La Navidad es un recuerdo más del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; es, año tras año, el inicio de propósitos de amor, unidad y solidaridad entre los hombres en pos de cuya salvación nació, vivió y murió Jesús.
La Navidad no es fiesta del consumismo y menos de las francachelas, las fiestas mundanas y los excesos; es, debe ser, el inicio de cumplir los propósitos que se formulan entre las personas y que se hacen extensivos por el año nuevo que empieza a la semana. Para muchos grupos de creyentes en Dios, Navidad no siempre es en este tiempo en que se recuerda la venida de Jesús y circulan diversas fechas de inicios del año; pero, lo esencial es que la Navidad se ha convertido, para creyentes, agnósticos y hasta ateos en festividad en que renacen los deseos de felicidad, amor y unidad entre todos los hombres.
Muchos países, cristianos en sus principios y en su vida, porque están a la vanguardia de las naciones del mundo tanto por su desarrollo económico, científico y tecnológico, también están en posiciones ventajosas en la producción de armas que, en definitiva, sólo sirven para suprimir la vida, para que los hombres actúen como enemigos del mismo hombre.
El Papa, cabeza del catolicismo, Naciones Unidas y muchas organizaciones humanitarias del mundo, reclaman que los hombres vivan en paz, que la armonía y la comprensión, la solidaridad y la caridad sean normas de vida para que la humanidad, finalmente, entienda que amar a Dios y a sus hijos, no es sólo pregón demagógico; es, en toda circunstancia, un clamor en pos de amor y amistad entre todos; es práctica de las virtudes hechas caridad y de la que emergen las condiciones de vida como son la hermandad y la solidaridad entre todos con miras a combatir los males que aquejan al mundo; pero, el hombre, soberbio en alto grado, cree que erigiéndose como dios, viola las leyes de Dios y actúa contra todo lo que Cristo enseñó y fue ejemplo de vida para que los hombres de todas las generaciones obren de acuerdo a los preceptos bíblicos y a las enseñanzas de los Evangelios.
Cuántas veces en la historia de la humanidad hasta nuestros días se presentan hombres que hacen alarde de fe en Dios, se muestran humildes y dispuestos a la concordia y al perdón tan sólo porque poseen bienes políticos y económicos; cuántas veces se muestran como parte de la Iglesia y en sus actos actúan contra ella. Esas posiciones hipócritas sólo muestran hasta qué punto actúa la soberbia; pero, existe la esperanza de que cambien y actúen conforme a los preceptos cristianos, corrijan sus yerros y actúen bajo el espíritu de la Navidad que es paz, amor y unidad entre todos.
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