El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran Luz
20 dic 2015
Miguel Manzanera SJ
Para muchas personas la Navidad se caracteriza por dar y recibir regalos, lo cual puede ser positivo como símbolo de amistad y de generosidad. Pero, sin embargo, frecuentemente el significado profundo de la fiesta queda desvirtuado e incluso pervertido cuando se centra en un consumismo exagerado, simbolizado en el Papa Noel, que despierta deseos irresistibles de gastar sin ton ni son y de poseer y acumular cosas. A esto se añade la celebración de festejos totalmente profanos que no raras veces son inmorales por consumo de drogas, excesos en el consumo de bebidas alcohólicas, acompañados de espectáculos y acciones erotistas, contrarias a la dignidad de las personas y de las familias.
Por todo ello hay que aclarar la esencia de la Navidad, centrada en el recuerdo y la celebración del nacimiento virginal de Jesús, el Hijo de Dios, quien siendo omnipotente y omnisciente se anonadó y tomó nuestra naturaleza humana débil e ignorante en el seno de la Virgen María, habilitada por el milagro de la Rúaj Santa. El niño Jesús nació en una cueva para refugio de los animales en los alrededores de Belén porque no había sitio en la posada.
El nacimiento de Jesús fue muy humilde, pero, sin embargo, Dios Padre quiso mostrar la Luz como la señal de la verdadera identidad de su Hijo. El profeta Isaías lo anunció refiriéndose a la doncella virgen que "dará a luz" a su hijo a quien pondrá por nombre "Emmanuel" que significa "Dios con nosotros (Is 7, 14). "El pueblo que caminaba en las tinieblas, ha visto una gran luz." (Is 9,1). Por eso el nacimiento de Jesús es el acontecimiento mayor de la historia del mundo.
El Evangelio de Lucas narra cómo los pastores que dormían al raso y vigilaban por turno su rebaño fueron envueltos por la Luz de la gloria del Señor, anunciada por un ángel. "Hoy ha nacido en la ciudad de David un Salvador que es el Mesías Señor. Una multitud de ángeles alababan a Dios diciendo "Gloria Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad" (Lc 2,8-14). Los artistas al pintar la escena muestran que del Niño acostado brota la luz que ilumina a María, su madre, a José, su padre adoptivo, y a los pastores que fueron los primeros que llegaron para adorar al Salvador.
Antiguamente la luz conocida era la del sol y, en menor grado, la de la luna, totalmente necesaria para la vida humana. En el relato bíblico Dios crea primero la luz de los dos luceros mayores, el sol y la luna, destinados a brillar durante el día y durante la noche (Gn 1, 16). Pero ha habido también religiones que daban culto al sol y la luna como divinidades. Incluso en algunas, como la de los aztecas, se inmolaban a las víctimas y derramaban la sangre sobre los ídolos para contrarrestar la obscuridad.
La civilización humana dio un gran avance cuando descubrió el fuego que le permitió no sólo calentarse y alimentarse mejor, sino también prolongar sus actividades por la noche. Con el invento de la electricidad la humanidad dio un salto cualitativo, permitiendo al hombre tener independencia frente al ritmo de los astros. Hoy en día la luz eléctrica se ha hecho algo normal en las casas y en las calles.
Sin embargo más importante que la luz física es la que ilumina la inteligencia y la conciencia para conocer la Verdad y obrar el Bien. Jesús es la verdadera Luz que ilumina nuestra vida hacia la eterna felicidad. Según el evangelio de Juan: "El Verbo (Logos) era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1, 9).
Predicando en el Templo de Jerusalén, Jesús proclamó: "Yo soy la Luz del mundo; el que me siga no andará en la obscuridad, sino que tendrá la Luz de la vida (Jn 8, 12). Según la ética cristiana los actos buenos son asociados con la luz y los perversos con la obscuridad. La luz simboliza la Verdad, así como la obscuridad designa la mentira o la ignorancia. Los malhechores buscan la noche para realizar robos y crímenes
Jesús mismo se identifica con la Luz del mundo. "El que me sigue no camina en tinieblas." (Jn 8, 12). Frente al poder de las tinieblas, personificado en el diablo, Jesús quiere iluminar nuestras conciencias. Ha venido para darnos su Rúaj (Espíritu) de Verdad y Sabiduría que habite en nosotros y podamos también ser luz para iluminar a los que andan extraviados por caminos de maldad y de muerte.
Poco antes de su muerte Jesús prometió enviarnos el Espíritu de la Verdad (Jn 14) para que nos ilumine, rechacemos el error y la falsedad y obremos la Caridad, iluminada por la Verdad. Ambas virtudes se fusionan para que veamos y caminemos por la Vía que nos lleva a la plena Felicidad. En cambio satanás, el padre de la mentira (Jn 8, 44), promueve el reino de las tinieblas.
Jesús nos transmite la luz para transmitirla: "Vosotros sois la Luz del mundo" (Mt 5, 14). Al final de los tiempos cuando se cumplan las promesas el pueblo santo habitará en la Jerusalén celestial. "Ya no habrá necesidad de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero, Jesús el Señor" (Ap 21, 23).
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