Miercoles 24 de febrero de 2016
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A la luz de las cifras aún preliminares, nadie ganó ni perdió como se esperaba. Pero se evidenció que Bolivia está dividida entre los que lo apoyan a rajatabla y los que, cansados de él, quieren que se vaya. Así como se gobernó, nunca se logrará la integración. Primó la mentalidad utilitaria de "vivir bien", no la visión racional de construir un país entre todos. Estuvo diez años en el poder un caudillo y no un estadista. No se puede pedir peras al olmo.
Se desprende para Morales una tarea específica. En lugar de planear su permanencia, ahora tiene que preparar su salida. En cuatro años que le quedan ya no hará más de lo que pudo hacer en un decenio. Igual que en los tres anteriores comicios, el tiro le salió por la culata. La imagen del caudillo inmaculado cayó, igual que la figura académica de su arrogante compañero. Querían celebrar el bicentenario luciendo todavía los emblemas del poder. Definitivamente, ya no será.
En los resultados algo llama la atención sobremanera. Y es que la ofensa inferida a El Alto en la institución más representativa como es la alcaldía, aparentemente no influyó en el electorado de aquella ciudad. ¿Se creyó en la estupidez de que EE.UU. financiaba a la oposición? ¿O se recogió la aberrante tontería del autoatentado? Ello es que ganó el oficialismo. "Si quieren obras, estos son los candidatos: Patana y Huanca". ¿A quién beneficia la desaparición de documentos sobre la corrupción? Por la lógica inmanente de los hechos, la respuesta está dada.