Al caballo del corregidor, claro está. Faltó plata; es decir, más votos para ganar como se deseaba. ¿Un fracaso total? Ni tanto, pero sí un sabor amargo de derrota. Se les fue de las manos, como quien dice, la hegemonía del poder total. Con las regiones se habría cerrado el círculo de la conquista ambicionada.
En el otro lado, las gobernaciones y las alcaldías, en conjunto, eran el último bastión potencial de los opositores. Y no obstante, la expectativa por un liderazgo fuerte y promisorio quedó sin respuesta. En la mayoría de las capitales volvieron al escenario electoral las figuras ya desgastadas. La disputa fue entre los pequeños líderes locales y los similares candidatos masistas. El duro ejercicio de la democracia fue a ese nivel de pobreza.
Con todo, de ambas partes se jugó la carta decisiva. ¿Cómo respondería esta vez el soberano? ¿Sería tan sumiso y dócil como en diciembre pasado? ¿Qué vendrá después de abril? ¿El totalitarismo o la democracia?
Pese al voto duro y el dedazo presidencial, también había dudas en el oficialismo. Por eso el presidente Morales se incorporó de pleno a la campaña. No era uno más de los actores; era el principal, y obviamente con recursos del Estado Plurinacional. Más allá de la norma electoral, más allá de los veedores extranjeros, más allá de todo.
La norma aludida se refiere a que “Están prohibidas, bajo sanción de destitución de funciones: realizar campaña electoral mientras desempeñe funciones públicas; utilizar bienes, recursos y servicios de instituciones públicas en campaña o propaganda electoral; difundir la entrega o inauguración de obras, bienes y servicios, programas y proyectos o de resultados de gestión, en cualquier medio de comunicación…”
¡Flagrante contravención!
Pero ¿quién se atrevería a sancionar a los infractores? Por su debilidad institucional, es difícil suponer que la CNE estuviera en condiciones de hacerlo; por ahí el sólo intento le acarrea el peligro de habérselas en seguida con algún fiscal, parecido al de la dedicación exclusiva a la cacería de brujas y el terrorismo fantástico.
En acción paralela, por rara coincidencia, como si fueran también parte de la campaña masista, guardias, agentes, jueces y fiscales la emprendieron también duro contra varios candidatos opositores. Con inusitado entusiasmo querían estrenar con ellos la “ley guillotina” recientemente promulgada. Ser candidato y ser perseguido o por ser candidato ser perseguido, ¡qué dramática circunstancia! Judicialización de la política, han dicho analistas y opositores.
Y por si faltara, el Presidente, por ética, “sólo gobernaría con los gobernadores o alcaldes de su entera confianza” El departamento o municipio donde no salga elegido el candidato del MAS, no tendría el apoyo oficial para muchas cosas. No hay centavo que antes no pase por el Ministerio de Hacienda, por ejemplo. Y no era una broma. Como en otro tiempo, hoy se aprecia más un gramo de confianza que una tonelada de inteligencia.
Con semejantes recursos y pertrechos electorales, ¿cuál fue el resultado?
Con datos virtualmente definitivos, el panorama ya es perceptible:
El esbozo de la media luna volvió a asomar. A la vuelta de sólo 4 años, el MAS ya acusa resquebrajamientos. El ex socio maltratado se convirtió en inesperado rival. La gobernabilidad en los municipios se plantea como un problema desafiante. En muchos casos, el “dedazo” presidencial generó rebeliones y derrotas.
Desde otro ángulo: casi toda la población urbana del país le negó su voto al MAS. Se esfumó la ficción de los “puentes” con la clase media. No se pueden sembrar nabos en las espaldas de nadie indefinidamente. En cambio, el voto rural bajo consigna ratificó su inquebrantable lealtad al gobierno. Varios cómputos departamentales lo revelan.
Sin embargo, la noche del domingo Morales hizo un balance positivo; pero en su rostro sombrío se delataba visiblemente el disgusto. Estaba sin el acompañamiento del Vicepresidente como otras veces, fuera del habitual balcón de las celebraciones. ¡Contrastes! No se puede escamotear la realidad, ésta termina siempre por imponerse. Un cuarto de conversión para gobernar de otra forma, con más humildad y menos soberbia, eso es lo que le pide el país.
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