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Domingo 03 de enero de 2016

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Cultural El Duende

Los papeles de José Donoso: Secretos sin confesor

03 ene 2016

Julio Ortega

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El diario chileno La Tercera dedicó una serie de reportajes (cinco informes y entrevistas entre el 27 de abril y el 18 de mayo de 2003) a revelar que José Donoso (1924-1996) había sido secretamente homosexual. En una poco escrupulosa manipulación del archivo personal del autor, que está en la Universidad de Iowa, ese tabloide empezó identificando la escritura liberadora de Coronación (1957) con el "momento en que superó inconfesados temores y asumió ´sin vergüenza´ su amor por un hombre". Los papeles (mayormente notas y manuscritos de enorme valor documental) fueron, así, convertidos en piedra de escándalo. "Correspondido o no, este sentimiento de José Donoso hacia su amigo revela una parte de la personalidad del novelista que hasta ahora había permanecido inédita", enfatiza el vespertino, violentando la vida privada del escritor, cuya sexualidad no es parte de su personalidad sino de su humanidad. 

El 11 de febrero de 1957, Donoso anotó: "por fin soy feliz (...). Siento que mi vida está tomando un verdadero curso, un curso único. Mi amor por José Miguel, que había estado hecho de escombros o de cosas sin construir, enunciadas por la sombra de un mundo naturalmente hostil a tales cosas, (...) ha vuelto, y no me avergüenzo de él, más bien siento que tiene la simplicidad y el abandono de todas estas cosas", leemos. El diario advierte: "La persona a la que se refiere el escritor es José Miguel O., quien por entonces tenía 21 años". Dicen su edad pero callan su nombre, no por discreción sino por pausa retórica en las malas artes del chisme.

"Mi ternura infinita hacia él. Mi respeto por sus grandes y nobles cualidades de hombre. Mi tremenda, violenta, incontenible admiración por su belleza. Mi asombro ante su purísima juventud. ¿Cómo no amar, cómo no asombrarse? ¿Cómo no desear recibir de un ser así todo lo que sea capaz de dar, y a mi vez, dárselo todo?"

Más que la "extensión del crimen" (como dice Otelo), llama la atención el hecho de que Donoso tenía 32 años cuando hizo esa nota. El filósofo Michel Foucault escribió su Historia de la sexualidad para demostrar que el "crimen" no tiene edad, y que le damos el nombre de una sanción a un estado indiferenciado del deseo. Pero como el escritor, precisamente, se asoma al dictamen de su deseo y requiere nombrarlo, su dilema está hecho de preguntas ("cómo no amar", "cómo no desear") menos retóricas que la misma confesión. 

Las otras confesiones están en las cartas de Donoso a María Pilar Serrano, escritas en 1961, un año antes de su matrimonio: se ha conmovido, le dice, al encontrar a una pareja homosexual y feliz. Y le pregunta, "¿Hasta dónde puede llegar a destruir nuestra vida, esa envidia mía por una situación homosexual?" En otra carta, responde: "La tentación es inmensa, terrible pero resulta de eso (asumir una vida homosexual) me produciría tanto o más dolor que el no hacerlo. Mi neurosis es debida, ahora, a esa sensación de estar viviendo sobre arena movediza".

El deseo (entre paréntesis) osa decir su nombre. Sintomáticamente Pilar, ese mismo año, lo decide: se casarán, le escribe. 

El diario chileno anuncia que "pudo revisar" los papeles de Donoso "previo permiso" de la Biblioteca de la Universidad de Iowa. Pero esta advierte que las cartas de Donoso a María Pilar, escritas entre 1958 y 1961, son de lectura restringida. Como si la indeterminación de la sexualidad no pasase por la censura sino por la confesión, Donoso le escribe a su padre: "¡Y es virgen, papá! ¿Se imagina qué horror? No puedo hacer que se acueste conmigo, aunque tiene más de treinta años". Ninguna pareja es imposible, sólo que estas cartas y notas parecen contaminadas del discurso del sofá. Donoso estaba bajo el cuidado de su psiquiatra, aunque la "carta al padre" no sólo lleva la cruda pedagogía de la confesión; también la escena primaria de las recusaciones. 

Cuando me enteré de estos artículos y su repercusión, pensé que Donoso había planeado su último asalto a la fama póstuma, aunque fuese una de trámite escabroso. Recuerdo bien que visitó la universidad de Brown, donde trabajo, el día que se dictaminaba el premio Cervantes. Pepe estaba en la lista de los finalistas (siempre fue un finalista, hay que decir), y me convenció de llamar a Madrid para saber el resultado. Yo había tratado de disuadirlo porque estaba seguro de que otra vez lo perdería. Se lo merecía más que nadie pero era un escritor, como algunos de los mejores, perdedor; esto es, siempre desubicado y casi relegado. Tenía un encanto pre-freudiano, una inocencia desinhibida y vulnerable. Carlos Fuentes, con esa fidelidad suya, votaba todos los años por él y en vano. En casa del escritor Robert Coover, esa noche, conoció al novelista John Hawkes y a Robert Scholes. Pepe fascinó a todos. Lo vi en el centro de la sala, rodeado y feliz, en la intimidad que había forjado. Me dijo con entusiasmo: "Hemos descubierto que tenemos mucho en común, empezando por la sordera". Hawkes, autor de Las naranjas sangrientas, creía que El obsceno pájaro de la noche es una de las grandes novelas contemporáneas.

