Este año como los anteriores, el tiempo previo a la Navidad es una abierta competencia mercantilista que crece especialmente en espacio para acomodar centenares de comerciantes ávidos de aprovechar la temporada para sus ventas de un múltiple surtido y con precios para "todo bolsillo". Es un negocio al que tienen derecho estos feriantes, pero podría efectuarse de mejor manera, sin alterar la rutina ciudadana que se complica seriamente.
Ya termina otro año y la cantaleta del "campo ferial", es la misma de hace tiempo atrás, un lugar expreso para que los comerciantes de ferias eventuales tengan espacio suficiente para acomodarse, pero sobre todo para brindar comodidad y seguridad a los compradores, evitando por supuesto el caos que todavía se origina en un sector crítico para el tránsito de personas y motorizados.
Si de crecimiento se trata, propiamente toda la ciudad se convierte en este tiempo en un gran mercado al proliferar puestos de comerciantes informales en todo lugar, invadiendo plazas y parques, inclusive el principal centro cívico como la plaza de armas y conste que observando el hecho se comprueba que son las autoridades que autorizan ese comercio ilícito y atrabiliario.
Por otra parte, se observa claramente que el sentido de amor, caridad y paz que debe rodear a la Navidad propiamente desaparece o se reduce a la mínima expresión, quizá sólo en la Noche Buena, porque antes de esa celebración, todo es muestra de mercantilismo y competencia no sólo en el comercio, lo preocupante es que ese signo demostrativo de "poder" se apodera de una buena cantidad de personas, que pugnan por mostrar su capacidad de gasto, aprovechando las circunstancias de un modelo que permite a una minoría ciudadana tener más dinero que la mayoría sacrificada.
Hay sectores privilegiados indudablemente que pueden acceder a sueldos de alto nivel, incluso superior al del Primer Mandatario, hay una casta que le saca el jugo a las arcas del Estado, una burocracia que justamente en Navidad se da el lujo de mostrar sus beneficios extraordinarios, poniendo en segundo plano los atributos de caridad y solidaridad que deberían primar en la fiesta religiosa en que se recuerda el advenimiento del Hijo de Dios, en un ambiente deseable de paz y humildad.
A horas de la Noche Buena y la Navidad, es bueno reflexionar serenamente, quizás ya difícilmente de evitar los gastos suntuarios, pero con la esperanza de que por lo menos los más ostentosos mediten sobre la realidad que viven y se den cuenta que la Navidad es fiesta de fe, de caridad y de solidaridad para compartir lo que se tiene con los que menos beneficios reciben y no se trata de plantear una distribución de ganancias, al contrario la idea es que de la manera más discreta se llegue al corazón e intimidad de personas que necesitan apoyo, amor y amistad.
Es poco tiempo para recapacitar, pero es un momento oportuno para entender que el nacimiento del Niño Jesús, es una celebración de fe cristiana que debe unir a todas las clases sociales evitando que se acreciente el egoísmo y que las muestras de soberbia queden propiamente anuladas para que se imponga la fuerza del amor por el prójimo, de la unidad familiar y de creer en la buena ventura que nos depara el espíritu de Dios, en cada pesebre y en cada hogar.
Fuente: La patria
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