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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 ¿Qué queremos decir cuando decimos?? - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Así decimos para amenazar o anunciar que se puede producir alguna pendencia o alboroto ruidoso. Aunque parece que ya se hablaba de la gorda antes de la revolución de 1868, fue en los meses anteriores a septiembre de ese año cuando se popularizó esta expresión para referirse a la revolución que se avecinaba y que el pueblo anunciaba y al mismo tiempo sentía "como una tormenta que se les venía encima", algo que se adensaba en el ambiente y que podía explotar en cualquier momento. En la calle, en los cafés, en las tertulias y mentideros de Madrid, se preguntaban cuándo se iba a armar la gorda, que, según creían, resolvería una situación que ya resultaba insostenible. La gorda era la revolución y, al fin, se armó el 29 de septiembre de 1868 contra Isabel III, provocando la caída de los Borbones.
Un testigo de la época, Eusebio Blasco, en unas charlas que da en 1898 en el Ateneo madrileño sobre el Madrid de 1868, nos cuenta cómo, al incorporarse a la capital como periodista, "no oía más que una palabra que se le grabó en el oído, palabra que repetía todo el mundo, que era la expresión de toda una época, el anuncio del fin de una sociedad y de la aparición de una nueva. Madrid repetía en voz baja y a todas las horas: "¡La gorda; se va a armar la gorda, viene la gorda".
Luego ya quedó en expresión popular para indicar cualquier alboroto o pendencia que se avecinaba o que se iba a armar. Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta (1886-1887): "Lo que él quería era que se armase la gorda; pero muy gorda, a ver si?"
Hoy ya lo decimos (se va a armar la gorda) sin memoria de los hechos que le dieron origen.
EL DEMONIO DEL MEDIODÍA
Existe toda una tradición popular, desde la época clásica, de leyendas sobre un demonio que anda suelto a mediodía, en horas determinadas que se llaman "horas abiertas". Vinculada a estas creencias populares del mediodía como la hora de los espíritus (especialmente de los espíritus malos), aparece como invención culta la leyenda literaria del demonio meridiano.
La expresión demonio meridiano surge de una mala traducción del Antiguo Testamento. La Vulgata, siguiendo la versión griega de los Setenta, sustituye el abstracto "mortandad" por el concreto "demonio" y dice: "No temerás el espanto nocturno ni la flecha que vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni los asaltos del demonio del mediodía". Y así se cantaba en el oficio divino, hora de completas, confiando que Dios nos libraría "? de los asaltos del demonio del mediodía". Erasmo, Adagios (1500), alude a este salmo: "No temerás los miedos de la noche, ni la saeta voladora, ni el demonio del mediodía" (La guerra es grata a los inexpertos). De esta manera, en la tradición literaria, el demonio meridiano dio nombre a oscuras creencias populares en duendes y fantasmas que se aparecen a mediodía. Y como ocurre con las brujas y almas en pena (en las que no acabamos de creer pero que "haberlas, haylas"), este curioso demonio derivó a burla (en parte para exorcizar el miedo que producía), y se tomó a broma utilizándose para referirse a quienes aparecen y desaparecen como fantasmas, que siempre están presentes cuando no se les necesita y desaparecen cuando podrían ser útiles; que sólo aparecen a la hora de comer o, tratándose de soldados fanfarrones, que alardean de valor, pero llegado el día de la pelea se han invisibles.
EL CUENTO DE NUNCA ACABAR
Decimos que es el cuento de nunca acabar para referirnos a asuntos que, cuando parece que están a punto de finalizar, se enredan una y otra vez de modo que nunca se les ve el fin. Así podemos leer en la prensa titulares como "El parque de nunca acabar", para referirse a un parque que hace tiempo que están construyendo y no acaban de terminar. La locución proviene de una clase de cuentos tradicionales llamados cuentos sin fin, de nunca acabar o, para disimular la intención, cuentos de la buena pipa. Se trata de cuentos o, mejor dicho, contracuentos, que no sólo no terminan nunca sino que frustran al destinatario del relato prometido. Prometen un relato interminable, pero nada cuentan sino que se agotan en una reiteración de su propia intención de contar, como un tornillo sin fin, ante la desesperación del ingenuo interlocutor. Hay un cuento popular italiano: "Había una vez un rey sentado en un sofá, que le dijo a su esclava: "Cuéntame una historia", y la esclava comenzó: "Había una vez un rey sentado en un sofá?", etc.
