Era 19 de marzo, Día del Padre en el territorio boliviano. Esperaba entumecida el inicio de la pelea de la luchadora Carmen Rosa con un ocasional contrincante rival, ambas de polleras, en el amplio Coliseo de Villa Victoria, tradicional barrio proletario de La Paz.
Teníamos programada la filmación para el canal franco alemán “Arte” que preparaba un documental sobre Bolivia. El ambiente se calentaba con las primeras confrontaciones entre cholitas peleadoras y jóvenes enmascarados. La gente silbaba al árbitro, un curioso personaje que parecía completar al espectáculo. Era rengo, se debía mover con muletas para alcanzar a los contendientes y evitar algún golpe mal intencionado. De cabello largo y barbón, casi cincuentón, decidía quién ganaba los puntos, aunque no siempre le era cómodo porque la barra tenía sus preferidos.
El representante de la famosa Carmen Rosa era un enano apodado “Criatura de Dios”. Con sus 90 centímetros; Cresencio Choque es también un campeón de la lucha libre. Estaba anunciada una lid suya bajo su famosa máscara de santo llanero. Serían las nueve de la noche cuando apareció en la arena, aprovechó el micrófono y nos contó que partía al hospital. Su esposa estaba por dar a luz y él quería acompañarla en ese momento crucial de su vida amorosa.
Al principio creímos que era una broma, parte del tongo, pero la temblorosa voz del luchador dejó al público en pulcro silencio. Cresencio salió apresurado y para mí fue imposible evitar la curiosidad de contadora de historias. Pregunté y me enteré que el llamado enano maldito es un exquisito amador y conquistó el corazón de una muchacha, casi adolescente, Isabel Ramallo, con una estatura que casi lo dobla, blancona y de bellos cabellos rojizos.
Isabel también conoce el mundo de la lucha libre desde su infancia como nieta del famoso “Conde”. ¿Cómo la conquistó Cresencio? Nadie lo sabe y ellos son tímidos cuando cuentan el romance, los recelos de la familia de ella, las comidillas de la vecindad, los obstáculos hasta llegar al altar el pasado diciembre, víspera de Navidad.
Desafiaron a la razón, al mundo de la farándula, a la propia ciencia médica y a los espectaculares de todo tipo. Él fue un hombre feliz con el anuncio de su paternidad. Un nuevo ser estaba en camino, una vida, una muestra del gran milagro de vivir. Ella conjugó la felicidad de sentir a la criatura en su vientre y las molestias típicas: mareos, ganas de sopa de maní a medianoche, cargar una barriga cada vez más pesada.
El niño, Saúl Benjamín, nació por cesárea en el Hospital de la Mujer. Hijo de “Criatura de Dios”, ¡Qué nombre artístico que escogió su padre! Salió a la luz con 50 centímetros y tres kilos, un rollizo bebé para el promedio de los que nacen en tierras altas. Saludable, hambriento, llorón. “Será futbolista, músico, quizá luchador” pronostica Cresencio; Isabel sonríe.
Una vez más, en medio del estropicio y de las mezquinas disputas políticas, el nacimiento de Saúl es una señal divina, una luz en la oscuridad. Otra natividad que llena de esperanzas los corazones. Por un momento el cuadrilátero de los golpes libres se ocupó de ternuras, la guagua del Cresencio había nacido.
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