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Domingo 06 de diciembre de 2015

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Cultural El Duende

Dos poetas

06 dic 2015

Oscar Alborta

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El mundo hispano, peninsular y trasatlántico, tiene dos poetas, cuyas vidas atormentadas guardan impresionante paralelismo en el dolor y en la gloria tardía y trunca. Miguel Hernández Giner, se llamaba uno de ellos, que había nacido en España, y César Vallejo, el otro, que era criollo.

Hernández Giner, fue humilde, generoso y campesino. Nacido en Orihuela, en 1910, en plena campiña alicantina, teatro de las novelas de Gabriel Miró, fue perseguido en su vida por un sino sangriento, pese a su franciscana resignación y dulzura: Me llamo barro; aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino�

Soldado de la República, durante la Guerra Civil que cubrió de rosas de sangre los caminos de España, al terminar la lucha, cae preso, y tras vanos intentos de fuga al extranjero y una larga peregrinación por las cárceles de Huelva, Sevilla y Madrid, al fin muere en la de Alicante, devorado por la tuberculosis y la miseria. Adivinaba que había "nacido para el luto".

De sangre en sangre vengo

como el mar de ola en ola

vine con un dolor de cuchillada,

me esperaba un cuchillo a mi venida,

me dieron a mamar leche de tuera,

zumo de espada loca y homicida,

y al sol el ojo abrí por vez primera,

y lo que vi primero era una herida

y una desgracia eraÂ?

Y esta otra víctima de la pasión política, amaba a la Madre España con locura, y emociona su lamento:

Decir madre es decir tierra que me

ha parido; es decir a los nuestros:

hermanos, levantarse; es sentir en la boca

y escuchar bajo el sueño sangre�

Porque él, sólo conoció una España:

No España, tuya o mía

¡España nuestra!

Geografía interna, trasvasada en halago

de materna entereza.

Porque todos son hijos de tu carne y tu sangre,

sueños de tu vigilia, cuchillos de tu vela�

Las cárceles le hacen exclamar:

Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,

van por la tenebrosa vía de los juzgados:

buscan a un hombre, buscan a un pueblo,

lo absorben, se los tragan.

Y la tristeza de España, le hace exclamar:

La vejez en los pueblos.

El corazón sin dueño.

El amor sin objeto.

La hierba, el polvo, el cuervo.

¿Y la juventud?

En el ataúd

Tan grande como infortunado poeta, nos dejó obras como Perito en lunas, publicada en 1936, y El rayo que no cesa. Su aventura guerrera le hizo producir Viento del pueblo, (Valencia, 1936) y pequeñas piezas de circunstancias, hizo teatro como García Lorca, dejando dos obras teatrales que nos dicen de su talento: Quien te ha visto y quien te ve, y El labrador de más aire.

César Vallejo, se llamaba, y nació en Santiago de Chuco, villorico del norte del Perú. Nacido como Hernández, bajo el sino adverso, era también un enamorado de la muerte. "¿Cuándo vendrá el domingo bocón y mudo del sepulcro?", se preguntaba con angustiosa obsesión. Una apasionada voluntad de morir y un doloroso resentimiento, fueron los motores de su poesía, que es un monólogo de dolor; poesía triste y amarga, que participa de la influencia de las dos razas, que forman, en el Perú, el típico "cholo", hijo auténtico de América Morena. Descubrimos en ella, la raíz autóctona como la hispana. En los Dados Negros, y sus Heraldos Negros, destila toda la amargura incaica, y son de una lírica eminentemente nativa:

Hay golpes en la vida, tan fuertes� ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos

la resaca de todo lo sufrido

Se empozara en el alma� ¡Yo no sé!

Son pocos, pero sonÂ? Abren zanjas oscuras

en el rostros más fiero y en el lomo más fuerte.

¡Serán tal vez los potros de bárbaros atilas,

O los heraldos negros que nos manda la MuerteÂ?!

Y dice con el mismo espíritu:

Como viejos curacas van los bueyes

camino de Trujillo, meditandoÂ?

Y al hierro de la tarde, fingen reyes

que por muertos dominios van llorandoÂ?

Llegado a Lima, sufre la conspiración del silencio de los literatos adocenados, cultores de un arte de influencias pluricolores y artificiales, y es tan hostil el ambiente, que hace el camino del retorno a la aldea nativa, profundamente resentido, para comprometerse, en un golpe preparado por el APRA, en Trujillo, Cae preso, y como Hernández Giner, canta en la cárcel:

El compañero de prisión, comía el trigo

de las lomas, con mi propia cuchara,

cuando a la mesa de mis padres, niño,

me quedaba dormido masticando.

Ya no reiré cuando mi madre rece

en infancia y en domingo, a las 4

de la madrugada, por los caminantes,

encarcelados,

enfermos y pobres.

Obtenida la libertad y decepcionado de todo, marcha para Europa, donde encontraría la miseria y la muerte. Una inmensa desazón le acompañaba en su peregrinaje, pues como poeta, es decir, como vidente en las nieblas del futuro, adivinaba su encuentro con Nuestra Señora de la Muerte, en una miserable buhardilla de un hotel pobre de París, en una tarde gris, en la que el cielo parecía llorar su partida, presentimiento que se cumple:

Me moriré en París con aguacero

un día del cual tengo ya el recuerdo�

Por fin, para seguir pareciéndose a Hernández Giner, llora el desastre de España:

Porque en España matan, otros matan

al niño, a su juguete que se para,

a la madre Rosenda esplendorosa,

al viejo Adán que hablaba en voz alta con su caballo

y al perro que dormía en la escalera.

Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,

¡a su indefensa página primera!

Matan el caso exacto de la estatua,

al sabio, a su bastón, a su colega,

al barbero del lado -me cortó posiblemente,

pero buen hombre, y luego, infortunado:

al mendigo que ayer cantaba enfrente,

a la enfermera que hoy pasó llorando,

al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillasÂ?

Y muere Vallejo, lejos del Perú nativo, bebiendo hasta el último la copa del dolor. Miguel Hernández Giner, César Vallejo, vidas paralelas, iguales destinos, que conquistaron por el dolor la gloria.

Oscar Alborta Velasco. Oruro, 1911

- Santa Cruz, 1988.

Novelista y dramaturgo.

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