Sábado 16 de enero de 2016
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El ejercicio de la prostitución sin la relevancia de los motivos que arrastran y convencen a su ingreso y, salvados los prodigiosos esfuerzos en impedir inundar al alma de las prostitutas con un pesimismo tenazmente asilado que las conduciría a su propia frustración, posibilita rebelarse con fuerza inclaudicable. Muchas prostitutas al traspasar el sombrío umbral del mundo de la prostitución desafían al Creador en un intento deicida hasta desarraigarse de esta recurrente visión del mundo impregnada de desesperanza y negatividad que superan en un tiempo y equilibran su desorden interior suscitado por la pugna interior entre los valores y su negación.
Ha llegado el momento crucial por el cual la realidad se manifiesta con dramática objetividad cuyo decantar es la virtual diferencia entre la explotación de sus cuerpos como instrumento de placer y la perseverancia interior para preservar, sin huir, al mundo de la fantasía, los valores y comprender el alcance de su fuerza, imprescindible para atenuar la angustia de la cotidianidad, que las hace vivir en un estado constante de insatisfacción e inseguridad y, esos estados, atribuyen a las prostitutas un estoico esfuerzo en no justificar a las causas de sus estados de ánimo que las amenaza y hundiría definitivamente en esta desgracia; este razonamiento evita que sus vidas transcurran en la sensación del fracaso y el abatimiento. El sexo desasido de amor y sentimiento como ejercicio frenético lo separan inteligentemente de la gestación de sentimientos e inherencia de virtudes, aunque al mismo tiempo se desgarre su fuero interno con el espectáculo de la miseria humana, es un deleitar sufriendo, complaciendo a los demás, encantando con su belleza y absteniéndose a sumergirse en el mal y el horror.