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Domingo 22 de noviembre de 2015

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Cultural El Duende

Mario Lara López

22 nov 2015

Mario Lara López. Cochabamba, 1927. Abogado, poeta, narrador y ensayista. Sobrino de Jesús Lara. Fue parte de la Segunda Generación de Gesta Bárbara y de la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Cochabamba. Ha publicado los poemarios Amanecer del canto (1966); Voces fraternales (1979) y Hotel Canadá 50 Ctvs (1995), entre otros.

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Biografía de mi muerte cotidiana

Preciso revivir mi muerte lenta,

la que me sepultó entre abecedarios

y que asomando en manos impacientes

asía por las alas golondrinas,

cual abeja perdíase en los pétalos,

¿de qué vida interior, de qué rellano

que ahogó su alfarería de recuerdos?

Mi muerte ante un espejo de neblina:

lámpara que se extingue en lontananza,

aferrándose al tiempo, prolongando

un tanto la agonía, la evidencia

de ataúdes en los ojos, sumergidos

en llamaradas tiernas, en adioses,

más allá de la arcilla, al otro lado

de la luna tronchándose en los labios

que pugnan como náufragos tratando

de aflorar en silencio el postrer beso.

Después palpar dónde he caído,

en qué surco mis huesos ataviándose

de sueños que no entraron por la puerta

de lo que fuera entonces biografía

del amor, mi más férreo carcelero.

Y partir, renovarme en los duraznos,

habitándome presto de jilgueros

para tatuarlos súbitos, frondosos,

en los floridos labios del verano;

entrar en la canción, en la cosecha,

en el amanecer de mi existencia.

Preciso revivir mi muerte lenta,

esta de cada día que transito,

saliendo de las cáscaras de nueces

que viven los ataúdes de mis ojos,

y en la noche cerrarlos nuevamente.

Rumbo al amanecer

Oh, Baudelaire, a veces, en mis venas

surge en licor amargo un barco ebrio

y el rostro de Rimbaud me mira insomne.

Las playas resucitan su nostalgia

y hundo mi corazón en las arenas

-en afiebrado adiós- y el barco parte.

Las olas en tizón vuelven errantes

y el amor que zozobra desmorona

como un saco de cal volcado en vilo,

su más pura osamenta de azucenas.

Escríbeme en el pecho el viento un canto,

un mensaje de tierras fraternales

y el vino se me frustra, el tiempo quema

-navegante en mi frente- sus corales.

Guitarras encendidas me calcinan,

sumérgense en mis huesos y quebrantan

con recuerdos mis brazos desmedidos.

Caminante en la noche, miro el alba.

¡Qué lejanas sus fraguas, cómo me arde

mi ropaje de sueños inconclusos!

¡Rimbaud, ya amaneciste en el futuro,

y vuelves en vocales de rocío!

Baudelaire, el amor esculpe risas

y en felina actitud hinca sus besos

en lo más dulce y tierno de la arcilla

que vive y que conmueve nuestra sangre.

¡Rimbaud, fosforescencia en mi camino,

tus abejas me alejan de las sombras!

Baudelaire, la amargura en mis viñedos

se agostará y el día en sus retoños

¡repartirá racimos de alegría!

Vuelvo a mí, porvenir, brasas de dalias

serán itinerario de mis brújulas.

Y el hombre, en su grandeza, me señala

mi lugar en la lucha cotidiana.

Nidos de las golondrinas

De las frágiles torres de tus senos

me llegan golondrinas.

Cada una como brisa que no palpo

Ensanchando las alas se me pierde.

Y en campanas trocadas de nostalgia

¡se repite mi pecho malherido!

Frágiles golondrinas que se posan

un instante en mis ojos y aprisionan

mi sangre que las sigue, que quisiera

volar mi corazón, tornarlo en trino

y acechanza sin término.

Las torres de tus senos con lenguaje

de imantadas laderas que, de pronto,

incitan mis jaguares y palomas

que parten sus caricias de mis manos,

sin tocar, sin poblarte

de cielos ignorados,

de huellas en que habrías de vivirme.

Qué primavera en cúpulas aladas

que sin partir se sustentan. Qué recónditos

veneros que arracímanse en dos fuegos,

capullos juveniles que se doran.

¡en las fraguas sin fondo de mis ojos!

En brisa y esquivez tu geografía

Eras el valle en brisa de cuclillos,

choclo recién abierto a mi alegría.

En el wayñu, en mi sangre te sentía.

Más allá de mi sangre me mirabas;

pero con tu sonrisa me perdía

no en el trigal ni en el bosque de eucaliptos:

febrilmente detrás de las achiras:

¡labios que yo besaba desde siempre!

"Zagala", te nombraba, y en mis sueños

teníate en mis ramas y tu arrullo

cercábame, y me hería, y cuando estaba

a punto de estallar -ramo de maywas-

mi ansiedad harto tiempo insatisfecha,

apagábase el tiempo y me dejabas.

"Zagala", ¿en dónde estás? Entro en la aurora.

Vuelvo con la amancaya de tus años.

"Ya vendrá", dice el río. Abro mi pecho.

Adiós mi soledad. Algo en la esquila

parece repetirme que estás cerca.

Es tan sólo la brisa que se ausenta.

Para tus amigos: