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Domingo 17 de enero de 2016

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Cultural El Duende

La lectura como viaje

17 ene 2016

Jaime Iturri

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Incansables viajeros, inventores de sistemas numéricos poseedores del cero, basados no en el sistema decimal sino en el vigesimal (como reafirmando que en todo somos dos), los mayas acababan de crear un nuevo término que se suma a su ya largo diccionario. "Keniatzib" le sirve para designar a la computadora y la traducción literal quiere decir: "tejedora de palabras". Entretejidas a veces por lazos visibles, esas palabras sirven para contar historias como la que sigue a continuación y, nos prepara lector, como la primera parte de este viaje, en el que ocupan asientos de privilegio mis demonios, los tuyos, tus complicidades y mis búsquedas, nuestros desencuentros, pero sobre todo nuestros encuentros. Escucha este susurro, quizás sientas un poco esa emoción que transformó a más de uno.

CU?NTAME UN CUENTO

SHEREZADE

La leyenda dice que la palabra salvó la vida de la bella Sherezade quien, durante mil y una noches, entretuvo al sultán de Bagdad con algo más de lo que dieron centenares de vírgenes asesinadas cuando salía el sol. Sherezade escapó de la espada de Shabib Rama, el verdugo del reino, porque sedujo al monarca contándole historias que los propios pobladores de Bagdad ponían en sus labios para terminar con la masacre. La noche mil dos, el poderoso y sanguinario Shahriyar había cambiado por la magia de las historias, o tal vez sea preciso decir, que comenzó a cambiar desde que la historia de los primeros genios llegó hasta sus oídos.

Desde que la palabra surgió, los seres humanos se reunieron alrededor del fuego para contar sus sueños, sus ilusiones y su historia. La palabra, vehículo de comunicación, no se creó únicamente para poder producir, para transformar la naturaleza, sino para alimentar el espíritu, lo inmaterial. Quizá por ello, los indígenas guaraníes designan con un mismo vocablo "Ne´e" al alma y la palabra. Es más, los hijos del bondadoso Yaneramai creen que "La palabra es todo y todo es palabra". Ella tiene la gran virtud de reproducir los sueños, sean estos colectivos o individuales. En Las mil y una noches, por ejemplo, se mezclan historias de tan diferentes épocas y estilos, que tan solo podría ser comparada con el Antiguo Testamento en Occidente.

¿Fue Sherezade una excusa para que los narradores pudieran contar sus fantasías o, por el contrario, los escritores transformaron en texto las historias de aquella fascinante mujer, cuyos interminables cuentos, enlazados unos con otros, mantuvieron la atención del tirano? Nunca lo sabremos. Pero de lo que no cabe duda es de la trascendencia de la palabra. Ella, como diría el Subcomandante Marcos, es capaz de "curar la enfermedad más mortal que existe y que se llama olvido". Finalmente, sostiene Octavio Paz: "?El lenguaje -sonido que emite sentidos, trazo material que denota ideas incorpóreas- es capaz de dar nombre a lo más fugitivo y evanescente: la sensación".

Revolucionaria en sí misma, la palabra trasciende las revoluciones y las hace eternas, perennes. Así encandiló Sherezade al amo de Bagdad, pero logró algo más: sedujo al tiempo para lograr el máximo sueño de todos los seres humanos: la inmortalidad. Quizá por ello Juan Gelman escribió: ´Con este poema no tomarás el poder´ dice / ´Con estos versos no harás la Revolución´ dice / ´Ni con miles de versos harás la Revolución´ dice / Se sienta a la mesa y escribe.

Y eso lo sabían muchos años antes del nacimiento de Jesús los egipcios que, en el siglo XIX de la dinastía Ramsida, escribieron: Más útil es un libro que una estela grabada / o que un muro sólido. / Sirve de templo y de pirámide?

La conocían también, para mal, los poderosos, por ello: "?En América la novela estuvo prohibida durante doscientos años. Cuando llegaron los conquistadores, el rey de España, en dos oportunidades, prohibió la circulación de libros de ficción en América. La circulación de la novela estaba prohibida. Tener un libro de ficción era un delito. Porque sabían muy bien, los conquistadores, que el despertar de la imaginación latinoamericana marcaría el fin de su domino?".

Así pues, la fantasía colectiva da identidad a los pueblos, les permite pensar en una realidad diferente a la de sus dominadores. Nadie que sueña es por mucho tiempo esclavo. Y posiblemente Sherezade también intuía eso, mientras Simbad "el marino" viajaba a través de sus palabras montándose en una ballena, Aladino frotaba la más maravillosa de todas las lámparas encontrando al genio y Alí Babá, al igual que ella, separaba las puertas de la cárcel de piedra utilizando tan sólo las palabras: "Ábrete Sésamo". Esa función de poblar los sueños es lo que hace inmortal a la literatura y es por ello que en mil lenguas, en mil épocas y en mil y una noches, hombres, mujeres, niños y niñas vuelven a la vieja frase, casi súplica, de Shahriyar, el todopoderoso mendigo de palabras, que pedía: "Cuéntame un cuento Sherezade".

LA LECTURA COMO VIAJE

Entre las muchas maneras de viajar, la literatura ocupa un lugar de excelencia. Puede uno viajar físicamente, en ese caso como migrante, buscando mejores horizontes de vida, o como turista, pretendiendo "conocer" a la rápida. También puede uno viajar simplemente por el placer de hacerlo, como los personajes de Paul Bowles en El cielo protector. Es posible, asimismo, transportarse hacia un mundo imaginario utilizando la mente, de la mano de espíritus o perseguido por demonios. Ese nomadismo puede también reflejarse en un viaje a través de los cuerpos, tras del mítico placer y del encuentro. Pero, de todos los viajes, el que hoy me concierne es aquel que transcurre a través de la lectura y la escritura. Que la literatura es la posibilidad privilegiada de conocer otros mundos, de vivir varias vidas y de viajar por cuerpos, países y sueños, lo sabía el padre de un pirata cuya ferocidad sobre las aguas de la Malasia sólo fue aplacada por el amor a la hija del gobernador del imperio inglés, que ocupaba las tierras de sus predecesores.

Que se sepa, Emilio Salgari jamás estuvo en el Asia, es más ni siquiera salió de Europa. Encerrado en una biblioteca recorriendo viejos volúmenes, fue capaz de transportarse a través de la lectura al viaje que dio a luz a Sandokan, a sus "tigres de la Malasia" y a toda su secuela. Se establece entonces una relación de viajes en los cuales Salgari-lector viajó entre las imágenes de su fantasía, para convertirse en Salgari-escritor que, a su vez, permitía a sus lectores transportarse hacia los mundos de hombres de turbante, cimitarra y veleros piratas. Es muy posible que, igualmente estos viajeros lectores hubieran promocionado nuevos viajes de sus pequeños, por ejemplo, cuando les leían la historia de los piratas malayos, amantes de su independencia frente al poder colonial, que priorizaban la amistad ante todo, que no se rendían ni ante la tecnología más grande de su tiempo y cuyo aliado era un enigmático portugués de quien sabemos sólo su apellido: Yáñez.

Como en el viaje físico, en la lectura también existen "turistas" y "viajeros". Bowles nos habla de ellos: "?Mientras el turista se apresura por lo general a regresar a su casa al cabo de algunos meses o semanas, el viajero, que no pertenece más a un lugar que al día siguiente, se desplaza con lentitud durante años de un punto a otro de la tierra? otra importante diferencia entre el turista y el viajero es que el primero acepta su propia civilización sin cuestionarla; no así el viajero, que la compara con las otras y rechaza los aspectos que no le gustan?"

De esta manera, hay quienes se acercan al mundo de la literatura como un pasatiempo, para "distraer" las horas que les sobra del día, son los "turistas" de la lectura. Muy diferente es el caso del lector que navega por las aguas de las palabras, descontento con su mundo. A este último es a quien, seguramente, Umberto Eco ha llamado "Lector in Fabula", cuyo rol hace de la lectura un hecho vivo, ya que el escritor en su textos únicamente "?Alude, y para el resto le pide al lector que colabore llenando una especie de espacios vacíos?". Y es que, continúa Eco, "todo texto es una máquina perezosa que le pide al lector que le haga parte de su trabajo. Pobre del texto si dijera todo lo que su destinatario debería entender: no acabaría nunca?". El creador de William de Baskerville, el célebre monje franciscano, amante de los libros y de las investigaciones, juega con la figura en italiano de "in fábula", porque ella evoca al endemoniado.

El lector trabaja sobre el texto y hasta podríamos decir, con toda seguridad, que sin lectores los libros no sirven para nada. Finalmente, los objetos se realizan por su "valor de uso". Claro que este "trabajo" de decodificación no es gratuito, pues permite al lector poder viajar hacia mundos desconocidos, imaginarios, fantásticos, porque la literatura es un espacio de libertad y de ensueño, como una travesía guiada por su shamán, que nos permite acceder a lo externo y, de vez en cuando, sirve de detonante para nuestro propio recorrido a través de nuestras entrañas.

Leer es un acto de entrega y de individualismo, así lo dice Carlos Fuentes: "Leer una novela: un acto amatorio que nos enseña a querer mejor" / "Y acto egoísta también, que nos enseña a tener conversaciones espléndidas con nosotros mismos". Porque la literatura -ya lo definió la celosa madre de Antonio Skármeta, El Cartero de Neruda-, es una droga y "No hay peor droga que el Bla Bla. Hace sentir a una mesonera de pueblo como una princesa veneciana?" o convierte a un sátrapa lleno de poder, en un mendigo que ruega por historias. Y todo por viajar, como Simbad, cuya máxima realización era abandonar el puerto de Bazora y lanzarse al mar y que por curioso se subió en una ballena, para, después de mil travesías, volver rico a su ciudad. Eso nos ocurre a los "lectores endemoniados" que, al abrir páginas llenas de signos en negro sobre blanco, desplegamos las alas para, después de amar-leer, anidar saciados, plenos de fecundas dudas y una que otra certeza, como la de que volveremos a viajar, sentados sobre la mágica alfombra voladora de la palabra.

* Jaime Iturri Salmón.

México, 1963.

Escritor y periodista.

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