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Domingo 31 de enero de 2016

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Cultural El Duende

Carlos Monsiváis: Un hombre llamado ciudad

31 ene 2016

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Primera de tres partes

Nacido en 1938, Carlos Monsiváis pertenece, con José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, a una generación que vivió su infancia en la guerra y su adolescencia en la Guerra Fría. La guerra es la madre que alimenta la imaginación de por lo menos dos de las novelas más importantes de este periodo, Morirás lejos de José Emilio Pacheco y El desfile del amor de Sergio Pitol, y tal vez debiera enmarcarse bajo la sombra de la guerra el perfil ideológico de Carlos Monsiváis, la perseverancia de su dualismo, el clima de asedio que impregna su óptica y su visión de la cultura.

En más de una ocasión, Carlos Monsiváis se ha definido públicamente como un hombre de izquierda, y a lo mejor su trayectoria se podría describir como la odisea de un escritor empañado en demostrar que se encuentra situado no en el polo del miedo sino en el de la esperanza. Para algunos, la congruencia con que ha sostenido este insostenible compromiso hace de él -independientemente de la verdad o de la credibilidad que se conceda a esas creencias-, sin duda, uno de los escritores más respetados y respetables del México contemporáneo.

Para otros, esa perseverancia lo ha obligado a un revisionismo constante que lo hace un escritor que busca desesperada e innecesariamente oportunidades para obtener -sin conseguirlo siempre- el respeto y la aprobación públicas. Entre tanto, el versátil y ubicuo prosista se nos va de las manos dejándonos un azufrado olor a mito. Misteriosa, increíblemente el escritor crítico efectivamente dueño de una obra parece buscar una probación que se remite exclusivamente a su obra sino que se funda en un pacto ideológico, en un juego de opiniones emanadas, suscitadas o entrevistas por el personaje. Al alterarse la ecuación entre la experiencia y la forma, entre la verdad y la belleza, la exigencia de verdad del escritor resulta comprometida por la necesidad de indulgencia, de simpatía o de complicidad que busca el escritor transformado en profeta.

Por otra parte, la figura de Carlos Monsiváis en el México contemporáneo es inexplicable si no se toma en cuenta que se trata de uno de los hombres mejor informados de México. Una red siempre móvil y siempre renovada de contactos, relaciones, amistades, encuentros, referencias, lecturas y registros lo mantiene a flote sobre el mar de la atareada e infatigable humanidad mexicana. Por más que escriba y por más que lo leamos, difícilmente agotaríamos el conocimiento que Carlos Monsiváis tiene de México.

Pero si bien Monsiváis es en sí mismo una agencia de noticias, si bien hormiguea en él una voracidad volcánica de información y saber históricos, él, en persona, suele ser frío, huraño; se diría que sólo se humaniza ante una cámara de televisión. Con todo, su verdadero rostro lo adivinamos después de algunos minutos de escucharlo por radio. Entonces su voz llega a transformarse en un carnaval. Sí, es una cabeza doliente y no un cerebro frío; un alma perdidamente enamorada del mundo y que ha querido transformar esa maldición en un camino para que el mundo se enamore de ella. La prueba: Monsiváis es uno de los últimos escritores públicos del país y quizás uno de los últimos nombres que las multitudes mexicanas sean capaces de reconocer.

La civilización burguesa reconoce en la cultura un signo de bienestar y en el escritor que la cultiva y expresa un índice de su propia fecundidad y una confirmación espiritual de su mundo. En cambio, la cultura en un país subdesarrollado como México tiende a prosperar como un signo de malestar y suele volverse pública cuando refleja la esterilidad, la confusión, el resentimiento. Con perseverancia no exenta de resignación, Carlos Monsiváis se ha hecho eco de esas voces. Exactamente. Tiene algo del murciélago invidente -pues más que ver oye-, que se orienta mejor en la oscuridad. Su medio natural es la barbarie, la intemperie cultural, la excepción crítica.

