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Domingo 06 de diciembre de 2015

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Cultural El Duende

Postfacio: Octavio Paz en su inquietud

06 dic 2015

Fernando Savater

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Por lo común son los jóvenes escritores quienes tienen que acosar a sus venerados maestros literarios para conseguir de ellos alguna señal de reconocimiento y establecer una relación personal. Siempre me ha parecido un ritual iniciático bastante cargante para ambos implicados, por lo que toda mi vida me he negado a practicarlo (salvo, en cierto sentido, con �. M. Cioran, pero es que Cioran es demasiado sencillamente grande como para andarse con remilgos). Cuando empecé a escribir, sólo me fascinaba el estilo ensayístico de dos prosistas en lengua castellana: Borges y Paz. Pero Borges se presta demasiado al amaneramiento como para que me decidiera a imitarle abiertamente (por lo bajo ya es otra cosa), y además Paz ha tratado todos los temas actuales de los que yo quería oír hablar: guerra y paz, erotismo, el ateísmo social, Sade, las drogas, las posibilidades revolucionarias de la creación literaria. Siempre con la elegancia más sobria, con la felicidad verbal más expresiva y menos pedante. Por entonces yo fingía creer que escribir bien era repetir los meandros paratácticos de las traducciones al español de Adorno y Horkheimer; en el fondo, sabía que escribir bien, era, y es, escribir como Octavio Paz en El arco y la lira o Corriente alterna. Pero nunca -dicho sea en mi maltrecho honor- me hubiese atrevido a enviarle uno de mis libros a Paz ni mucho menos esperar la más liviana palmadita moral en el lomo de su parte.

Cierto día, hace aproximadamente 17 años, recibí una carta del mismísimo Octavio Paz. Había leído La filosofía tachada, mi segundo libro (en el que sus ideas aparecían algo más que episódicamente) y tenía para mí palabras cordiales de ánimo. Conservo la generosa misiva: no sé cuánta alegría le produjo a Octavio el telegrama de la Academia Nobel, pero quizá no fuese mucho mayor que la mía en aquella ocasión. Luego seguimos nuestra correspondencia y, a partir de mi primer viaje a México (lugar donde tanto tengo y quiero), la amistad cara a cara. Pero lo que aquí viene a cuento de la anécdota es dejar constancia de la atención de Paz por lo que escriben los jóvenes y de su disposición a brindarles lo que otros quizá regatean con embarazo o fastidio.

No ignoro que Octavio Paz tiene un cierto halo derechista entre los intelectuales punteros latinoamericanos: ayer era por denunciar, cuando todos lo silenciaban, los desafueros del llamado "socialismo real"; hoy, supongo que por no lamentar con medias verdades que hayan alcanzado (por desgracia no en todas partes) su escandaloso y precipitado fin. A mi juicio, es uno de los motivos por los que hay que tenerle más agradecimiento y más admiración. En cierta forma, desde hace muchos años todos los intelectuales de su país se miden con Paz, tal como se medían con el pistolero más rápido del poblado los jóvenes aspirantes a la corona de Billy The Kid. A veces ello ha producido cierta crispación en su imagen pública y supongo que también en su propia intimidad, nada remisa a implicarse en los remolinos de la historia vivida. Ahora, el Nobel le ha puesto un poco a resguardo, quizá no más allá, sino más acá -más próximo no sólo para el antagonismo, sino también para el orgullo del bien y del mal. Pero sigue alerta, inquieto, palpitando como ese indomable corazón sin sosiego por el que San Agustín definió al hombre, aunque dentro de la bien ganada madurez serena de su obra y de su vida. En su casa del Paseo de la Reforma, en el centro de la capital mexicana, rodeados por el civilizado agobio de miles de libros y espiados con altivo disimulo por varios gatos, dialogamos sobre las cosas que pasan y las que quisiéramos ver perdurar.

Fernando Savater, escritor y ensayista español.

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