Para otros, esa perseverancia lo ha obligado a un revisionismo constante que lo hace un escritor que busca desesperada e innecesariamente oportunidades para obtener -sin conseguirlo siempre- el respeto y la aprobación públicas. Entre tanto, el versátil y ubicuo prosista se nos va de las manos dejándonos un azufrado olor a mito. Misteriosa, increÃblemente el escritor crÃtico efectivamente dueño de una obra parece buscar una probación que se remite exclusivamente a su obra sino que se funda en un pacto ideológico, en un juego de opiniones emanadas, suscitadas o entrevistas por el personaje. Al alterarse la ecuación entre la experiencia y la forma, entre la verdad y la belleza, la exigencia de verdad del escritor resulta comprometida por la necesidad de indulgencia, de simpatÃa o de complicidad que busca el escritor transformado en profeta.
No le atrae la serena mansedumbre de la vida cotidiana, es un hombre desvelado por "los grandes momentos" y no comprende ni le interesa lo que no se puede transformar en histórico, lo que no demuestra el progreso o el retraso de la Historia. Documentar ese optimismo equivale a enumerar a los protagonistas secretos de la historia, equivale a recuperar para la historia las fiestas efÃmeras de una sociedad en nacimiento: la prosa como happening del happening. Se siente la urgencia de los despachos de guerra en esta literatura de la insurgencia civil cuyo foco se desplaza de un lado a otro. Guerra y happening, el apocalipsis en prosa de Monsiváis es, por un lado, el producto más acabado y sazonado de la cultura periodÃstica mexicana que -junto con la lÃrica- es la tradición escrita más sólida y representativa de la cultura mexicana.
Por otro lado, Monsiváis aparece en este paÃs de poetas y de periodistas como un explorador y un viajero. Es un Marco Polo de la miseria y de la opulencia, un agente viajero de la crÃtica que vive atravesando las fronteras sociales, desde los bajos fondos hasta la izquierda exquisita pasando por las masas y las estrellas, las figuras legendarias y las tragedias, las máscaras y las fiestas.
Va en busca del presente perdido en la basura de los periódicos. Es un paseante y un pasajero del tren de la vida que asoma la cabeza para asistir al paisaje cambiante del status. Campo de batalla, parque de diversiones, siempre la Plaza, la cuenca vacÃa que va llenando paulatinamente la masa con sus rÃos -ese es uno de los recursos literarios preferidos por este autor: la crónica de la ocupación y la evacuación de las masas.
Si en el sueño tradicional hablan de preferencia los muertos, en los sueños monsivaÃtas ese lugar lo ocupan las masas, los tipos, las formaciones gregarias, los personajes caracterÃsticos. Sin embargo, si bien el sueño (a veces pesadilla), es utilizado como forma literaria, es decir como forma de conocimiento, no queda claro para el lector si Monsiváis quiere o no despertar de ese sueño obsesivo del presente apocalÃptico e informe que, paradójicamente, le sirve para eludir el pasado, es decir la forma.
Entre tanto es obvio que la lectura bárbara y la rapiña comercial condenan a Monsiváis a aparecer como un escritor pseudocostumbrista en el contexto inminente de una sociedad uniformada aun en el nivel de los fellahs, de los parias, de los intocables. En la mezcolanza insÃpida de las nuevas clases medias, de la lumpenproletarización de las clases medias ilustradas, de la deserción de los obreros hacia el tianguis y de la entrega del campo a los grandes explotadores industriales, los escritores se enfrentan a la difÃcil tarea de nombrar la cantidad y enumerar la legión.
Continuará
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