Llega el tiempo litúrgico de Adviento que nos prepara a la celebración de la Navidad, y en este año 2015 coincide de forma providencial con la proclamación del año de la misericordia que será inaugurado solemnemente en Roma por Su Santidad el Papa Francisco el 8 de Diciembre, día de la Inmaculada Concepción de María Santísima. Dios nuestro Señor nos invita a todos los cristianos a considerar el gran regalo de su infinita misericordia que nos abre la puerta a la eterna salvación si la aceptamos en nuestros corazones. Y en esa divina invitación hay contenido un aliento a la conciencia de cada uno de nosotros hacia una conversión que solo es auténtica si asumimos en nuestra alma aquellas palabras de Nuestro Redentor a la pecadora que iba a ser lapidada "Ve, y no peques más" (Juan 8, 11). Por tanto, nunca olvidemos que sin conversión no hay misericordia. Y quien se afane en una misericordia sin conversión, será presa fácil de Satanás que conseguirá en esa alma la más sutil de sus victorias: hacer creer que se vive en Gracia de Dios estando ciertamente en pecado mortal. Cuando se ha llegado a esa situación es urgente despertar la conciencia (aunque sea de forma dura) pues solo con un firme despertar podrá librarse del terrible horizonte final de la condenación eterna.
¿Qué hacer entonces para recibir con toda garantía el tesoro infinito de la misericordia de Dios?: pues algo muy concreto. Hay que acudir al sacramento de la confesión, y hay que acudir al mismo hoy y ahora. El tiempo de adviento es muy oportuno para confesarse (caso de no hacerlo hace más de un año) y/o para el que ya se confiesa con regularidad, preparar con mayor detalle (que es cariño) la confesión antes de la Navidad y así hacer de nuestro corazón un precioso portal de Belén para el Niño Dios que nos visita.
Actualmente no es ningún secreto que la confesión está en desuso, que parece haber sido abandonada en masa por muchísimos católicos, y también que la predicación y catequesis sobre dicho sacramento adolece de claridad y ortodoxia. La confusión reinante hoy en la cristiandad ha conseguido suplantar el sentido verdadero de la confesión y presentar la misma como algo muy diferente a como la instituyó Nuestro Señor nada más resucitar (Juan 20, 23). Por ello conviene recordar lo que NO es la confesión, ya que hay muchas almas confundidas y, fruto del conjunto de confusiones, cada vez se diluye más el auténtico sentido del sacramento. De ese modo hay que decir que la Confesión:
- NO es un desahogo de conciencia (que si puede entrar en la dirección espiritual como parte de la misma). No vamos a confesar para descargar nuestros problemas sino para reconocer nuestros pecados que son una ofensa a Dios. El confesor no es el psicólogo.
- NO es un medio para confesar los pecados de los demás, sino los propios.
- NO es una oportunidad para proclamar nuestras virtudes, sino para pedir perdón a Dios por nuestras faltas.
- NO es una búsqueda de aval del sacerdote para justificar nuestros pecados exigiendo la absolución sin ánimo de conversión.
Desde lo anterior, acudir a la confesión es, sencillamente, reconocer nuestra condición pecadora en la concreción de nuestros pecados para sentir dolor por ellos y, tras hacer propósito de enmienda, confesarlos en la confianza de que Dios Nuestro Señor los perdona desde su misericordia infinita. Y así, y sólo así, se nos abre el camino cierto de la salvación eterna.
Ahora bien, ¿cómo haremos un buen examen de conciencia si no reconocemos el referente objetivo de la doctrina católica?; o dicho de otra manera: ¿creemos que es la conciencia, individual o colectiva, la que marca o modifica la ley Divina?; ¿Asumimos que es el consenso social quien establece los principios morales sobre la virtud y el pecado?
La respuesta ha de ser contundente: Sin la referencia objetiva del Catecismo de la Iglesia Católica NO hay confesión válida. La misericordia de Dios no se puede separar de la Verdad Revelada y legítimamente interpretada por el Magisterio de la Iglesia Católica con más de veinte siglos de tradición. Quien lo viva de otra manera es presa fácil de su subjetivismo y, por tanto, nunca podrá escuchar la voz del Redentor en su conciencia porque ha cerrado la misma al que dijo "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14, 6). Y en el hoy/ ahora que vivimos existe una marcada tendencia a frivolizar sobre la doctrina moral católica al considerarla no necesaria para examinar la conciencia, y sustituyéndola por el catálogo modernista de modas y valores sociológicos.
Ante este desafío, la Iglesia puede y debe recordar que "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hebreos 13,8). Y que la enseñanza moral, muy bien detallada en el catecismo, tiene hoy la misma validez que mañana y que ayer. Con carácter de urgencia hay que remover las conciencias y despertarlas, con avisos muy concretos sobre pecados de mandamientos nunca abolidos por el Señor, como los preceptos tercero y sexto del decálogo, que nos señalan como pecado mortal (que impide la comunión si no hay previa confesión):
Por tanto, no dejemos pasar la oportunidad del tiempo de adviento (tiempo de llamada a la conversión) y acudamos al sacramento del perdón con la humildad del hijo pródigo (Lucas 15) y no con la autosuficiencia del fariseo (Lucas 18). Ambos creen en la misericordia de Dios, pero mientras el hijo pródigo se acerca al Padre desde la conversión el fariseo lo hace desde su auto-justificación. Dos parábolas que nos enseñan MUCHO en el día de hoy: mientras la tradición de la Iglesia nos conduce por la conversión, el modernismo nos afirma en la autosuficiencia. Seamos fieles al Padre Misericordioso y acudamos a su Bondadosa Presencia solo desde el corazón contrito y humillado que ?l nunca desprecia (Salmo 51).
Obispo de la Diócesis de Oruro
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