Castigos indignantes

Las mujeres (a Dios gracias) son la mayoría poblacionaria del planeta Tierra, hay lugares en el mundo donde la densidad demográfica supera hasta en 4 a 1 a los varones y, en su noble tarea de ser generadoras y guardianas de vida, además realizan labores de las más diversas características, muchas de ellas espantan al más corajudo de los varones y, con ello generan nuestro respeto y admiración.

Está demás mencionar las maravillosas obras por ellas inspiradas y las tantas que ellas mismas hicieron; su presencia enarbola los sucesos más importantes de la historia universal, esta vez destacaré la biografía de tres damas no muy conocidas en nuestro medio pero cuyas tareas, casi menores, se convirtieron en titánicas por sobre todo sus resultados y la forma en que esas obras marcaron la historia.

Pero a su vida llegó Anne Sullivan, una institutriz que no sólo se convirtió en su maestra y compañera hasta la muerte, sino que guió sus pasos para explotar sus potenciales y lograr todo lo que se propuso a pesar de sus limitantes.

Comenzó a estudiar y en su temprana juventud logró graduarse de Cambridge, luego obtuvo una licenciatura en Radcliffe College, siendo la primera persona sordo ciega que se tituló en la universidad.

Se hizo socialista y promovió esta tendencia política en la unión americana, se convirtió en activista y filántropa, fundó la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles en 1920. Ardua luchadora por los derechos y necesidades de las personas con discapacidad, viajó por el mundo sembrando un mensaje de tolerancia y labor en pro de las personas con algún tipo de limitación física.

Debido a su lucha presidentes como Lyndon Jhonson y Jimmy Carter le rindieron honores y declararon su natalicio como el día de Hellen Keller. Demostró con hechos que los límites están en la mente y que la voluntad lo puede todo.

Khertek Anchimaa-Toka, otra valiosa mujer, cuando era muy niña perdió a su padre y su hermano a causa de la viruela, su madre analfabeta y muy pobre quedó al abandono y ella prácticamente sentenciada a morir de hambre. Pero una mujer de esa talla no podía darse ese disgusto, de manera que en un país donde las mujeres estaban muy por debajo del escalafón social se dispuso superarse y saltar cualquier barrera impuesta por la conservadora sociedad.

Tuván era un estado al norte de Mongolia con índices de natalidad bajos y condiciones sociales deplorables, a inicios del siglo XX el analfabetismo en las mujeres era la regla, no para Khertek, que se dispuso a luchar por una mejor vida.

Luego de alfabetizarse, estudiar y graduarse, fue admitida en Revsomol, una organización juvenil vinculada al Partido Revolucinario del Pueblo de Tuvan. Se le encomendó erradicar el analfabetismo de su kozhuun, su distrito natal. Al año siguiente, en reconocimiento de su éxito, fue admitida y enviada, junto a otros setenta elegidos, a la Universidad Comunista del Este. En ella entró en contacto con notables ideólogos y pensadores comunistas rusos que inclinaron su espíritu comunista a la transformación de su patria.

En 1940 logró el culmen de su carrera, llegó a ser presidente del Pequeño Khural, convirtiéndose así en la mujer de más alto rango de su tiempo. Ese mismo año se casó con Salchak Toka, secretario general del Partido Revolucionario del Pueblo de Tuvan, aunque mantuvo su apellido familiar "Anchimaa" hasta quedar viuda.

Durante la Segunda Guerra Mundial hizo mucho por movilizar los recursos de la república para ayudar a la URSS en su lucha contra la Alemania nazi y fue determinante en la inclusión de Tuva a la URSS en 1944. Después trabajó como vicepresidente del comité ejecutivo regional y luego vicepresidente del Consejo de Ministros de Tuva, siendo responsable de bienestar social, cultura, deportes y propaganda. Se retiró en 1972, adoptando el nombre "Anchimaa-Toka" tras la muerte de su esposo en 1973, llevando una tranquila vida hasta su muerte.

Mujeres como ella destacan por sobre el común de sus congéneres cuando muestran la capacidad que tienen de no formar parte de la historia sino escribirla con su puño y letra.

Bolivia también tuvo a lo largo de su historia la presencia de innumerables mujeres que conmovieron por sus actos y en unos casos proezas dignas de ser epopeyas.

Una dama que forjó y llegó a ver y vivir la transición entre la colonia y la nueva República fue don Vicenta Juaristi Eguino, que tuvo una destacada labor durante la lucha independentista de nuestra Patria. Su madre falleció durante el parto y su padre la dejó huérfana a los pocos años, por lo que fue criada por su hermano Pedro Eguino, quien la forma en los ideales y sentimientos de libertad.

En 1809, Vicenta decidió poner sus propiedades y la cuantiosa fortuna de la que fue heredera al fallecer su esposo, al servicio de la revolución y su casa fue el centro de varias reuniones clandestinas de los patriotas.

En esos años mantuvo una relación sentimental con José Calderón y Sanjinés, quien había luchado junto al Mariscal Sucre en Ayacucho, y fue parte posteriormente de la firma del Acta de Chuquisaca que dio la independencia al Alto Perú. Fruto de esta unión nació su primer hijo, Pedro.

Señalada como rebelde, fue condenada a prisión en numerosas ocasiones. El general José Manuel de Goyeneche la desterró a Cuzco pudiendo después retornar a La Paz, refugiándose en una de sus fincas de Río Abajo. También fue condenada a muerte por Mariano Ricafort, aunque evitó la pena máxima gracias al apoyo popular de los ciudadanos paceños y a la intervención de varios jefes realistas, que lograron que la pena le fuera conmutada por una elevada sanción pecuniaria y el destierro perpetuo a Cuzco.

Una vez concluida la Guerra de la Independencia, el 18 de agosto de 1825, Vicenta entregó la llave de oro de la ciudad a Simón Bolívar, al igual que una guirnalda de plata tachonada en piedras preciosas que ella mandó fabricar como muestra de gratitud hacia el libertador.

Falleció el 14 de marzo de 1857, a la edad de 72 años. A su muerte, recibió solemnes honras fúnebres por parte del gobierno del general Jorge Córdova y de toda la población civil, militar y eclesiástica. Una plaza nos recuerda en monumento la tarea de esta insigne mujer.

Como estas tres, muchas mujeres marcan con letras de oro la historia de la humanidad y, muestran su talla y capacidad a la hora de hacer tareas, inimaginables a veces, y que nos hacen a los hombres admirarlas y rendirles los merecidos homenajes.

Es por ello que cuando una muchedumbre decide castigar a una autoridad vistiéndola de mujer, como si mereciera la "humillación" de portar las prendas de la noble mujer de pollera, muchos de nosotros no solo sentimos asco de semejantes decisiones, sino vergüenza ajena de pertenecer a un género que se siente superior sin poder siquiera llegar a los talones de tantas honorables féminas.

A nombre personal pido mis sentidas disculpas a las mujeres y madres de nuestro maravilloso país.

(*) Es paceño, stronguista y liberal