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Segunda y última parte
Cabe aquà dejar establecido que hubo quienes realmente asimilaron (por respeto, por principios) aportes auténticos de la vertiente originaria, y hubo quienes (por arribismo o condescendencia) sólo se sirvieron de esa fuente siempre acondicionando lo usurpado al marco de los valores y la aprobación europeos. Pero sin entrar al detalle de esa verdad histórica -no obstante el peso con el que ella incidirÃa en la definición de obras y autores-, dirÃamos que aquella generación de músicos que nació con el siglo resultó pionera en el planteamiento de una América en la que eran otras las cosas que habÃa que decir, otras las formas de decir, y otros los hombres a quienes habÃa que decir. Ese enfoque serÃa -no solamente para la referida generación sino también para las sucesivas, incluidas las más recientes- reto difÃcil de encarar y vencer. ¿Cómo estructurar un lenguaje propio, auténtico, creativo y que además sea ampliamente comunicativo? Nadie antes se habÃa preguntado cosa semejante.
Sin embargo, esta reconsideración general del problema latinoamericano, pese a la profundidad con que en muchos casos habÃa sido asumida, no dio como resultado un crecimiento en la concurrencia del público. Es útil reconocer que ni las creaciones mejor resueltas, ni los autores más brillantes en sus conquistas anticoloniales, ni siquiera las grandes revoluciones sociales (paradoja) han logrado incorporar las masas a la vida contemporánea de la música culta. El espacio de esta sigue siendo casi clandestino, su difusión reservada a grupos especializados. La música contemporánea es -sÃ- música de este tiempo, pero sólo eso; no es música de los hombres de hoy.
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Este desfase se explica en la observación de nuevos factores. Si el problema en su raÃz nos muestra un enfrentamiento de culturas muchas veces incompatibles, hoy -cuando ese proceso ha evolucionado en forma diversificada y fecunda- la dicotomÃa se encarna en un fenómeno de disgregación imputable a la causa educativa. Veamos por qué. Analfabetismo en la América Latina quiere decir muchas decenas de millones de seres humanos a quienes desde hace siglos se les niegan recursos para el desarrollo de sus potencialidades. Millones de hombres dominados y sometidos a través de bloqueo de la información (en su sentido más vasto), cercado en una ignorancia impuesta y fomentada, privados de la luminiscencia del saber convertido en privilegio de algunos, marginados del mundo, denigrados, subestimados. Pero si analfabetismo es todo eso, por un lado, por el otro habrÃa que ver también lo que es educación. Educación significa, en nuestros paÃses, homogeneizar (igualar, uniformar) los patrones de pensamiento y conducta en homologÃa con los preceptos normativos de las metrópolis occidentales. De acuerdo a esto, en este continente hay, en efecto (salvo aisladas excepciones), dos tipos de sociedad, analfabetas y "educadas" (léase domesticadas). Nosotros los latinoamericanos sólo tenemos dos posibilidades de ser: marginales o alienados.
El pensamiento y la acción de aquellos pocos sobrevivientes al analfabetismo y a la "educación" no modificaron ni modificarán por sà solos esta realidad dramática; aunque tal vez presagien un tiempo libertario.
Por otra parte, están los medios de comunicación. Son estos instrumentos de amplio alcance que con máxima efectividad desempeñan su doble papel, tanto de marginación como de alienación. Asà también se constituyen en importante factor de desfasamiento entre arte y sociedad contemporáneos.
Casas editoras, sellos de grabación, radiodifusoras, cadenas de televisión, prensa y otros más, cumplen una labor de marginación al ignorar los manifiestos (en cualquiera de sus formas) por un nuevo orden estético, o al ignorar toda tradición activa de expresiones populares o al profanarlas inescrupulosamente cuando ellas mismas pueden reportar dividendos. Cumplen una labor de marginación también al omitir cualquier expresión que no encuadre en sus cánones de comerciabilidad. Cumplen una labor de marginación al silenciarse con respecto a la vida de centros culturales que comparten origen, historia y proyecciones, es decir, al incomunicar premeditadamente a los pueblos del mundo igualmente sometidos y explotados. Y realizan acción alienante al promover obsesivamente la imagen de una "cultura universal" (que no es otra que la cultura europea autoevaluada superlativamente) envasada al vacÃo, deshidratada, desgrasada e instantánea. Mitos barrocos, héroes románticos, divos brillosos (fabricados en maléficos laboratorios a diez o veinte mil kilómetros de nuestras latitudes), hembras marmóreas, entre muchos más de una gama de productos que desde su cuartel general -los medios de comunicación- precipitan con ferocidad su afán alienante. SÃ, los medios de comunicación marginan y alienan. Por omisión y por acción su compromiso es con la contracorriente de la historia.
En una realidad como esta, ¿cómo podrÃan los desposeÃdos atender el mensaje los supervivientes?
El divorcio de la música y los hombres de estos dÃas está inscrito en un contexto múltiple y complejo del cual es imposible separarlo si lo que se busca es comprenderlo, con un origen histórico conflictivo, en una edad post-uterina aún temprana (cuyo desarrollo muchos se interesan en truncar), inmersos en una sociedad cegada, enfrentados a los goliáticos monopolios de la comunicación, los músicos cultos contemporáneos (o como prefiera llamarles) de América Latina, no provocarán una instancia de cambio abordando el problema sólo desde su faz estético-técnica.
Es ingenuo pensar, en nuestro caso, que simples transformaciones de lenguaje puedan convocar la receptividad de un público masivo, o puedan incorporarlo al debate por nuestra identidad, o puedan ganar acceso a una difusión de amplio espectro. Podrán sÃ, fortificar una posición de resistencia global cuya gravitación mayor es incidente en el campo enemigo (función importante y necesaria) pero apenas epidérmica en nuestro propio mundo.
Esa es la caracterÃstica de nuestra música de tradición escrita de este tiempo en América Latina. Porque la utopÃa de un arte revolucionario y masivo, es la utopÃa de una sociedad inventora de sà misma. Y es precisamente por ella que hoy los latinoamericanos nos proclamamos insurrectos. La historia nos ha sentenciado a conquistar nuestro derecho a ser. Cuando creamos en nuestra condición cultural originaria, cuando nos aproximemos a ella, la conozcamos, aceptemos y asimilemos en toda su dimensión, con todos sus valores, sus caracteres, sus conceptos, sin someterlos a previos procesamientos de "estilización", blanqueamiento, mutilación o plastificación, cuando además esos valores, caracteres, conceptos -en una palabra- esa nuestra dimensión oculta sustente la filosofÃa de formas educativas propias; cuando esa educación sea capaz de liberar nuestras oprimidas potencialidades; cuando podamos conocer otras culturas incondicionalmente; cuando hagamos unidad en la diversidad; cuando los medios de comunicación no puedan ser monopolios de enriquecimiento privados; cuando ellos sean más bien instrumentos sociales de afirmación, integración e incentivo; cuando hayamos consolidado estas y otras conquistas inherentes, entonces estaremos habitando nuestra propia utopÃa. Pero -claro- será otro tiempo y otros serán nuestros sones.
Fin