La voluntad ante todo

Tuve el enorme privilegio y honor hace muchísimos años de representar a mi Patria en mi condición de uniformado, formando en filas de los Cascos Azules de las Naciones Unidas para la prevención y mantenimiento de la Paz. En esas condiciones estuve presente en diferentes países, y en todos ellos tuve experiencias y anécdotas muy interesantes que me hicieron siempre reflexionar sobre lo bendito que es nuestro país porque, una y otra vez, cuando todo parece perdido y estamos al borde del precipicio, reaccionamos, nos calmamos, nos damos cuenta de lo que hacemos y dejamos a los que saben o creen que saben hacerse cargo y nos volvemos a salvar.

La historia que les voy a relatar, tuvo lugar en Moembe, República de Angola, un país hermoso, maravilloso, con unos paisajes que los soñaba únicamente cuando leía las historietas de Tarzán, inmensamente rico en recursos naturales, pero desolado por una guerra civil que llevaba ya más de 20 años y parecía lejos de acabarse, pese a los enormes esfuerzos del mundo entero por darle un final.

Habían conflictos de todo tipo y de muchos fuerzas grandes y pequeñas, pero la principal era entre el Ejército Angoleño y el UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola), una guerrilla liderada por un sádico Jonás Savimbi, quien cometió a nombre de la total independencia de su país de la colonia Portuguesa, las peores atrocidades a la par de los genocidios de Rwanda o El Congo.

Los guardianes de la paz casi invisible en la zona debían dar seguridad sobre todo a la Misión de Paz de la ONU y preservar lo más posible el desarme en la zona. Pero también daba apoyo y seguridad a otras misiones de distintas entidades que prestan servicios en países en conflicto, como la OMS, la FAO y cientos de ONG´s que trabajan arduamente por llevar un poco de civilización y regocijo a lugares que pareciera se quedaron anclados en algún lugar de la historia o pre historia sin razón alguna.

En cierta oportunidad llegó una de estas misiones, había que acudir a las afueras de una ciudad llamada Malange para darle seguridad a una misión de la FAO que llevaría víveres a un campamento de refugiados.

Acudimos motorizados para llegar antes y fue la primera oportunidad que tuve contacto con la desesperanza y desolación. Este campamento era un encierro deshumanizado, donde la gente aguardaba con impaciencia y desespero la poca comida que se les pueda proveer, mujeres, niños u hombres mutilados por la guerra cuyas vidas solo le pertenecían a su aún latente corazón porque sus almas hace mucho ya los habían abandonado.

Todo parecía en una tensa calma hasta que llegaron las provisiones, lo poco controlable se descontroló, pese a que el idioma oficial es el portgués, era casi imposible comunicarse y menos darles órdenes para mantener la calma, esperar su turno, hacer fila y que comprendan que había para todos y hasta de sobra, pero era inútil, la gente que parecía desfallecida minutos antes incapaz de levantarse, estaba luchando ferozmente por llegar a la malla entre los primeros sin importar por encima de quien pasaban. No cabe duda que a la hora de saciar el hambre o la sed, el ser humano pierde hasta lo más humano de su ser.

Fue entonces cuando fuimos a los enormes camiones a tratar de colaborar y hacer todo lo posible porque no sea un caos y aparecieron tanto dentro como fuera de ellos los "voluntarios" que a diferencia de lo que pasaba con nuestros rostros duros y preocupados por la situación, llevaban en su faz una enorme sonrisa, y una fuerza en la voluntad por ayudar dignas de admirarme.

Hombres y mujeres, uniformados con solo poleras que los distinguían, pañoletas en la cabeza y botas militares o todo terreno, lentes, muchos de los hombres con barba y todos ellos con pantalones de faena.

La mayoría europeos, algunos americanos y muchos australianos componían ese contingente y el idioma común era naturalmente el inglés, de manera que felizmente en ese ambiente si podía comunicarme. Pero a diferencia mía, ellos parecían estar cómodos (o quizás acostumbrados al descontrol) y el empezar a repartir todo parecía que iba a ser la solución al desorden y de a poco empezó a serlo. Me volvió a sacar de mi estado de alerta, ver como sobre todo a los niños cuando recibían el arroz, lo devoraban crudo, y abrazaban las bolsas como si se las fueran a quitar y cuando uno de mis hombres se aproximaba a ayudarlos era como si fueran unas fieras protegiendo a la presa sin la posibilidad de soltarla, antes muertos que ceder un bocado.

Otra cosa que llamó inmediatamente mi atención es que mientras muchos repartían los alimentos y otras vituallas, de otras vagonetas bajaron unos 20 muchachos y muchachas que se dirigieron raudamente con maletines hacia las mallas del refugio y a través de éstas trataban de dar cualquier tipo de solución médica a quien la necesitase. Dolores de muelas, infecciones (sobre todo por picaduras de garrapatas), sarnas, nidos de moscas en el cuerpo y otros cientos de afecciones muy comunes entre los refugiados, que ellos buscaban de aliviar de una u otra manera. Sólo los guantes de latex los aislaban de esos cuerpos enfermos que en aquel rincón del mundo ocultaban además enfermedades infecciosas como las ETS y tantas otras incluidas el VIH, pero que ellos parecían ignorar pues su vocación estaba por encima de cualquier riesgo y estaban dispuestos a hacerlo una y otra vez, aún a costa de su vida, pues si bien nosotros estábamos ahí para darles seguridad, sabían ellos como nosotros que si llegaba UNITA para atacarnos íbamos todos a ser carne de cañón en una segura carnicería humana.

Nos despedimos cuando todo acabó con un hasta pronto, pidiéndonos que los acompañemos en otros refugios o poblaciones donde ellos iban a llegar a hacer su tarea, estemos nosotros o no, porque su voluntad estaba más allá incluso de nuestro deber.

Este 5 de diciembre se festeja el "Día Internacional del Voluntario" y espero encontrar alguna actividad donde ellos se reúnan para aproximarme, saludarlos, y brindarles nuevamente mi admiración a quienes hacen el bien, sin mirar a quien, pero además lo hacen muy bien.

Mi saludo y admiración por los hombres y mujeres que están donde se los necesita y sólo esperan un gracias a cambio.

(*) Es paceño, stronguista y liberal