Cuando salimos, la Matilde tenÃa un poquito de color en los cachetes, pero ahora, ni eso. Se ve jiiiiiincha, como si le hubieran chupado toito el colorete que lleva en la sangre. Y tiene los labios blanquititos, bueno, tan es asÃ, que los muchachos dicen que esta noche comemos galletas con chocolate. Detrás del polvorÃn que dejan los que cargan la jamaca, va doña MenÃas y las viejucas hermanas de don Antulio, un viejito curao en pitrinche, que tiene más vidas que un gato.
A la pobre Matilde, le han empezado a rezar antes de que las enlÃe. Y aunque hace un calorizo que no hay quien lo aguante, las doñitas esas, están arropás de pies a cabeza, ¡cualquiera dirÃa que son unas santas!
La Matilde se pasó tres dÃas corriditos aguantándole la llanterÃa a la Ramona, dándole baños de albaca y anamú, y atosigándole sopas de gallo manÃlo pa que no se le fuera morir de debilitamiento o tisiquerÃa, Aquel favorcito nunca se le olvidó a la Ramona. Por eso fue que tan pronto se enteró del problema de la Matilde, puso pies en polvorosa; y llegó en un chispitÃn. Cuando vio la cara de la Matilde se echó a llorar como una nena. Lloró con tantas ganas, que al ratito estaba todo el mundo haciendo cucharitas. Mientras la casa se estremecÃa con el llanto de la Ramona, abajo en el batey, los hombres trabaron una jamaca de una vara de guaraguao. Cuchichiando, las demás mujeres se metieron en el cuarto y prepararon a la Matilde. HabÃa tanta sangre regá por el piso, que pa sacarla se fueron diez baldes de agua. La bruja fingÃa que tenÃa un mareo y la tenÃa sentada en un banquillo, mientras las viejucas que siempre estaban de luto, le abanicaban la careta. Nosotros nos asomamos como pudimos, pa ver si la Matilde estaba viva todavÃa. TenÃa los ojos cerraÃtos y una jinchera que daba miedo, pero lo que más nos asustó, fue que la pipota que tenÃa esta mañana, ya no estaba allÃ. Entonces nos dimos cuenta de lo que pasó: la bruja le sacó el muchacho y se lo almorzó. De segurito se lo almorzó, porque no se veÃa ni un canto de muchacho por todo aquello y la panza de la bruja se veÃa más grande que nunca.
Celestino Cotto Medina.
Narrador puertorriqueño
De. "Historia de un Viernes Santo", 1988
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