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Domingo 31 de enero de 2016

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Cultural El Duende

BARAJA DE TINTA

De Francisco Madariaga al poeta Cobo Borda

31 ene 2016

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Amigo Cobo Borda:

Discúlpeme no haberle contestado antes a su carta, pero ocurrió que anduve por una regiones un poco lejanas de Buenos Aires unos cuantos días, una región muy particular del nordeste argentino, lindando con el Paraguay y el Brasil, con muchos bosques y palmerales y lagunas e inmensos inexplorados esteros con grandes boas, (curiyú) yacaré, un poco más chico que el caimán. Tierras bajas y altas, arenosas y rojas, o de oro naranja, habitadas por gente criolla con fuerte mezcla guaraní, idioma que por allí se habla normalmente, juntamente con el español, aunque muchos campesinos aún no conocen este último. La provincia se llama Corrientes y está surcada de grandes ríos lentos de aguas rosadas y amarillas o muy fuertemente celestes. Tierra arisca y separatista aun del resto de las otras provincias argentinas donde yo viví desde los seis meses de edad hasta los 14 años en forma continua y en plena parte más salvaje, sobre el río Santa Lucía, paisajes trágicos y muy bellos, dadores de imágenes para el que pueda penetrarles libre de regionalismos o de falsos folclorismos de abogados, jurídicos antipoéticos que hasta ahora han intentado falsamente ser nacionales, pero carente del ánima y de la sangre necesarias para cantar desde y con nuestra "América ingenua", con libres herramientas universales y, si es posible, acompañados con un arpa de corales del universo. Esta relación de los espíritus cultivados será inatajable y de ella nacerán los nuevos cantos natales (los anteriores ¿dónde estarán?) que reinarán y ampliarán vida, realidad. El espíritu separado va cediendo, y volveremos al reinado de las hadas naturales, que han permanecido sumergidas en ciertas regiones muy especiales de nuestra América. Deben ser varias estas regiones; hadas contrabandistas de tesoros para el amor, conciencias lúcidas y natales, es decir intocadas por los terrores de la letra muerta.

Perdón por la continuación con mi pequeño país separatista de Corrientes, donde, a despecho de su excesiva belleza salvaje, se vivió casi todo el pasado siglo y buena parte de este en terribles contiendas civiles y además en una larga contienda con su igual el Paraguay. Contienda entre Conservadores y Liberales, partidos cuyas divisas, que aún hoy conservan (color de pañuelos de cuello, de sombrero, faja de lana de cintura, ponchos, camisas, etc.) son de color colorado y celeste, respectivamente.

Se degollaban mucho entre sí los hombres, el gauchaje en armas, los bandoleros y los cuatreros o cazadores de las regiones acuáticas más aisladas e inmensas, que hoy están así de intactas, salpicadas de isletas o albardones, (para mí, islotones). Yo llegué a conocer de niño y aún de muy joven y ya recorredor de esas dispersas poblaciones o grandes estancias muy aisladas, algunos de esos bandoleros y cuatreros y cazadores, ya retirados a sosiego, viejitos, algunos de ellos cruzados de machetazos rostros o manos, esos sobrevivientes bebiendo caña (bebida alcohólica) espumosa y rosada venida del Paraguay. He estado junto a ellos en algunas reuniones (fiestas o "funciones") en ranchos campesinos o en grandes estancias o feudos rurales. Bebedores de la caña rosada y límpida y también bebedores del jugo del tabaco, que mastican mucho por esas regiones. Una vez uno de esos cuatreros retirados, muy flaco, muy alto, viejo, llamado Ángeles Martínez, me contaba, rodeado de hombres bebidos y bien armados de armas blancas, machetes, puñales, o de grandes revólveres calibre 44, que danzaban con chinas multicolores, algunas de ojos verdes y de rostros bien malayos, al son de los belicosos acordeones y alguna guitarra medio criminalona. Me contaba, digo, este viejo cuatrero retirado, en idioma guaraní salpicado de castellano muy antiguo, historias de contrabando y de arreos de miles de vacunos robados por él y por su banda, todos de pañuelos colorados al viento, atravesando con esas tropas grandes ríos hacia países limítrofes como el Paraguay o el Brasil y el Uruguay, donde en combinación con grades jefes políticos las reducían. Se reía, canoso con ojillos de puñal no olvidado envuelto en un viejo poncho colorado mientras hundía sus pies muy largos y descalzos en la arena cruzada de espuelas del gran rancho de la fiesta. Afuera la luna y los palmares se arreaban por el bajo cielo.

Perdón por todo este relato, lo he recargado demasiado amigo con estas lejanías, se me han escapado para usted porque se me va la mano de la garganta cuando estoy seguro, como en este caso, de que mis palabras van bien dirigidas.

Retribuyo su saludo amigo.

Francisco Madariaga

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