Es una labor incesante para los educadores y autoridades que prescriben la educación, identificar las formas institucionales, los contenidos culturales y experimentales, los métodos que deberían caracterizar a la acción intencionalmente educativa, concebida en relación directa con la sociedad actual, tanto si tiende a la conservación como si propugna la reforma y, hasta la revolución.
La industrialización avanzada, aunque sinónimo de progreso y alto nivel de vida, conduce lamentablemente a la reducción de la permanencia de los padres en el hogar; elimina la posibilidad de participación activa de la prole en las actividades de los padres, retrasa la inserción del joven en el mundo laboral, relegando la conquista de la autosuficiencia económica y, hasta la consecución de la plena madurez psíquica y sexual. En resumen, una industrialización avanzada crea una situación en la que es difícil o casi imposible cualquier preparación o entrenamiento para una vida activa y responsable en la comunidad. La única esperanza se focaliza en la respuesta de la juventud como uno de los fenómenos más significativos de nuestro tiempo, pues la juventud sobrepuja la creación de nuevas leyes acordes a la necesidad y actualidad de las sociedades, a las reformas y revoluciones políticas y culturales.
¿Puede una escuela responder a estas exigencias? es un interrogante muy complejo y sensible, sin embargo, se puede esbozar un examen de los hechos, las apremiantes: antes que nada la escuela a tiempo completo, que era el modelo jesuítico, de Rousseau y Fichte del internado esta hoy en decadencia, por ello ningún maestro, catedrático o facilitador que ejerza la importantísima y decisiva función formativa puede engañarse creyendo que aquella función fundamental pueda realizarse por la escuela de 3 ó 4 horas diarias.
La restauración del hombre integral mediante el trabajo intelectual y experimental provee al educador de dos elementos esenciales: pertenecer a la masa y poseer la palabra, que es el motor para una pedagogía progresista. En el aula, sea en la escuela o en el pregrado es conditio sine aequanon (condición obligada), la realización de auténticas formas asociativas con unidad de fines, con distinción de tareas en el plano vertical y horizontal y, sobre todo para los estudiantes, acercarlos a la práctica del autogobierno que decanta irremisiblemente en una indeclinable asunción de responsabilidad para consigo mismo.
De esta forma se educa por medio del entorno y la escuela, siendo el ejemplo típico de un entorno estructurado inteligentemente y con el fin deliberado de influir en las disposiciones mentales, morales y sociales de los estudiantes, para extraerlos de la inmadurez.
La educación debe influir en todos los planos pues comporta que la adecuación de la escuela a una sociedad dinámica y democrática debe interesar no sólo al contexto disciplinario y administrativo, sino, en primer término, a la didáctica, entendida estrictamente como el estudio de las técnicas y métodos de la enseñanza, siempre que no se fosilice en un postulado inerme, sino en el enriquecimiento continuo con nuevas técnicas, métodos y experiencias probadas.
Finalmente el contenido puede constituir un instrumento de autoritarismo no sólo por la ideología que lo inspire o por el criterio discriminatorio con el que haya sido establecido, acentuando algunos hechos y ocultando otros, eligiendo un punto de preferencia a otro, y así sucesivamente, sino por el hecho mismo que deba existir un contenido preestablecido, sobre el cual se deba discutir y consensuar.
(*) Es Abogado Corporativo, postgrado
en Arbitraje y Conciliación, Catedrático
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