Cuando estos hombres ingresaron en aquel oscuro local de la antigua zona de Caiconi en La Paz, que las autoridades habían elegido para que con su alejada ubicación del centro de la ciudad, los placeres mundanos que representaban, estén lo más lejos posible del centro de la ciudad y las buenas costumbres.
Ahí fueron a dar los pocos lenocionios, la mayoría de mala muerte, donde sobre todo los viernes, hombres de todas las clases sociales asistían para rematar sus viernes de soltero con alguna dama que por unos cuantos pesos sabría dar dulce compañía a los caballeros que las procuraban.
Daniela había llegado desde Tupiza hace ya 8 meses buscando mejor oportunidad para ella y sobre todo para enviar dinero a sus papás que se quedaron en su tierra natal a cargo de su pequeño hijo.
La Paz durante los años de la Guerra del Chaco, pocas oportunidades le brindaba a una muchacha pueblerina, casi analfabeta y cuya única carta de presentación era su buena presencia.
Sólo pudo lograr ofertas como empleada doméstica y en las dos oportunidades que consiguió trabajo, el patrón quiso abusar de ella aprovechando su condición. Podía no tener educación pero inteligencia le sobraba y no estaba para chistes ni lamentos, la economía apretaba, tenía que mandar dinero a su pueblo y si, trabajando, el sexo a la fuerza igual iba a estar presente, que por lo menos sea pagado y le garantice los ingresos que tanto necesitaba.
Es así como se convirtió en Azuzena, una jovenzuela casi niña que maquillada y ataviada adecuadamente era toda una mujer, de lindos atributos pero sobre todo dueña de una sonrisa que le robaba los suspiros a cualquier parroquiano que llegaba a buscar cariño al 101, nombre de aquel boliche nocturno.
Conrado y Eduardo empezaron a volverse habituales de aquel local, sin embargo poco bebían, más charlaban entre ellos y un aura de misterio envolvía a ambos, cuando camuflados en el humo de sus cigarros recorrían una y otra vez con la mirada todos los rincones del local como buscando algo. Rápidamente los creyeron tiras (policías de civil, por lo general extorsionadores) y hasta pichicateros, pero los mismos policías de diferentes rangos, que casi cotidianamente asistían, confirmaron que no pertenecían ni a la institución del orden y mucho menos podían ser vendedores, al raleo, de alguna sustancia extraña. Los saca borrachos del local los vieron como un problema, aunque dejaban siempre buenas propinas tanto a los camareros como a las chicas que los acompañaban, lo que si extrañaba bastante era que nunca hacían pieza.
De pronto llegaban ambos pero su compañía requerida era Azuzena y, con ella charlando durante la noche copas iban y venían, por unas dos semanas, y la linda Tupiceña ya no estaba disponible para ningún cliente más hasta que un día de esos desapareció, y sus compañeras y "apoderados" por más que trataron de hallarla no supieron más de ella, ni siquiera en su amada Tupiza.
Corría el mes de agosto de 1934, y Carlos Vicotti, se aprestaba a llegar a su oficina ubicada en una céntrica calle de la ciudad de Jujuy, era lunes y había mucha gente, seguramente buscando un salvo conducto, la legalización de un documento, o lo más corriente, argentinos deportados o expulsados de los puntos fronterizos en Bermejo, Yacuiba o Tupiza, que necesitaban volver pues sus negocios estaban allá.
Debía remediar su conducta, ese gusto rebuscado por el licor y las mujeres que tantos problemas le habían traído siempre, ahora en aquella pequeña ciudad, tan alejado de su natal Buenos Aires, ajeno a sus hijos y a su esposa, le estaban jugando de nuevo en contra, y sobre todo, esa formoseña que había conocido hace dos noches no salía de su cabeza y por sobre todo haberle sonreído como, pensaba, nunca nadie lo había hecho antes.
Terminó su ardua jornada con el público y se acercaba la hora de revisar los cientos de radiogramas, telegramas y mensajes cifrados que llegaban desde la sede de gobierno con instructivas para realizar tareas de apoyo e inteligencia a favor de dos agencias petroleras y el consulado paraguayo asentado en Jujuy.
Las horas no pasaban y aunque tenía cosas importantes en su escritorio, Teresa no salía de su cabeza, y deseaba ir a su encuentro debajo de aquel enfarolado donde la había citado noche antes.
Cerró a las voladas su despacho y dejó el encargo de la vigilancia de su despacho al Sargento a cargo y salió volando, cuando llegó con casi 30 minutos de retraso, la bella dama había hecho lo posible por conservar todo su encanto en espera de su ya mayor galán pero que como pocos se había deshecho en halagos, piropos y detalles desde que la vio en su despacho pidiendo un salvo conducto para visitar a una tía en Camargo.
Inmediatamente por las calles oscuras y empedradas fueron conociéndose más y se notaba la química sentimental entre ambos, él la hacía sentir querida y segura, ella le había dado sin duda una nueva vitalidad al hombre que pensaba que su vida empezaba a acabar.
No tardarían en entregarse a la pasión, pero ella, dada su virginal condición, le pidió que sea algo especial y no fugaz ni pasajero, que quería recordar esa ocasión por siempre, puesto que nunca antes alguien la había tratado así.
La llevó al mejor hotel de Jujuy, había reservado la mejor suite, y al calor del champagne y el amor, esa pareja dio rienda suelta a su pasión. La noche fue corta y vieron la luz del sol llegar a las ventanas, aún conversando y planificando su vida a futuro, puesto que el había decidido dejar su familia y hogar y hacer con esta hermosa dama una nueva vida. Después del desayuno tal como habían quedado, ella tenía que ir a su Formosa a avisar a sus padres sobre su nueva condición, traer todas sus pertenencias y mudarse con Carlos. El volvió todavía a su casa, para ducharse cambiarse e ir a su despacho a trabajar como todos los días.
Al llegar a su domicilio lo esperaban personal del consulado, la policía y gente del gobierno que lo buscaba por toda la ciudad. Las noticias no eran buenas, durante la noche, desconocidos habían ingresado a su oficina y robado información confidencial y secreta, sobre todo, documentos inherentes a la guerra que en ese momento enfrentaba a Bolivia y Paraguay en una loca conflagración.
Cuando tocó sus bolsillos habían desaparecido sus documentos, sus llaves y muchas otras cosas más, la primera sospechosa no pudo ser encontrada, pues tras el último beso desapareció del mapa para no ser hallada nunca más.
Carlos, Conrado y Daniela fueron como muchos Héroes de Guerra anónimos, que idearon un plan astuto que consiguió robar los despachos de guerra paraguayos, saber exactamente el contingente y pertrechos con que contaban los pilas y de esa manera poder hacer una resistencia y defensa adecuada en Villamontes y que a la larga nos permitió salvar la riqueza nacional que hoy por hoy disfrutamos tan benditamente los bolivianos.
A Daniela no la recuerda nadie, pero esa mujer dio su honra y casi su vida por la Patria y muestra la grandeza de las mujeres que lo dan todo por su Patria muchas veces desde el silencio absoluto, como ella, una mujer ha ido forjando muy silenciosamente ese bajo perfil hasta convertirse hoy en día en nada menos que Jefa del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
A ella nada le han regalado y lo que ha conseguido lo ha logrado con pundonor y sacrificio. Mi saludo y reconocimiento a la Generala que muy en alto pone el valor y grandeza de la mujer boliviana.
(*) Es paceño, stronguista y liberal
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