Jueves 31 de diciembre de 2015
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El año 2016 viene cargando un pesado fardo del pasado: problemas irresueltos, injusticias no reparadas, proyectos incumplidos, crisis económicas y polÃticas, guerras y, además, una muy cruel violencia terrorista. Estos son desafÃos que, ante su magnitud, parecerÃa que superarÃan la voluntad de enfrentarlos con éxito.
Resalta otro desafÃo mayor: preservar la salud de nuestro planeta. Se ha avanzado, es cierto, pero aún hay mucho por concertar y, sobre todo, por cumplir compromisos asumidos para dejar, como legado a las generaciones venideras, un lugar en el que sea posible sobrevivir. Si se superan las diferencias entre las naciones en este gran problema, la imaginación permitirá crear formas de convivencia social y establecer un espacio en el que nuestra vida valga la pena vivirla.
Tampoco constituyen un desafÃo sencillo de enfrentar los pérfidos intentos de volver al oscurantismo, es decir recorrer caminos y transitarlos hacia sistemas fallidos, entronizando caudillos, siempre bárbaros y supuestamente iluminados.
Por supuesto que hay elementos que permiten confiar en que el año venidero puede ser el comienzo para alcanzar, no solo la paz entendida como ausencia de violencia, sino la paz activa que conlleva cooperación y respeto mutuo entre las personas y las naciones. La sociedad internacional tiene una serie de normas que obligan a los Estados a garantizar la convivencia civilizada. Hay mucho de esto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, de cumplirse, resultarÃa en la afirmación de sociedades más justas, y el predominio del respeto por la libertad, la vida, la integridad, los bienes y la dignidad de los seres humanos.