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Domingo 14 de febrero de 2016

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Cultural El Duende

Matilde la coneja

14 feb 2016

Celestino Cotto

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La jamaca tiene una mancha de sangre por debajo. Y la Matilde ya ni se queja. Sólo se oye un mujío debilucho de vez en cuando. De ratito en ratito, paran la caminata y le dan una ojeadita pa ver si todavía está viva. Nosotros también encaramamos el jocico pa ver cómo está la pobre. Entonces nos damos cuenta de que los grandes tienen razón: o aligeramos el paso o se nos va en el camino.

Cuando salimos, la Matilde tenía un poquito de color en los cachetes, pero ahora, ni eso. Se ve jiiiiiincha, como si le hubieran chupado toito el colorete que lleva en la sangre. Y tiene los labios blanquititos, bueno, tan es así, que los muchachos dicen que esta noche comemos galletas con chocolate. Detrás del polvorín que dejan los que cargan la jamaca, va doña Menías y las viejucas hermanas de don Antulio, un viejito curao en pitrinche, que tiene más vidas que un gato.

A la pobre Matilde, le han empezado a rezar antes de que las enlíe. Y aunque hace un calorizo que no hay quien lo aguante, las doñitas esas, están arropás de pies a cabeza, ¡cualquiera diría que son unas santas!

La Matilde se está desangrando por culpa de la bruja que trajeron de San Juan, pa que curara al pobre José María, el hijo de don Romualdo Rivera, el viejo más alcahuete que hay sobre la tierra. Desde que lo hicieron capataz, pa que velara la porquería de finca esa, no nos deja coger un mango, ni aunque se esté pudriendo de madurito. ¡Cualquiera diría que el trapo de viejo ese parió todo ese montón de tierra! Pai dice que la gente no pare tierra, que es la tierra quien pare a la gente... Pero cuando los lambeojos nacieron ya el don Romualdo trepaba a palos. Si no fuera porque José María es tan buena gente... Pero lo de buena gente, no le quita la tostaera que trajo de la guerra. Desde que regresó no puede dormir, porque no hace más que cerrar los ojos y enseguidita se le llenan los sueños de muertos. La bruja le ha hecho mejunjes hasta de lágrimas de abayalde, y le ha dado baños hasta de polvo de mimes, pa quitarle las pesadillas, pero nadita de eso le ha hecho ni fu. La gente grande dice que Un día de estos el pobre José María estira la pata y no va haber remedio ni brujería que le quite el sueñito de los difuntos.

La pobre Matilde se dejó coger de mango bajito. Parece que doña Mone, la mai de José María, le fue con el cuento a la bruja esa, de que la Matilde paría los muchachos de dos en dos y de tres en tres. Por eso le decían la coneja, porque a los veinticuatro años, tenía doce hijos, dos más que doña Fela, que a los cuarenta, sólo tenía nueve, más dos que se habían muerto. Y la gente decía que si seguía pariendo como iba, a los cuarenta años iba a tener más muchachos moquillentos y ajilaos que toitas las mujeres del barrio juntas. Menos mal -dijo doña Cimpricia- que el marido se las pasa yendo y viniendo de los niuyores al barrio y del barrio a los niuyores, porque si viviera aquí, la pobre Matilde era capaz de parir un muchacho cada dos meses.

La Matilde tenía esa clase de barrigota, que la gente decía que esta vez iba a parir como cuatro o cinco piquinines. Ella mientras más pare, más chiquititos le salen, los últimos tres parecían guimitos. Y cada día se pone más flaca. Pero es que esa mujer es desinquieta, sajorí, y hasta jiribilla, y no se está quieta ni pa dormir, porque un fracatán de veces la hemos visto en la quebradita, lavando ropa dormida. Y en la semana va como ochenta veces al pueblo. Cuando no es un muchacho con un tajo en el talón, o un brazo descoyuntao, es pa comprar un remedio pa algún churriento, o pa comprar otro medio saco de harina de maíz -que es lo que allá comen. Son tantos, que no se puede comprar nada más porque entonces los chavos que manda Ulario -así se llama su medio marido- no dan ni pa empezar. Por ahí dicen medio marido, porque alguien que se pasa once meses por allá y uno por acá, no es un marido completo. Hay unas doñitas en el barrio que viven del bochinche y el qué dirán, diciendo que el Ulario debe tener algún julepe por los niuyores. Dicen que por allá las mujeres están a tres por dos chavos, le pelan el diente a cualquiera y hasta visten como los machos.

Los chiquitines de la Matilde son amarillos como la harina de maíz. No es para menos, si allá lo que se come es marifinga por la mañana y marifinga por la tarde. De vez en cuando la Matilde le hace guanimes, por eso del qué dirán. Y si hay suerte, le hace majarete de yautía con leche de cabra que le mandan del vecindario cuando hay suerte, o le cocina dos o tres cantos de ñames de monte en aguaesal. Se los tragan sin pestañar. Y se relamen con tantas ganas, que con mirarlos nada más, se le despierta el hambre hasta a un muerto.

Esta mañana, la bruja agarró sus tereques y fue a parar a casa de la Matilde. Y nosotros, que no le perdemos ni pie ni pisá, también fuimos a parar allá. La Matilde dejó a la bruja bebiendo café prieto y puya -porque aunque hay caña por todos lados, el azúcar escasea- y echando yerbas, raíces y semillas, en una lata de agua hirviendo, y se fue a casa de doña Beni con toda la retrajila de piponcitos. Al ratito, la Matilde estaba de vuelta. Nosotros estábamos como lagartijos, asomando el jocico por las rendijas de la casa, pa ver lo que se traía la bruja. Pero la contrayá vieja parece que se lo guelió, y empezó a tapar las rendijas de los setos con trapos viejos y fundas de papel. No nos quedó más remedio que metemos debajo de la casa, y tratar de ver lo que pasaba por los rotos del soberao. Pero esa vieja es mañosa. También nos tapó los rotos más grandes del piso. Nos metimos debajo de una rendijita, pa ver lo que se podía desde allí.

No pasó mucho tiempo. La bruja se fue a la cocina y se llevó pal cuarto la lata de agua hirviendo. Al ratito la Matilde comenzó a quejarse. Nosotros nos enredamos a las pescozás debajo de la casa, pa ver quién iba a ser el primero en mirar por el rotito. En medio de la trifulca, nos cayó un chorrito de agua caliente en el cocote, y salimos esmandaos. Regresamos cuando dejó de caer agua caliente y la Matilde empezó a gritar más corridito. Entonces empezaron a caer goteras de sangre ralita y después de sangre bien espesa. Al final, el gotereo se convirtió en un chorro perenito y fmitito como el hilo curricán. Los quejíos de la Matilde le partían el alma a cualquiera. No se oían bien lejos porque la bruja le ataponó la boca con una almohada. En el tranqueteo y el revolú que tenían allá arriba, parece que se le cayó la almohada a la Matilde. Se tiró ese clase de

chillío que salimos volando bajito. Después dejó de gritar y sólo se oía un murmullo. Le pegamos la oreja al seto pa oír lo que decían y sólo llegamos a oír a la bruja diciendo, ¡ay San Espedito!, que se me muere, se está desangrando. Después vimos a la bruja salir corriendo pa la letrina. En las manos llevaba un lío de ropa llenito de sangre. Regresó enseguidita y estuvo otro ratito en el cuarto y entonces gritó, ¡yo sé que ustedes están ahí!, vayan y busquen hombres y una jamaca que la Matilde se nos muere. Salimos como centellas y cada cual enfiló por su lado. Al ratito se había formado tremendo reperpero por todo el barrio.

El gallinero se alborotó y lo que se oían eran los gritos de la gente de loma en loma.

Cuando volvimos, la casa ya estaba llena de gente. La Ramona fue la primera en llegar. Fue la segunda vez que la gente la vio llorar. Algunos se quedaron tan boquiabiertos, que los puñeteros mimes se fueron de fiesta, bailándoles cha-chás en la lengua y jartándose de saliva. La primera vez que la Ramona lloró a pata suelta, fue cuando vinieron a buscar a Ignacio pa mandarlo a darse un vueltón por Corea. Dicen que la Ramona se le agarró de los Calzones y por poquito lo deja en pelotas. Se le arreguindó bien arreguindá, y mientras Ignacio caminaba rumbo al yip de la policía, ella le gritaba: ¡Bendito, coño, no me lo lleven! ¡Bendito, coño, que me están llevando el alma! ¡Bendito, coño, Ignacio, no me dejes sola! Ignacio le contestó: Nena, ¿acaso no te das cuenta de que como quiera estoy jodío, o es la cárcel, o es la guerra? Después se la descolgó del pantalón, le dio un abrazo y se fue. Mai dice que si no hubiera sido por Matilde la coneja, la Ramona se hubiera derretido en llanto.

La Matilde se pasó tres días corriditos aguantándole la llantería a la Ramona, dándole baños de albaca y anamú, y atosigándole sopas de gallo manílo pa que no se le fuera morir de debilitamiento o tisiquería, Aquel favorcito nunca se le olvidó a la Ramona. Por eso fue que tan pronto se enteró del problema de la Matilde, puso pies en polvorosa; y llegó en un chispitín. Cuando vio la cara de la Matilde se echó a llorar como una nena. Lloró con tantas ganas, que al ratito estaba todo el mundo haciendo cucharitas. Mientras la casa se estremecía con el llanto de la Ramona, abajo en el batey, los hombres trabaron una jamaca de una vara de guaraguao. Cuchichiando, las demás mujeres se metieron en el cuarto y prepararon a la Matilde. Había tanta sangre regá por el piso, que pa sacarla se fueron diez baldes de agua. La bruja fingía que tenía un mareo y la tenía sentada en un banquillo, mientras las viejucas que siempre estaban de luto, le abanicaban la careta. Nosotros nos asomamos como pudimos, pa ver si la Matilde estaba viva todavía. Tenía los ojos cerraítos y una jinchera que daba miedo, pero lo que más nos asustó, fue que la pipota que tenía esta mañana, ya no estaba allí. Entonces nos dimos cuenta de lo que pasó: la bruja le sacó el muchacho y se lo almorzó. De segurito se lo almorzó, porque no se veía ni un canto de muchacho por todo aquello y la panza de la bruja se veía más grande que nunca.

Celestino Cotto Medina.

Narrador puertorriqueño

De. "Historia de un Viernes Santo", 1988

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