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BiografÃa de mi muerte cotidiana
Preciso revivir mi muerte lenta,
la que me sepultó entre abecedarios
y que asomando en manos impacientes
asÃa por las alas golondrinas,
cual abeja perdÃase en los pétalos,
¿de qué vida interior, de qué rellano
que ahogó su alfarerÃa de recuerdos?
Mi muerte ante un espejo de neblina:
lámpara que se extingue en lontananza,
aferrándose al tiempo, prolongando
un tanto la agonÃa, la evidencia
de ataúdes en los ojos, sumergidos
en llamaradas tiernas, en adioses,
más allá de la arcilla, al otro lado
de la luna tronchándose en los labios
que pugnan como náufragos tratando
de aflorar en silencio el postrer beso.
Después palpar dónde he caÃdo,
en qué surco mis huesos ataviándose
de sueños que no entraron por la puerta
de lo que fuera entonces biografÃa
del amor, mi más férreo carcelero.
Y partir, renovarme en los duraznos,
habitándome presto de jilgueros
para tatuarlos súbitos, frondosos,
en los floridos labios del verano;
entrar en la canción, en la cosecha,
en el amanecer de mi existencia.
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Preciso revivir mi muerte lenta,
esta de cada dÃa que transito,
saliendo de las cáscaras de nueces
que viven los ataúdes de mis ojos,
y en la noche cerrarlos nuevamente.
Rumbo al amanecer
Oh, Baudelaire, a veces, en mis venas
surge en licor amargo un barco ebrio
y el rostro de Rimbaud me mira insomne.
Las playas resucitan su nostalgia
y hundo mi corazón en las arenas
-en afiebrado adiós- y el barco parte.
Las olas en tizón vuelven errantes
y el amor que zozobra desmorona
como un saco de cal volcado en vilo,
su más pura osamenta de azucenas.
EscrÃbeme en el pecho el viento un canto,
un mensaje de tierras fraternales
y el vino se me frustra, el tiempo quema
-navegante en mi frente- sus corales.
Guitarras encendidas me calcinan,
sumérgense en mis huesos y quebrantan
con recuerdos mis brazos desmedidos.
Caminante en la noche, miro el alba.
¡Qué lejanas sus fraguas, cómo me arde
mi ropaje de sueños inconclusos!
¡Rimbaud, ya amaneciste en el futuro,
y vuelves en vocales de rocÃo!
Baudelaire, el amor esculpe risas
y en felina actitud hinca sus besos
en lo más dulce y tierno de la arcilla
que vive y que conmueve nuestra sangre.
¡Rimbaud, fosforescencia en mi camino,
tus abejas me alejan de las sombras!
Baudelaire, la amargura en mis viñedos
se agostará y el dÃa en sus retoños
¡repartirá racimos de alegrÃa!
Vuelvo a mÃ, porvenir, brasas de dalias
serán itinerario de mis brújulas.
Y el hombre, en su grandeza, me señala
mi lugar en la lucha cotidiana.
Nidos de las golondrinas
De las frágiles torres de tus senos
me llegan golondrinas.
Cada una como brisa que no palpo
Ensanchando las alas se me pierde.
Y en campanas trocadas de nostalgia
¡se repite mi pecho malherido!
Frágiles golondrinas que se posan
un instante en mis ojos y aprisionan
mi sangre que las sigue, que quisiera
volar mi corazón, tornarlo en trino
y acechanza sin término.
Las torres de tus senos con lenguaje
de imantadas laderas que, de pronto,
incitan mis jaguares y palomas
que parten sus caricias de mis manos,
sin tocar, sin poblarte
de cielos ignorados,
de huellas en que habrÃas de vivirme.
Qué primavera en cúpulas aladas
que sin partir se sustentan. Qué recónditos
veneros que arracÃmanse en dos fuegos,
capullos juveniles que se doran.
¡en las fraguas sin fondo de mis ojos!
En brisa y esquivez tu geografÃa
Eras el valle en brisa de cuclillos,
choclo recién abierto a mi alegrÃa.
En el wayñu, en mi sangre te sentÃa.
Más allá de mi sangre me mirabas;
pero con tu sonrisa me perdÃa
no en el trigal ni en el bosque de eucaliptos:
febrilmente detrás de las achiras:
¡labios que yo besaba desde siempre!
"Zagala", te nombraba, y en mis sueños
tenÃate en mis ramas y tu arrullo
cercábame, y me herÃa, y cuando estaba
a punto de estallar -ramo de maywas-
mi ansiedad harto tiempo insatisfecha,
apagábase el tiempo y me dejabas.
"Zagala", ¿en dónde estás? Entro en la aurora.
Vuelvo con la amancaya de tus años.
"Ya vendrá", dice el rÃo. Abro mi pecho.
Adiós mi soledad. Algo en la esquila
parece repetirme que estás cerca.
Es tan sólo la brisa que se ausenta.