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Domingo 18 de abril de 2010

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Revista Dominical

Cincuenta años de servicio a la luz del evangelio, invariablemente

18 abr 2010

Fuente: LA PATRIA

El Rector del Santuario del Socavón, está con los pobres y con Oruro •: Por: Elías Delgado Morales

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En este mundo materialista y de globalización, pocos son los seres humanos que conjugan el ejercicio de su profesión, con la superior misión de servicio al prójimo, como designio íntimo de su forma de ser, aún a costa de su bienestar personal, o de probables horizontes más halagüeños.

Uno de esos excepcionales hombres es, sin posibilidad de duda, el Reverendo Padre Bernardino Zanella Chinello de la Orden de los Siervos de María, actualmente Rector del Santuario de la Virgen del Socavón, que hoy conmemora los 50 años de su Ordenación Sacerdotal.

El Padre Bernardino nació un 21 de Octubre de 1.936 en la ciudad de Padua, Italia, y predestinado por el Señor, recorrió muchas latitudes del mundo, sembrando una simiente augural entre los hombres, sobre su carismática palabra y calidad humana, identificándose enteramente con los pobres y desprotegidos.

Se ordenó sacerdote en un día como hoy de 1.960 en brillante ceremonia en la Basílica de San Marcello en Roma, juntamente con 12 de sus colegas, en manos del Cardenal Luis Traglia, Vicario del Santo Padre para la ciudad de Roma. Hacía un año y medio que había asumido como Papa Juan XXIII. Ya se respiraba un aire nuevo en la Iglesia, aunque no había comenzado todavía el Concilio Vaticano II. La ordenación fue toda en latín. Y la liturgia de la Iglesia seguirá en latín, hasta las primeras y parciales traducciones de la Misa en los distintos idiomas locales, a partir del 1.965.

Padre Bernardino ha vivido toda su formación espiritual y cultural, hasta su licenciatura en teología, antes del Concilio. Eran tiempos difíciles, después de la Segunda Guerra Mundial. El conflicto mundial y los grandes cambios que provocó encontraron en la Iglesia una actitud de defensa y de resistencia a lo nuevo. La Iglesia se sentía como una ciudadela amenazada, y se defendía levantando barreras y excomulgando a enemigos. El miedo al comunismo la empujaba hacia formas de integrismo a nivel religioso y social. La llegada al papado de Juan XXIII abre nuevos horizontes para la Iglesia y para el mundo, y Padre Bernardino tuvo que repensar toda su formación teológica a la luz de los documentos del Concilio Vaticano II y del mismo Papa. Golpearon fuertemente su conciencia los grandes temas de la justicia, de la paz, de la emancipación de la mujer, de la conquista de la independencia de parte de los países coloniales: eran los signos de los tiempos que el Papa invitaba a reconocer. Por primera vez se oía hablar de “La Iglesia de los pobres”. Mientras tanto movía sus primeros pasos la reforma litúrgica y el regreso a la centralidad de la Palabra de Dios. No se hablaba todavía de evangelización inculturada, pero se percibió inmediatamente, por ejemplo, la dificultad de traducir a los idiomas nacionales textos litúrgicos latinos, nacidos en otras épocas y en otros contextos culturales y sociales. Por su parte, la “guerra fría” como equilibrio mundial hacía más difícil y sospechoso todo proceso de cambio.

He creído profundamente --confiesa Padre Bernardino-- en la posibilidad de renovación de la Iglesia. He trabajado en diversas formas: a nivel de enseñanza y de publicaciones. En esos años estuve colaborando en distintas actividades editoriales, y con algunos hermanos comencé una revista de espiritualidad, Servitium, que sigue todavía, de la cual he sido director por más de 20 años. He trabajado en los medios de comunicación, en la Radio y Televisión italiana, con un gran maestro, P. David Turoldo, en programas de formación y actualidad. He tenido la suerte de haber vivido y colaborado con hombres verdaderamente grandes, que me ayudaron muchísimo con su sabiduría y su grandeza intelectual y espiritual.

Fue en esos años que decidí, apoyado por mi comunidad, meterme en el trabajo manual en la fábrica. Trabajé como obrero metalúrgico y en otras producciones. Viendo cómo la salud del obrero era tan poco cuidada, hice un bienio de medicina del trabajo en la Universidad de Genova, para luchar por condiciones de trabajo saludables y dignas. Lamentablemente, los materiales dañinos que logramos eliminar en Europa, los he encontrado en América Latina y en Bolivia.

Mi trabajo manual en la fábrica ha sorprendido mucho a mis compañeros. No podían entender cómo un sacerdote, con una larga formación académica, “perdiera tiempo” trabajando como obrero, en lugar de dedicarse al trabajo pastoral. Era difícil explicarles que esa era la tradición de la vida religiosa. Desde los orígenes, la finalidad de la vida monástica fue simplemente: “Ora y trabaja”. En lugar de trabajar la tierra como antiguamente en los grandes monasterios, ahora se podía revivir esa tradición compartiendo sencillamente el trabajo asalariado del obrero, sufriendo con él, a su lado en la lucha por un sueldo digno y por condiciones de trabajo más humanas y justas. La actividad pastoral no es lo prioritario en la vida religiosa, al punto que los antiguos padres decían que el hombre religioso tiene que cuidarse de la mujer y del obispo. De la mujer, porque podría llevarlo al matrimonio; y del obispo, porque podría insertarlo en el sistema de la estructura pastoral. En cambio, lo central en la vida religiosa es la búsqueda de Dios, vivir el Evangelio en fraternidad, y desde esa experiencia de Dios intentar dar alguna respuesta a las necesidades de la realidad que la rodea. La misma actividad misionera tiene que tener su raíz profunda en esta experiencia de Dios, que alimenta en el hombre religioso una libertad profética que no se pueden permitir los responsables de las instituciones.

La mitad de mis cincuenta años de sacerdocio los viví en América Latina, en Uruguay, Argentina, Chile, Bolivia. Vine en los últimos tiempos de las dictaduras militares que asolaron estos países, tanto más peligrosas y represoras en la medida en que veían acercarse su fin. He compartido las grandes esperanzas del regreso a la democracia, y también la decepción frente a los antiguos vicios de los políticos, que han reducido la democracia a su medida. He participado con entusiasmo al trabajo de la vida religiosa y de la Iglesia que se han dedicado a sanar las grandes heridas que las dictaduras habían dejado en la sociedad. El viento del Espíritu animaba a los países que renacían de esa larga noche oscura. Las Conferencias del episcopado latinoamericano, sobre todo de Medellín y Puebla, orientaban a la Iglesia del postconcilio, para traducir en el Continente las grandes inspiraciones conciliares. Florecían las Comunidades de base y la teología de la liberación. Un tiempo fecundo de profetas y de mártires. Los cristianos soñaban una sociedad nueva y se comprometían en la actividad política.

Hoy el clima ha cambiado. A nivel eclesial, han desaparecido los grandes obispos del postconcilio en América Latina. Pocas y débiles son las voces de los teólogos. Pero la profecía no ha muerto: se manifiesta, tal vez con un lenguaje más laico, en los movimientos populares, en la defensa de los derechos de la naturaleza y de la madre tierra, en el protagonismo de las mujeres, en la conciencia histórica de los pueblos indígenas, en el diálogo interreligioso e intercultural, en el Reino de Dios que se anuncia con la nueva expresión del “vivir bien”, en la participación ciudadana.

Desde el Santuario de la Virgen del Socavón, yo siento que tengo que acompañar, con las pocas energías que me quedan, este proceso de cambio, con sus grandezas y sus miserias, tan visibles las unas y las otras. La Imagen de la Virgen Candelaria, que con tanta devoción veneramos en este Santuario, nos ofrece su vela prendida para iluminar este momento histórico: “Toma esta vela, hijo: camina en la luz de Cristo”.

Fuente: LA PATRIA
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