Siria: nombre misterioso, asociado a lo fantástico y desbordante. Me fascinaban las historias de la abuela de mi compañera de estudios, casi no hablaba español, fumaba en larga pipa, vestía larga saya, colorida y aun mantenía cubierta la cabeza con negro pañolón, aunque no lograba cubrir el aceitunado rostro.
Murmuraba palabras sueltas mientras hacía correr entre los dedos las cuentas de un extraño Rosario muy grueso y nos observaba lejana desde sus negrísimos ojazos.
Para mí se confundían en un mismo grupo de comerciantes los sirios, los libanese, a todos los cuales la gente generalizaba como turcos de la calle Honda. Curiosamente los paceños incluían entre ellos a los judíos. Todos entreverados entre la tendera de ojos verdes, el señor que traía telas de casa en casa, los Lupo, Los Awad, los Tovias con B o con V.
Sirio era el Evangelista Lucas, cuya biografía- quizá más novelada que real- me llevaba a la magia de la alquimia. Era medico porque desde la niñez tuvo el don de conocer los secretos de las plantas y heredo la sabiduría de sus antepasados. No conoció a Jesús pero fue el compañero fiel de María, quien le contó sus alegrías y ansiedades de madre, detalles únicos en sus textos bíblicos.
Y Alepo, nombre que sentí como patria en esos dos enormes volúmenes sobre Las Cruzadas que papá me regalo en la infancia. Alepo, destino de los héroes medievales y de los niños normandos que se les juntaban y se despedían A-Dios, vocablo que se volvió señal para partir y no volver.
Mucho más tarde leí la versión árabe sobre los cruzados como invasores y admire más a Saladino que a Ricardo Corazón de León.
Alepo de serrallos y princesas, de arroyos y cabellos brillosos. Alepo, mucho más enigmático que Damasco, la capital con nombre de albaricoque, de brocado y de tono suave, la más convocada en la Historia. Alepo es la de la nostalgia.
Alepo era una Ciudad milenaria de casonas sepias y calles frescas. La mejor herencia de las sucesivas cargas externas esta expresada en la mixtura de culturas, tanto en la arquitectura como en fuentes y patios, tejidos y obras preciosas y las huellas de los alimentos de palmeras, corderos y olivas. Era, ya no es más, solo ruinas y calles agujereadas y vacías.
Alepo, la ambicionada por los conquistadores romanos, los turco-otomanos, los ingleses desalmados, los franceses, los gringos, los eslavos, los rusos ateos, los George Busch de todos los tiempos.
Juego de tronos. Juego de poderes, de geopolítica mundial, de religiones y de ídolos falsos, de ideologías pasadas. Juego de villanos. Juego de todos los muertos, nuestros 200 niños incluidos.
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