Lunes 25 de enero de 2016
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La crítica al poder siempre sabe encontrar en la imaginería animal un poderoso instrumento de apodos y motes, en el que confluyen connotaciones como el desprestigio, la ridiculización, la crítica a través de la narración figurada de los acontecimientos políticos, o el humor. Esta animalización de la política abarca un zoológico completísimo y siempre con matices sardónicos.
El presidente de la república acaba de añadir a ese zoológico animalístico, al "perro" y al "zorro", aunque reiterativos. Ya tuvimos en nuestra historia cercana; un presidente "Mono", otro "Conejo", un "Gallo". Hay políticos opositores como "El Quico", el "Bom Bom", el "Mallku" (del quechua cóndor), "el Lobo Samuel", u oficialistas como "el Qhananchiri". Podríamos abarcar muchas páginas renombrándolos.
Los apodos, cuando están inmersos en el círculo del poder, tienen implícita intencionalidad, casi siempre a la broma, por las encendidas pasiones que buscan hundir al opositor, al contrario partidario, y se espetan bajo connotaciones desprestigiadoras. Como curiosidad y realidades sociales han merecido estudios diversos sobre lo que se quiere significar con ellos al nombrárselos atributivamente, por ello son objeto de la semiología y la semiótica.
