Quizás tengamos que inventar cada cual nuestro camino, para el reencuentro de la posada, de ahà lo importante que es la reunificación de familias y favorecer los reasentamientos. Ciertamente, cada dÃa son más las personas que viven fuera de su paÃs de origen. Ojalá estos caminantes se muevan de manera segura, ordenada y protegida, a las órdenes de una regulación internacional que les ampare.
Por otra parte, casi sesenta millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares en todo el mundo, el equivalente a casi la mitad de la población de Japón; y, nos consta, que veinte millones de estas personas son refugiados. En consecuencia, el primer deber nuestro pasa por escucharles y, los diversos gobiernos del planeta, además, deberÃan derivar un pequeño porcentaje del presupuesto en proyectos de desarrollo para estos paÃses afectados. En ocasiones, cuesta entender que no dejen trabajar a Naciones Unidas, reduciendo el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en consideración a las personas indefensas.
Olvidamos que la ciudadanÃa únicamente puede avanzar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es completa, en todas sus dimensiones, incluida la humana; si no se abandona a nadie, incluidos los pobres, los enfermos, los excluidos, los marginales, los discriminados; si somos capaces de pasar de una cultura de la división a una cultura de la unión y de la acogida. Emigrantes y refugiados no son almas raras que caminan sin rumbo, lo hacen en la mayorÃa de las veces con un deseo legÃtimo de ponerse a salvo, de ser algo más persona, puesto que suelen huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades de subsistencia.
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