En la medida en la que la propia tecnologÃa lo permita, el rastreo del origen de determinados mensajes amparados en el anonimato debe hacerse de modo claro para aplicar la justicia a partir de leyes que ya existen para delitos que son iguales, se cometan en la red o fuera de ella, pero suponer que una limitación, una restricción o una censura abierta es la respuesta a esos excesos, es una ilusión y -lo que es peor- es una forma inaceptable del ejercicio de un poder represor sobre un derecho fundamental de las personas y la sociedad.
Es, sin embargo imprescindible que reflexionemos sobre los demonios que han aflorado en estos meses crudos e implacables de campaña polÃtica. Tanto en las filas de los impulsores del Sà como los del No, se ha hecho -en muchos casos- un uso cobarde de las redes para agredir y dañar la dignidad de personas, organizaciones y autoridades, sin otro argumento que el adjetivo descalificador, el insulto, la media verdad, la mentira o el falso "humor" que disfrazaba muy mal un racismo visceral.
La defensa militante de la libertad en las redes, debe ir de la mano de la conciencia de lo mucho que queda por hacer para que nuestra sociedad destierre las peores taras de un pasado colonial, discriminador y excluyente.
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