Loading...
Invitado


Domingo 06 de diciembre de 2015

Portada Principal
Cultural El Duende

El arte de conversar

06 dic 2015

Oscar Wilde

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

El poeta en el infierno

Entre toda la espléndida compañía que puede hallarse en el Infierno, de amantes y queridas, de hombres de ciencia y poetas, entre los incesantes movimientos de los cuerpos de los condenados, que giran y se agitan para librarse del tormento de sus almas, una mujer estaba sentada a solas y sonreía. Tenía el aire de quien escucha, la cabeza siempre erguida y los ojos alzados, como si una voz la llamase desde arriba.

-¿Quién es esa mujer, la de los suaves miembros de marfil y el largo cabello que cae sobre sus hombros? -preguntó un recién llegado, impactado por la rara belleza de su rostro y por su expresión enigmática-. ¿Por qué es la única alma cuyos ojos miran hacia arriba?

Aún no había terminado de hablar cuando un hombre se apresuró a responderle; llevaba en la mano una corona de hojas marchitas.

-Dicen que en la tierra era una gran cantante -le explicó al recién llegado-, cuya voz era como estrellas cayendo de un cielo despejado. Cuando la muerte se la llevó, Dios tomó su voz y la elevó hasta los ecos eternos de las esferas, pues le parecía una voz demasiado hermosa para dejarla morir. Y ahora ella la reconoce al oírla y, recordando que alguna vez fue suya, comparte con Dios el placer de escucharla. Pero no le menciones nada, ya que ella se cree en el Cielo.

Cuando el hombre que llevaba la guirnalda de hojas secas calló y se retiró, otro se acercó al recién llegado y le dijo:

-No, esa no es la historia. Es esta: un poeta, en la tierra, escribió una canción sobre su belleza para que el nombre de ella quedara esposado a sus versos, y sus versos aún viven en los labios de los hombres. Y ahora, aquí en el Infierno, ella eleva su cabeza y puede oír cómo las alabanzas de él resuenan donde quiera que se habla cualquier idioma. Esa es su verdadera historia.

-¿Y el poeta? -preguntó el recién llegado-. ¿Ella lo amaba también?

-Lo amaba tan poco -respondió el otro- que aquí en el Infierno se lo encuentra a diario y no reconoce su rostro.

-¿Y él?

El otro respondió riendo:

-Fue él quien te contó esa historia sobre su voz. En el Infierno sigue contando las mismas mentiras sobre ella que cuando estaba vivo.

El ojo de vidrio

Una vez, un joven muy rico y muy banal tuvo la desgracia de perder un ojo en un deplorable accidente de caza. Poco después del accidente decidió que se fabricaría el ojo de vidrio más hermoso del mundo. Esperaba que fuese un ojo de vidrio en todo acorde con su fortuna, su belleza personal y su nombre.

Y así, con el más puro cristal y el más fino de los barnices, se elaboró aquella obra maestra en miniatura. La umbrosa pupila parecía hecha de terciopelo, y en las profundas aguas verdes del iris brillaban pequeños copos de oro. Cuando el rico y joven caballero observó el ojo de vidrio en uno de sus muchos espejos, quedó tan satisfecho que casi volvió a enamorarse de sí mismo. Pasado un tiempo, invitó a su amigo más íntimo a tomar el té de la tarde en casa para probar así el ojo de vidrio. Durante la conversación el joven rico esperaba, por supuesto, una lluvia de elogios sobre su maravilloso ojo nuevo, pero al percatarse de que esos no llegaban le preguntó directamente a su amigo cuál era su opinión.

¡Ay!, cuando el amigo lo examinó con detenimiento, quedó poco impresionado.

-Bueno, considerándolo todo -dijo con poco ánimo-, te queda bien, viejo amigo. Es un objeto encantador y, sin duda, el mejor de su clase.

-¡Por Dios, hombre! -exclamó el joven y rico caballero-. ¿Eso es todo lo que puedes decir? ¡Es evidente que no entiendes nada de estas cosas! ¿No te deja atónito su realismo? Por mi parte, te lo aseguro, pienso que es tan maravilloso que apenas me considero capaz de distinguir entre él y mi ojo real. Mírame de nuevo a los ojos, pero de verdad, como un buen chico, y dime con toda honestidad que puedes identificar el ojo de vidrio.

Sin embargo, para el gran asombro del joven y rico caballero, su amigo consiguió identificar el ojo artificial sin dudarlo un instante. Al preguntarle cómo lo había reconocido tan rápido, respondió, sin mucho ingenio:

-Porque de tus dos ojos es, como mucho, el más hermoso.

-¡Ah!, eso podría ser -respondió el joven y rico caballero-, pero no es la verdadera razón. El hecho es que pudiste reconocerlo porque sabías de antemano qué ojo perdí en aquel maldito accidente. Y para convencerte de que tengo razón, vayamos afuera, a la calle, y efectuemos un pequeño experimento. ¿Qué opinas de esto?: Paramos a la primera persona que pase y le pedimos que intente distinguir entre el ojo de vidrio el real.

Acordaron una apuesta de caballeros sobre el asunto y los dos hombres salieron a la calle. Allí vieron a un desventurado mendigo apoyado contra una pared cercana; era uno de esos pobres hombres cuyos ánimos se han hundido tanto que ya ni siquiera son capaces de reunir el valor suficiente para pedirle dinero al rico cuando pasa. Ciertamente, el hombre parecía tan infeliz y desamparado que el amigo del caballero joven y rico sintió lástima por él.

El caballero joven y rico se acercó hasta donde el mendigo se encontraba de pie y le preguntó, con un aire de extrema condescendencia, si quería o no ganarse una corona.

-¡Una corona, señor! -respondió el mendigo-. Eso me iría muy bien, señor, porque la verdad es que no he comido nada en varios días.

Después de explicar con precisión al mísero lo que debía hacer, el caballero joven y rico se puso de pie delante de él y, arrojando con naturalidad una moneda en su mano, le dijo:

-Bueno, mi estimado camarada, tómate el tiempo que quieras y cuando te hayas decidido de verdad dime cuál de mis ojos es el de vidrio.

El pedigüeño no tuvo que pensarlo antes de decidir: después de uno o dos segundos señaló el ojo artificial. El caballero joven y rico se echó atrás movido por el asombro y luego le preguntó cómo había hecho para identificarlo tan fácilmente.

-Si me permite el atrevimiento, señor, se trata de una cuestión muy sencilla -respondió el mendigo-. Sólo en su ojo de vidrio puedo ver algo de piedad.

Oscar Wilde. Escritor, poeta y dramaturgo inglés, 1854-1900.

De su libro: "El arte de conversar"

Para tus amigos: