Aunque la ciudad de Oruro sigue siendo una de las más tranquilas después de las que se ubican en el eje central, caso de Santa Cruz, La Paz y Cochabamba, no significa que esté exenta de los problemas emergentes de la inseguridad ciudadana que causa preocupación en la ciudadanía, tomando en cuenta que con inusitada frecuencia se registran hechos que afectan la tranquilidad hogareña y alteran conductas de vida en las relaciones interpersonales de muchas familias.
Asaltos en vía pública, robos en domicilios, atracos a taxistas, robo de vehículos y por otra parte frecuentes accidentes de tránsito, choques entre motorizados y conductores ebrios que estrellan sus coches contra la propiedad privada, además de otras circunstancias propicias para cometer delitos, las calles en general se han convertido en peligrosos sitios por los que deambulan los malhechores, que se dan modos para eludir la escasa vigilancia policial, que resulta nula en barrios periféricos, donde tampoco están habilitados los retenes policiales.
Las horas de la noche son las que aprovechan los delincuentes para cometer sus fechorías pues al amparo de las sombras que predominan en los barrios periurbanos, los vecinos deben darse modos para evitar las escaramuzas de pandilleros que atacan a niños y jóvenes, también lo hacen con ancianos, los celulares, relojes, mochilas de estudiantes y billeteras de mayores son parte del botín que buscan los antisociales.
La situación se complica cuando se reportan hechos en calles céntricas, donde se supone que debería existir una mínima o discreta vigilancia policial, la misma que sin embargo está ausente, facilitando la práctica delincuencial, allí donde menos se espera y donde las circunstancias permiten la comisión de todo tipo de irregularidades.
Pero fuera de los delitos que se producen cotidianamente, en la misma proporción hay otros aspectos que igualmente alteran la tranquilidad ciudadana, es el caso del transporte público, inseguro e incómodo, en horas del día la convulsión social que moviliza a sectores sociales en manifestaciones o bloqueos, o en el hecho contrario el desplazamiento de conjuntos folklóricos bailando en las calles alterando el tráfico de vehículos y personas, o los desfiles de unidades educativas que si no marchan por las calles, no cumplen un buen aniversario.
Todo un caos generalizado y admitido por las autoridades que incluso permiten el uso de la Plaza de Armas para el desarrollo de todo tipo de ferias, incluyendo de comidas y bebidas, dejando a un lado el cumplimiento de normas de respeto cívico a lo que se considera el sitio especial, principal y único para relievar los valores históricos y de mayor trascendencia departamental.
Todo lo que altere el orden instituido es un factor negativo que incide en la seguridad ciudadana y cualquier cosa que vulnere ese derecho comunitario merece sanciones drásticas que deben aplicar las autoridades, en función a normativas que deben ser actualizadas o finalmente elaboradas y aprobadas en tiempo breve para evitar mayores daños a la colectividad.
Para reducir al mínimo los índices de peligrosidad callejera, se hace necesaria además una labor de coordinación entre las autoridades superiores, la Policía Departamental y las juntas de vecinos, para encarar programas de contingencia que disminuyan, mejor aún que eliminen las situaciones propicias de las que se aprovechan los delincuentes. Mejor iluminación pública, mayor cantidad de policías en las calles y los barrios, alerta permanente de los vecinos, pueden ser los factores que nos permitan vivir con mayor tranquilidad y seguridad.
Fuente: La Patria
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