No le atrae la serena mansedumbre de la vida cotidiana, es un hombre desvelado por "los grandes momentos" y no comprende ni le interesa lo que no se puede transformar en histórico, lo que no demuestra el progreso o el retraso de la Historia. Documentar ese optimismo equivale a enumerar a los protagonistas secretos de la historia, equivale a recuperar para la historia las fiestas efímeras de una sociedad en nacimiento: la prosa como happening del happening. Se siente la urgencia de los despachos de guerra en esta literatura de la insurgencia civil cuyo foco se desplaza de un lado a otro. Guerra y happening, el apocalipsis en prosa de Monsiváis es, por un lado, el producto más acabado y sazonado de la cultura periodística mexicana que -junto con la lírica- es la tradición escrita más sólida y representativa de la cultura mexicana.

Por otro lado, Monsiváis aparece en este país de poetas y de periodistas como un explorador y un viajero. Es un Marco Polo de la miseria y de la opulencia, un agente viajero de la crítica que vive atravesando las fronteras sociales, desde los bajos fondos hasta la izquierda exquisita pasando por las masas y las estrellas, las figuras legendarias y las tragedias, las máscaras y las fiestas.

Va en busca del presente perdido en la basura de los periódicos. Es un paseante y un pasajero del tren de la vida que asoma la cabeza para asistir al paisaje cambiante del status. Campo de batalla, parque de diversiones, siempre la Plaza, la cuenca vacía que va llenando paulatinamente la masa con sus ríos -ese es uno de los recursos literarios preferidos por este autor: la crónica de la ocupación y la evacuación de las masas.

Así aparece y desaparece el maestro de ceremonias de la gran comedia nacional, el sacerdote de los cultos bajos, serviles y saturnales. Es el bufón que domina todas las destrezas y las subvierte. Por esta razón es también el único que llora cuando los demás ríen, uno de los pocos que sabe en cuántas piezas se ha roto la patria, uno de los pocos que conoce el dolor de México.

A esa amargura se añade la tragedia de todos los grandes viajeros que han perdido el origen; como si la ciudad hubiese celebrado con él un pacto fáustico y le hubiese revelado todos sus secretos a condición de que él renunciara a su casa. Quien acepta semejante sacrificio, cree que es posible romper el aislamiento, crear un mercado común de ideas y sentimientos, restituir a la historia una dignidad no corrompida por el conformismo.

Sacerdote de las fiestas saturnales donde los siervos se coronan y los reyes se arrodillan, Monsiváis es, bajo su ropaje moderno, un hombre del pasado en quien los muertos alientan, el depositario de la historia de que se ha impregnado en su viaje al fondo de la noche triste, en su vuelta arcaica al mundo mexicano a través de sus familias, clanes, grupos y multitudes.

Bajo la crónica se adivina otro género que hace formalmente posible esa inmersión en la masa, en los muertos, en el pozo de la historia reflejado bajo la superficie del presente: el sueño, los sueños. El género medieval y luego picaresco llevado a la perfección por Quevedo, es resucitado subrepticiamente por Monsiváis bajo la capa de un nuevo periodismo que combina la parodia, la descripción, la interpolación, la entrevista, la cita, la sentencia, la reflexión sociológica, la indiscreción y autoanálisis.

Si en el sueño tradicional hablan de preferencia los muertos, en los sueños monsivaítas ese lugar lo ocupan las masas, los tipos, las formaciones gregarias, los personajes característicos. Sin embargo, si bien el sueño (a veces pesadilla), es utilizado como forma literaria, es decir como forma de conocimiento, no queda claro para el lector si Monsiváis quiere o no despertar de ese sueño obsesivo del presente apocalíptico e informe que, paradójicamente, le sirve para eludir el pasado, es decir la forma.

Entre tanto es obvio que la lectura bárbara y la rapiña comercial condenan a Monsiváis a aparecer como un escritor pseudocostumbrista en el contexto inminente de una sociedad uniformada aun en el nivel de los fellahs, de los parias, de los intocables. En la mezcolanza insípida de las nuevas clases medias, de la lumpenproletarización de las clases medias ilustradas, de la deserción de los obreros hacia el tianguis y de la entrega del campo a los grandes explotadores industriales, los escritores se enfrentan a la difícil tarea de nombrar la cantidad y enumerar la legión.

Continuará

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