Suelen presentar la misma estructura que los llamados cuentos de cuna o cuentos para dormir. También estos resultan interminables, pero su finalidad no es la de frustrar al destinatario sino la de aburrirle hasta provocar el sueño del interlocutor con la monotonía del recuento de cabras u ovejas pasando por el estrecho puente. El cuento que cuenta Sancho a Don Quijote sobre la pastora Torralba tiene esta misma estructura. Y el final es la frustración ya que, al no llevar Don Quijote la cuenta de las cabras, el cuento se acaba y no hay pasar adelante con lo que queda por decir.
Ha quedado en locución. Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta (1886-1887). Valle-Inclán, Viva mi dueño (1928), aludiendo al recorrido siempre igual de la ronda secreta buscando a los conspiradores por las noches: "Una carrera. Otra taberna, y hasta el alba con el cuento de la buena pipa, la ronda secreta".
DE LA CÁSCARA AMARGA
Hoy llamamos de la cáscara amarga a las personas que muestran mal carácter o mal genio pero que quizá en el fondo son buenas personas. Se trata de una metáfora referida a las personas de exterior desabrido y poco amable pero de buen fondo, tomada de frutos cuya cáscara amarga hay que morder primero para llegar a su pulpa sabrosa.
Fue símil muy utilizado en la literatura medieval para advertirnos de que no nos quedásemos en la anécdota en forma de fábulas y ficciones sino que penetrásemos en el meollo y la sustancia. Dice Berceo en Milagros de Nuestra Señora: "Tolgamos la corteza, al meollo entremos". Y la literatura picaresca se justifica con esta metáfora, insistiendo en la lección moral que hay detrás de la corteza poco edificante de las aventuras de sus protagonistas pícaros. Para el Diccionario del argot español (1905): "De la cáscara amarga: Republicano; avanzado; descreído". En la época de Galdós les llamaban así a los liberales progresistas de entonces. De la cáscara amarga eran, para los carcas, las personas que manifestaban ideas avanzadas. En su novela Fortunata y Jacinta (1886-1887), tratan de convencer a Fortunata de que en el convento de las madres Micaelas "aprendería, soltando como por ensalmo la cáscara amarga y trocándose en señora, sí, en señora tan decente?". Y en otra parte de la misma novela: "Trataba doña Lupe a su presunta sobrina con urbanidad pero guardando las distancias. Había de conocerse [?] que la visitada era una moza de cáscara amarga [?] y la visitante una señora [?], la señora de Jáuregui, el hombre más honrado y de más sanas costumbres".
Desde el punto de vista de los partidarios del orden establecido, una persona decente y de orden era lo contrario de una persona de la cáscara amarga. A su vez, los progresistas tachaban de carcas y de carcundas a los conservadores del orden que preferían las cadenas y la Inquisición: "Aquellos malditos carcas eran unos indecentes que nos querían traer la Inquisición y las caenas". Carca es abreviación jergal de carcunda, voz que en gallegoportugués significaba ´joroba´ y pasó a significar ´egoísta´, ´mezquino´ y luego ´reaccionario´. Su coincidencia fonética con la primera sílaba de carlista la convirtió en España, entre los del bando contrario, en término despectivo para significar aquel. Para Luis Besses, carca es ´partidario del absolutismo´. Y así, frente a los de la cáscara amarga (a los que con frecuencia se les reconocía de buen fondo) estaban los que en la novela La Gaviota (1849), de Fernán Caballero, un personaje llama "hipocritones con buena corteza y mala pulpa". Julo Mombela, Impresiones y Recuerdos (1909), hablando del año 1854, en un aparte que titula "Tertulia de cesantes", dice: "Los amigos con quienes pasaba mi abuelo la primera hora de la tarde en el café que frecuentaba eran de la cáscara amarga, como llamaban entonces a los progresistas?" (1851 a 1854).
José Luis García Remiro. Profesor de lengua y literatura.
De: "¿Qué queremos decir cuando decimos??
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