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Domingo 03 de enero de 2016

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Cultural El Duende

Miguel de Unamuno

03 ene 2016

Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 - Salamanca, 1936). Poeta, novelista, ensayista y dramaturgo español. Perteneció a la Generación del 98. En poesía publicó: Poesías (1907), Rosario de sonetos líricos (1911), El Cristo de Velásquez (1920), Andanzas y visiones españolas (1922), Rimas de dentro (1923), Teresa. Rimas de un poeta desconocido (1924), De Fuenteventura a París (1925), Romancero del destierro (1928) y Cancionero (1953).

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De vuelta a casa

Desde mi cielo a despedirme llegas

Fino orvallo que lentamente bañas

Los robledos que visten las montañas

De mi tierra, y los maíces de sus vegas.

Compadeciendo mi secura, riegas

Montes y valles, los de mis entrañas,

Y con tu bruma el horizonte empañas

De mi sino, y así en la fe me anegas.

Madre Vizcaya, voy desde tus brazos

Verdes, jugosos, a Castilla enjuta,

Donde fieles me aguardan los abrazos

De costumbre, que el hombre no disfruta

De libertad si no es preso en los lazos

De amor, compañero de la ruta.

Es una antorcha

Es una antorcha al aire esta palmera,

Verde llama que busca al sol desnudo

Para beberle sangre; en cada nudo

De su tronco cuajó una primavera.

Sin bretes ni eslabones, altanera

Y erguida, pisa el yermo seco y rudo;

Para la miel del cielo es un embudo

La copa de sus venas, sin madera.

No se retuerce ni se quiebra al suelo;

No hay sombra en su follaje; es luz cuajada

Que en ofrenda de amor se alarga al cielo;

La sangre de un volcán que enamorada

Del padre sol se revistió de anhelo

Y se ofrece, columna, a su morada.

A mi buitre

Este buitre voraz de ceño torvo

Que me devora las entrañas fiero

Y es mi único constante compañero

Labra mis penas con su pico corvo.

El día en que le toque el postrer sorbo

Apurar de mi negra sangre, quiero

Que me dejéis con él solo y señero

Un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía

Mientras él mi último despojo traga,

Sorprender en sus ojos la sombría

Mirada al ver la suerte que le amaga

Sin esta presa en que satisfacía

El hambre atroz que nunca se le apaga.

La oración del ateo

Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,

Y en tu nada recoge estas mis quejas,

Tú que a los pobres hombres nunca dejas

Sin consuelo de engaño. No resistes

A nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.

Cuando Tú de mi mente más te alejas,

Más recuerdo las plácidas consejas

Con que mi ama endulzóme noches tristes.

¡Qué grande eres, mi Dios! Eres tan grande

Que no eres sino Idea; es muy angosta

La realidad por mucho que se expande

Para abarcarte. Sufro yo a tu costa,

Dios no existente, pues si Tú existieras

Existiría yo también de veras.

Horas serenas del ocaso breve

Horas serenas del ocaso breve,

Cuando la mar se abraza con el cielo

Y se despiertas el inmortal anhelo

Que al fundirse la lumbre, la lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,

Las estrellas se posan en el suelo

De la noche celeste, y su consuelo

Nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,

Lágrima de las olas gemebundas,

Entre el cielo y la mar sobrecogida

El alma cuaja luces moribundas

Y recoge en el lecho de su vida

El poso de sus penas más profundas.

Si tú y yo,

Teresa mía, nunca

Si tú y yo, Teresa mía, nunca

Nos hubiéramos visto,

Nos hubiéramos muerto sin saberlo:

No habríamos vivido.

Tú sabes que morirse, vida mía,

Pero tienes sentido

De que vives en mí, y viva aguardas

Que a ti torne yo vivo.

Por el amor supimos de la muerte;

Por el amor supimos

Que se muere; sabemos que se vive

Cuando llega el morirnos.

Vivir es solamente, vida mía,

Saber que se ha vivido,

Es morirse a sabiendas dando gracias

A Dios de haber nacido.

Para tus amigos: