"Este cuadro -me explicó Manuel Ezcurdia cuando notó que yo estaba absorto contemplándolo- lo hizo Joy Laville, una pintora inglesa que vive en San Miguel Allende."
Es una pintora sin trucos, sin moda, sin doctrina. Ni protesta ni acepta. Hace lo suyo, con gran talento. Su dedicación y su preocupación por sus obras me llenan de envidia. Cuando viene el camión de mudanzas y se lleva los cuadros a la galerÃa para que se monte la exposición, me doy cuenta de que mi mujer siente que la casa se ha quedado sola y que ella está desamparada.
Aparte de ella pintar y de yo escribir, jugamos ajedrez. Cuando ella gana, que es con frecuencia, a mà me entran depresiones melancólicas. En estos casos, ella tiene la tendencia a entrar en la cocina a freÃr hamburguesas y yo tengo la tendencia a preparar cocteles que a ella no le gustan.
Tiene un sistema para bautizar que es tan efectivo que podrÃa dar al traste con la nomenclatura real de las cosas. Por ejemplo, un primero de mayo, hace algunos años, vimos que un señor que vivÃa en un departamento vecino colocaba una campanita junto a la entrada de su casa. Ese dÃa Joy bautizó al señor Mister Bell. Con el tiempo, toda la familia que vivÃa en el departamento de la campana se llamó: la señora Bell, los niños Bell, el gordo Bell, y una muchacha que se parecÃa a una amiga nuestra llamada Enriqueta, se llamó Enriqueta Bell. Pasó más tiempo y Joy se hizo relativamente amiga de Enriqueta Bell, al grado que decidió mandarle una invitación para una exposición. A la hora de rotularla descubrimos que no tenÃamos la más remota idea de cómo se llamaba Enriqueta Bell.
Vivió mucho tiempo en la costa occidental del Canadá. "El paisaje es imponente, pero los habitantes te invitan a cenar y para agasajarte ponen en el tocadiscos un concierto de gaitas escocesas."
Se adaptó a tal grado que piensa que no le serÃa posible vivir en otro paÃs. Sin embargo, aunque sabe que el agua no es venenosa, prefiere tomarla hervida y habla español con gran timidez. Entra en un estanquillo, por ejemplo, y dice: "Me da, por favor, unos Raleigh con boquillo."
Los cuadros de Joy Laville no son simbólicos ni alegóricos ni realistas. Son como una ventana a un mundo misteriosamente familiar; son enigmas que no es necesario resolver, pero que es interesante percibir. El mundo que representan no es angustiado, ni angustioso, sino alegre, sensual, ligeramente melancólico, un poco cómico. Es el mundo interior de una artista que está en buenas relaciones con la naturaleza.
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