Fuentes asegura que el "boom" nació el día que le habló por teléfono a Pepe para contarle que Coronación sería traducida al inglés. Se escuchó "¡boom!", y Pilar tomó el teléfono para explicar que su marido había caído desmayado. Pepe tenía las virtudes del escritor "amateur", el candor de contarlo casi todo, y el aire gozoso de ser reconocido. Por eso, cuando en una visita a Nueva York su editor lo invitó a una cena de escritores famosos, se sintió en la gloria. Pero le tocó sentarse (horror) frente a Susan Sontag, quien de pronto le habló: "Pepe, después de El obsceno pájaro de la noche no he leído nada bueno tuyo, ¿has publicado algo más?" A nadie más vulnerable podía ella haber agredido esa noche. Aunque me parece que, al contarlo, él saboreaba el elogio a su novela herida. 

También es cierto que los apetitos de la inocencia son el camino más corto al malentendido, en cuyos bordes Pepe zozobraba. Uno no se encontraba con nadie en el tren a París, pero estoy seguro de que no soy el único de haberlo compartido con los Donoso desde Barcelona. Debe haber sido la primavera de 1972. Pepe iba vestido de expedicionario, de lino y botas altas cruzadas de broches; tenía el aire estrafalario de un Tintín retirado y feliz. Estaba exaltado porque llevaba las pruebas de su primera traducción al francés. Agotaban historias de Calaicete, el poblachón de la campiña donde vivían. Se habían comprado un caserón arruinado creyendo que era un castillo del siglo XVIII. Regalaban un mapa esperando visitas, pero entonces uno creía, con Max Jacob, que el campo es allí donde los pollos corren crudos. Algunos se enfadaron con su Historia personal del boom (1972) pero si él citó una carta o caricaturizó a alguien, fue por su desmesura desvalida, nunca por malicia. 

Mucho más tarde, paseando el malecón de Sitges me contaron, resignados, que habían decidido volver a Santiago. No entendían los protocolos catalanes, resentidos con algunos nativos que no les habían correspondido la invitación a cenar. Donoso le temía a Santiago, pero los acogieron amistosamente, y hasta se reanimó mucho con su taller literario y los nuevos escritores que lo reconocían como maestro. Pero no había previsto que algunos de sus amigos harían de sus viejas confesiones una lectura doméstica. 

Esther Edwards declara que de chico, "impulsado por su carácter bromista, se disfrazaba de niñera gorda". Y concluye, casi como un personaje de Donoso: "la homosexualidad es algo natural a cierta edad en la mayoría de los hombres, cuando se dan estas amistades muy íntimas que los ingleses asumen con tanta gracia. A todos les pasa y algo parecido le debe haber sucedido a Pepe Donoso, a quien conocí desde los 17 años" ("Libro devela la intimidad de José Donoso", La Tercera, mayo 5). Fernando Balmaceda, en su De zorros, amores y palomas, fue el primero en dar a conocer una carta del joven Donoso en la que implica, no sin pudor, su homosexualidad. "A José Donoso su homosexualidad le distorsionó la vida", sentencia. 

El último artículo del diario chileno titula, sin ironía, "El renacer póstumo de José Donoso". Gonzalo Contreras y Carlos Franz, dos de los brillantes narradores del taller de Donoso, coinciden en que su "bisexualidad" (...) "era un secreto que los cercanos a Pepe guardábamos también". Y creen que si el escritor entregó esos papeles a la Biblioteca de Iowa es porque "quería que ese aspecto de su vida fuese conocido". O, tal vez, porque no asumía su sexualidad como un estigma que tachar ni una angustia que olvidar. Y quizá se hubiese sorprendido de que esa "bisexualidad" fuera considerada determinante de "la naturaleza de los mundos que crea".

 Pero si la fama es de por sí un malentendido, la que ahora aguarda a José Donoso no será la del gran escritor mal leído que siempre fue, sino la del novelista homosexual, leído en clave de travesti y queer para entusiasmo de quienes creen haberle hecho el favor de sacarlo del closet. Tal vez al extraviar el enigma de su privacidad, entre los periodistas y los profesores que llevan agua a su molino, perdamos de vista el temblor antiguo de una obra que, como pocas, se resistía a ser procesada. 

Aunque, quién sabe, de pronto esta sobrevida póstuma le resulte más propicia. Por lo pronto, ha sido acogido por "SantiagoGay.com", entre las secciones "Chico del mes" y "Tu chat".

* Julio Ortega. Crítico peruano

Tomado de Letras S5 - 2003

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