Domingo 22 de noviembre de 2015
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Me han pedido una carta, MarÃa, y te entrego un poema.
Un poema es una plaza blanca poblada de palomas.
Una plaza cualquiera, con tal que venga gente
que les dé de comer. ¿Recuerdas las sÃlabas antiguas
sobrevolando el aire de Zocodover? ¿O aquellas
que en la Mayor de Salamanca al frÃo
corrÃan a guardarse bajo los soportales?
¿Recuerdas las torcaces de Asturias
y las que en Cuba el viento echó de vuelta al viento?
¿Y el dorado cantón de San Millán?
que abrigó los sonidos cuando apenas
si cañones tenÃan en las alas?
¿Y las plazas, MarÃa, de la Isla, recuerdas,
una plaza ella misma sobre el inquieto mar
de las pronunciaciones? ¿Y el mar muerto del Zócalo
con millones de voces envueltas en sarapes de smog?
Asà con las ubicuas picoteras.
En San José comieron de tus manos
en un patio vetusto de hotel; en Managua
se asaron en sus jugos de pobreza; en la Plaza de Mayo,
fricativas, volaron de las bocas de las Madres
rumbo a los mármoles de La Recoleta.