No es simple describir las vivencias. Experiencia y descripción de la experiencia. Mapa y territorio, anticiparÃa Korzibsky. Esa dificultad todos los antropólogos la viven. Bien la paradoja de intentar comprender y describir la "cultura" de lo otro, para terminar asumiendo que sólo pueden hablar de su propia experiencia con eso otro. Es que el ser humano no puede escapar de ser lo que es. Nuestro sistema nervioso es operacionalmente cerrado, argumentarÃan los biólogos Francisco Varela y Humberto Maturana.
Pero existen ciertas posibilidades de transgredir esa "prisión del uno mismo" una cierta "espiritualidad" -una consciencia expandida y participante, tal vez la especificidad de lo humano- serÃa la llave para salir del encierro. Siempre en la historia, nos hemos dado ciertos espacios rituales para recordarnos que ese "uno mismo" se encuentra conectado y unido. En la vivencia ritual, nos percatamos que somos parte de una totalidad más grande que la estrechez del cuerpo-mente. En el carnaval de Oruro, uno se da cuenta que esas conexiones con el cosmos no son exclusivas de los pueblos ancestrales. En Oruro, el antropólogo es atrapado en la fusión mágica del ritual.
En el carnaval, como en sus relatos, "realidad" y ficción se unen. Se confunden. Como en las fábulas, los mitos y las leyendas.
No debe existir en Oruro, tal vez en toda Bolivia, familia alguna que no tenga al menos un integrante en el rito. En esta materia todo boliviano es un experto, en pura vivencia la que transmiten sus discursos. Un sano orgullo y una cierta "fierez de ser", es lo que se expresa en la aspiración a caporal o figurita. Toba, Tinku, Lucifer, San Miguel u Oso poco importa. Se trata de participar y ese es el deseo profundo de todo boliviano, y Bolivia es un paÃs que ha sabido guardar sus profundidades.
El Sábado de Entrada, las "cholas supay", los pujllay, los tarabuqueños, siri-sicuris y negritos sayadores, que en una desparramada danza, se desplazan a lo largo de los 15 kilómetros, que van desde la avenida 6 de Agosto hasta la explanada de la iglesia, son apenas el colorido ornamental que contextualiza el ritmo ambiental que se está viviendo en toda la ciudad. Todos los rincones vibran en absoluta resonancia -un isomorfismo casi perfecto- con los sones de bandas y el colorido de los miles de bailarines. Durante más de 12 horas, el interminable desfile irá cambiando la temperatura de la ciudad.
De "Ladrón de bicicletas", 1996 - Revista El Canelo
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