Conocí a Alfredo, un muchacho de 24 años, en circunstancias corrientes de trabajo, estábamos ambos haciendo la misma labor pero él ya llevaba un año de ventaja y aun así parecía un extraño en aquellas tierras lejanas. Alejado como yo de sus padres, de sus hermanos, de su novia y sus amigos, daba la impresión que la ausencia de todos ellos lo aislaba aún más y le impedía incluso acoplarse a nosotros, unos 5 amigos que promediábamos los 25 años de edad y que en nuestra soltería y juventud nos llevábamos el mundo por delante.
No era muy habiloso para los deportes, de manera que ni en eso podía integrarse, tan sólo se dedicaba a desgastar un casette de Jorge Eduardo y con sus melodías recordar su pago y esperar con ansias el día del retorno para volver a estar con los suyos.
La vida transcurría con normalidad y en ese lugar, donde lo que abunda son hermosas mujeres, una más bella que la otra, este grupo de jóvenes ya había puesto los ojos en más de una, y en las fiestas de fin de semana, como las bailantas del domingo por la noche, después de misa, en el Club Social, hacía que nuestros días se pasaran volando, y entre conquistas y desamores las señoritas de este hermoso paraje alegraban nuestro existir.
Pero Alfredo no se acomodaba ni a eso, siempre solo, no iba a las fiestas, de las reuniones se escapaba antes de que empiecen y además no mostraba interés alguno en nadie del sexo opuesto.
Hasta que llegó la Navidad, y después de asistir a un delicioso almuerzo con churrasco incluido, nos encontramos todos en una mesa y nos pusimos a brindar. Alfredo ya no pudo escaparse y aunque no compartía los tragos, por lo menos se sentó a charlar y ahí fue que aproveché para tratar de conocerlo un poco más y saber el porqué de su actitud. Me dijo que no salía ni nada porque se lo había prometido a su enamorada, que la amaba y que iba a cumplir su palabra. Lo que me pareció más que loable de parte de todo un caballero. Cuando le consulté sobre su reticencia a beberse unas copas con nosotros, arguyó que no le gustaba beber, que con poco se mareaba y que no le apetecía embriagarse, le dije algo que escuché de joven, y era que el hombre nunca debería huir del alcohol sino saber controlarlo, que todo hombre debería aprender a beber, a saber cuándo decir basta y qué mejor que hacerlo con los amigos con los que se tiene confianza, que sería peor que le pase algo entre extraños y que no sepa comportarse. Me dijo que nunca le pasaría algo así, que no me preocupara y ahí terminó, yo tenía más ganas de divertirme que de dar sermones así que la cortamos y disfrutamos del saldo de la Navidad por rumbos distintos.
El año siguiente nos esperaría con sorpresas, y una de ellas fue que la hija de una cocinera del mercado al que asistíamos a la hora del almuerzo había puesto sus ojos en Alfredo y éste pese a darse cuenta se hizo el distraído, aunque con la coquetería y vanidad que desgraciadamente acompaña a cualquier hombre, le dio ciertas esperanzas, lo que despertó aún más el interés de esta casi adolecente que llevaba por sobrenombre Pinina.
Ella era una cambita muy parecida a Oliva de Popeye, con un par de canutos por piernas y un tronco sin expresión femenina alguna, carita algo agraciada y una melena corta negro azabache que coronaba su diminuta cabeza. A ella se le puso este muchacho entre ceja y ceja y se propuso conquistarlo a cualquier costo. Y así lo logró, en menos de un mes Alfredo estaba íntegramente a sus pies, y ya no salía de su casa para nada, si antes lo veíamos poco, ahora simplemente no lo veíamos y aunque me acordaba de su promesa, no tenía la menor intención de hacerle memoria, finalmente estaba feliz y eso era lo que contaba. Hasta que lo que parecía una relación normal, empezó a dar símbolos de problema, quien era un modelo de conducta, disciplina y cumplimiento, empezó por descuidar su ropa, su aseo y hasta su afeitado, empezó a llegar tarde y a faltar, incluso en una oportunidad directamente ya no vino a trabajar.
El castigo llegó de inmediato y se le ordenó que se presente inmediatamente, lo hizo y aceptó la sanción en ese momento, que consistía en permanecer en la unidad y no moverse de ahí para nada. Sin embargo con el transcurso de las horas vi en él, lo más parecido a una fiera enjaulada, no podía permanecer quieto, era un hombre con síndrome de abstinencia y su conducta se tornó hasta irracional. Quisimos tranquilizarlo pero era inútil, él necesitaba de su "mujer" como el adicto de su dosis y, en cuanto cayó la noche voló donde ella sin importarle absolutamente nada el castigo recibido. Las consecuencias son largas y tristes, sobre todo lo que le aconteció por aquel amor desaforado que sintió por esa pelada y que lo llevó nada más y nada menos que hasta la cárcel, porque al no sentirse correspondido como deseaba se entregó al alcohol que tanto le disgustaba, y al no saber beber, cometió una locura que le costó más de 10 años en prisión y fue la destrucción de un hombre sano, pero que por no arriesgarse a conocer la vida con quienes lo estimaban y lo podían cuidar, le tocó conocer la misma de la mano de una mala mujer que lo hundió y que casi le cuesta la vida.
Sin embargo Alfredo era un hombre común, un muchacho como muchos, de bajos ingresos, poco agraciado y con poco que dar y ofrecer, a diferencia de uno de los hombres más buscados y a la vez más poderosos del mundo, el "Chapo" Guzmán, cuya habilidad para el delito y el crimen lo han convertido en uno se los personajes más famosos del planeta en este momento.
Con una habilidad innata para los negocios turbios, una frialdad espantosa que le carga más de mil almas en su espalda y un poder increíble sobre sus subordinados, es como mi amigo un hombre que cayó también víctima de su coquetería y vanidad. Al igual que Alfredo no pudo con su ego, y cuando vio la posibilidad de conquistar a la mujer de sus sueños, se lanzó sobre ella con todo lo que pudo, y en ese afán bajó la guardia a su seguridad, y como quienes lo perseguían estaban lejos de la intención de distraerse con féminas, le siguieron la pista a una de las mujeres más lindas del planeta hasta dar con el paradero del Señor de los Túneles, y esta vez no hubo pasadizo que pudiese zafarle del lento pero largo brazo de la Ley.
Los hombres podemos lograrlo todo, hemos sido capaces de llegar a conquistar la luna y hemos domado a todas las bestias que habitan la Tierra, estamos inventando formas inverosímiles de comunicarnos y hacemos del confort y el placer algo realmente maravilloso a medida que transcurre el tiempo, pero hasta ahora y seguramente nunca, podremos tener la capacidad de dominar ese dulce embrujo que las mujeres saben ejercer sobre nuestra más noble debilidad, el placer de conquistar su corazón así esto nos cueste la razón.
(*) Paceño, stronguista y liberal
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