto se me adhiere

un lejano recuerdo de

trenes olvidados,

el cartel de los pájaros

anunciando tu nombre al mediodía,

la tristeza que amaste,

tu sonrisa, tus pasosÂ?

En la torre del polvo

llama el sueño.

Soy entonces la flecha retornando

en el tiempo.

Gastado traje y lírica memoria,

alma que grita al eco,

mundo solo y extraño.

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